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Cómo sobrevivir en la guerra

Colaboradores de la ONU para los refugiados reciben formación en Madrid para actuar en conflictos

Oriol Güell

De rodillas y encañonados en la nuca, cinco miembros del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) son apresados en un puesto de control del ejército rebelde. K, el jefe rebelde, tiene a 300 hombres heridos y enfermos. Pero sabe que los retenidos conocen dónde está un grupo de refugiados a los que quiere dar caza. La vida de los hombres y mujeres de ACNUR está atrapada en el tablero de la guerra. A su favor está la atención que K necesita para sus hombres. En su contra, la ira de K contra Occidente, la supuesta vinculación del grupo con el enemigo y la ausencia de testigos.

Escenas como ésta sucedieron hace siete años en Bosnia y en Ruanda, y antes en cualquier rincón del planeta donde la fuerza de las armas está sobre los derechos humanos y el imperio de la ley. Saber reaccionar ante situaciones así puede salvar su vida y la de muchos de los refugiados que dependen de su atención.

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Por ello, 40 trabajadores de ACNUR y otras agencias de la ONU realizan estos días un curso en Rivas-Vaciamadrid, a unos 20 kilómetros de Madrid. Si la escalada de tensión continúa, en pocas semanas todos ellos pueden estar ya en Pakistán, Irán o cualquier otro país donde resuenen las bombas. 'Iremos donde se nos necesite a reforzar los equipos que ya trabajan sobre el terreno', explica Jaime Bará, de 33 años y responsable de ayuda humanitaria para África de Cruz Roja española.

El entrenamiento incluye siete situaciones a las que pueden encontrarse los cooperantes, como la tensa negociación con el jefe rebelde; la burocracia habitual en los controles del ejército regular; una oleada de refugiados ante una oficina del ACNUR; la organización de un campo provisional de refugiados; socorrer a víctimas de las minas, o el encuentro con un equipo de televisión.

Esta última situación plantea reacciones encontradas, como pudo verse ayer en otro ejercicio en el que un equipo del ACNUR atiende a una parturienta. Ante la insistencia de los periodistas por grabar la escena, uno de los médicos aparta de malos modos la cámara. 'Estas reacciones no son convenientes. La prensa nos ayuda a presionar a los gobiernos para que apoyen nuestros programas de asistencia. También movilizan a los ciudadanos. Hay que conjugar la actividad de los equipos de emergencia y de los periodistas', explica la holandesa Karin de Gruijl, portavoz del ACNUR en Madrid.

El ejercicio es grabado y comentado ante el televisor. 'Hay que enseñar a los periodistas a respetar nuestro trabajo, pero sin impedir el suyo', explica Karin. 'Sí, sí, pero la cámara me molestaba', añade con una mueca de resignación Willem Wan Wyk, un surafricano de 44 años que ya ha estado en Timor Oriental y Eritrea, aunque 'no en primera línea de fuego'. Otro error del médico del grupo ha sido decir ante la cámara que el ACNUR investigará los crímenes cometidos. 'No investigamos ningún crimen. Nosotros atendemos a las víctimas, nada más', insiste Karin ante el grupo. Calificar a los heridos como víctimas puede molestar a los 'gobiernos en cuyo territorio trabajamos'. Y mentar la palabra investigación da alas a quienes rehuyen los equipos humanitarios, a los que acusan de espionaje.

'Atenderemos a vuestros heridos, y luego, nos dejáis marchar', propone un miembro del grupo apresado a K. Pero el jefe rebelde exige primero a Cathérine Bireaud, una francesa de 35 años, que identifique la posición de los refugiados en un mapa. Ésta se niega y K hace una siniestra seña a dos de sus soldados, que no tardan un segundo en agarrarla por las axilas, manosearla y arrastrala a los matorrales. La seguridad del grupo depende de la habilidad de sus miembros para mantenerse unidos y ayudarse unos a otros.

Un compañero de Cathérine, aún con el cañón del arma automática en la nuca, intercede ante K para que los soldados no la violen: 'Decís ser el gobierno legítimo del país y un gobierno nunca debe permitir estos actos. La prensa dará a conocer al mundo que vuestros soldados actúan de este modo'. El argumento convence a K, que impide la agresión sexual. Sin embargo, el personal del ACNUR, incapaz de resistir la presión de los rebeldes, ya preparados para disparar, revela la situación de los refugiados. K ordena a sus hombres que los apresen.

'No podremos nunca cambiar el desarrollo de la guerra. Pero para evitar estas situaciones, y las secuelas que dejan en nuestra gente, necesitamos la máxima seguridad que nos puedan ofrecer las partes en conflicto. No se puede exigir a nadie que entregue su vida', se lamenta Karin.

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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