_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Literatura comparada

Los restos de las Torres Gemelas siguen ardiendo en el horizonte. Su sonora ausencia lo cubre todo. Cuesta mucho volver a lo ordinario. La mente vaga como un perro ante la terrible puerta que ha cerrado el antes sin abrirse a un después mínimamente esperanzador. El momento debiera estar al cambio en las relaciones internacionales con vistas a un proceso, desde luego largo, que fuera limando desigualdades y, con ellas, focos de tensión, pero está a la guerra. Bush ha prometido lo que parece una bush war, es decir, una orgía de destrucción. Necesita resultados a corto plazo y mostrar contundencia. Una operación selectiva contra los culpables tendría poco de lo uno y de lo otro, pero sería lo justo. Porque no se puede combatir al enemigo con sus mismas armas. Los valores democráticos y los modos del Estado de derecho han de prevalecer siempre, de ahí que resulten muy desalentadoras las llamadas al todo vale.

Ibarretxe tiene razón, no se puede apoyar una guerra que genere la muerte de inocentes. Sólo que se equivoca al enunciar la denuncia en términos de: 'Los vascos no queremos', porque, de entrada, en vez de aceptarse como el gestor temporal de unos asuntos políticos, se sigue teniendo por la voz que traslada el sentir de un sujeto colectivo llamado vasco que, y aquí residiría la segunda objeción, es todo menos una sustancia buena y justa per se, puesto que, por ejemplo, hay vascos a los que no les importa la destrucción ni la muerte de otros vascos inocentes a quienes se les priva previamente, claro, de su condición de vascos y de inocentes achacándoles que piensan distinto. Con lo que habría que concluir, lamentablemente para el idílico cuadro que desea el lehendakari, que entre los vascos también hay quienes practican la guerra sucia.

Es de suponer que a los vascos más patriotas se les estará cayendo la baba con la exhibición del patriotismo más nacionalista que está saliendo a flote en los EE UU, y que se concreta en una exaltación de la bandera sólo parangonable con la que se suele dar por aquí. Pero tiempo habrá para volver sobre ello, porque habría que salir antes al paso de ciertas declaraciones de Anasagasti surgidas del mismo paradigma que alienta en Ibarretxe. El portavoz parlamentario del PNV ha advertido muy enigmáticamente que sería peligroso comparar a ETA con el terrorismo islámico. Sus palabras resultan tanto más enigmáticas cuanto que reconoce en ETA el fanatismo y la fuerza que genera muerte y destrucción. Cabe imaginar que Anasagasti no lo ha dicho para evitar que los marines desembarquen en Biarritz o que lluevan misiles y bombas inteligentes sobre los ayuntamientos de Oiartzun y Hernani, pongamos por caso, pero al decirlo está diciendo que, pese a compartir los medios con los secuaces de Bin Laden et altrii, ETA se salvaría por los fines, ya que de no ser así, y por peligroso o no que fuera, tendría que concluir que ambos son la misma cosa una vez se dejan de lado las consideraciones banales que apuntarían a que no tienen los mismos objetivos concretos. Y sólo se puede salvar a ETA por los fines si se les tiene en el fondo -y por muy en el fondo que sea y con todas las matizaciones que se quiera acerca de su proceder erróneo- por alguien de la familia. De ahí las tribulaciones, por cierto, de Arafat.

Cuando se recurre constantemente a los relatos que alimentan la sustancia llamada pueblo vasco se hace muy difícil postular la maldad de unos vascos que también están por la sustancia vasca y aspiran, de igual manera, a darle su más acabada forma. Pero si venciendo la dificultad se declara que ETA debe desaparecer porque corrompe lo propio al arrogarse espúreamente los mismos fines y pretender alcanzarlos con unos medios condenables porque son contrarios a la vida, entonces no se entiende dónde pueda estar el peligro de comparar a ETA con el terrorismo fundamentalista. Sobre todo porque muchos de quienes le dan cobertura ya lo hacen ostentando en la prensa su admiración y casi su alegría por el colosal hundimiento de las Torres Gemelas -como si no hubiera causado 5.800 muertos-, mostrando respeto y envidia por sus autores y condenando a los EE UU como símbolo del Mal Absoluto. ¿No estará ahí el verdadero peligro?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_