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Columna
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El chiste y la guerra

En estos momentos, parece que el acto de tomar un segundo café es histórico. Cualquier acción podría serlo en estos instantes. Incluso encender un cigarrillo parece ser un gesto dramático que quedará para la posteridad. Es una extraña sensación. Tal vez en el futuro, este instante quede grabado, imborrable, en mi memoria, como aquellas imágenes del Vietnam de mi infancia. Suenan los tambores de guerra en la nueva línea del cielo, desdentada, como dicen los noticiarios, de Nueva York. Ahora toca buscar al enemigo.

El pueblo llano, ingenioso y veloz donde los haya, ya ha hecho chistes acerca de lo ocurrido. Les cuento uno: Bush y Bin Laden juegan al ajedrez. ¿Quién gana? Según el chiste, gana Bin Laden, porque Bush ha perdido las torres. Da lo mismo que el chiste no sea de muy buen gusto: es humor negro. Estamos todos metidos en el ajo, así que lo mejor sería reírse un poco, ante la perspectiva de un largo invierno. Según dicen, se avecina una dura campaña. La actualidad está copada por la inminente represalia. Cualquier otra cosa parece carecer de importancia. El caso Gescartera y el homenaje de la prensa internacional a las víctimas del terrorismo han sido totalmente eclipsados por el suceso que para muchos ha cambiado la historia del mundo. La vida sigue pero, según parece, nada será igual. Comienza, pese a todos, la tensa espera de la guerra. ¿Contra qué? ¿Contra quién? Ni más ni menos que contra el que se atreva a levantar la cabeza.

Lo mejor, en estas circunstancias, será caminar agachado, para que la bandera de los Estados Unidos no nos pegue en la coronilla. Será mejor enviar cartas de condolencia al propio cielo, para que éste no caiga sobre nuestras cabezas. La guerra es una palabra que si se repite mucho se convierte en un gruñido. No hay oración en la guerra, pese a que todos los jefes de estado se reúnan en el templo. La promesa de la guerra es promesa de penurias, y por eso la gente está inquieta. Nos preocupa más el estado de la Bolsa que la vida de un marine. Así que aquí estamos: esperando la guerra. Parece un chiste de Gila. ¿Oiga, es el enemigo? Pero, ¿quién coño es el enemigo? Esperar la guerra es de las cosas más incómodas que puede hacer uno. Otra cosa es que la guerra llegue de repente. Un día, van y le levantan a uno, y le dicen: la guerra ya está aquí. Es simple. Cuando menos se lo espere. Una mañana es un bombardeo, la otra una masacre. Y uno se tira horas delante del televisor, convertido en una cabeza de misil, bebiendo una cerveza y disfrutando del espectáculo como si fuera una buena película de acción. Hasta aquí todo bien: este era el tipo de guerras al que nos tenía acostumbrados Estados Unidos. Pero por lo visto, ahora la guerra es diferente, y es más guerra que nunca. Eso es lo que han dicho los telediarios, no va a ser una guerra normal y corriente, de las que suceden todos los días, sino que va a ser una guerra gorda. Algo así como un ventilador lleno de mierda que empieza a girar. Parece que se lo han tomado en serio esto de la guerra global. Qué diría el viejo Gila si levantase la cabeza.

Desafortunadamente, esta guerra sin muertos, sin sangre ni heridos que nos brinda la televisión norteamericana es la guerra del futuro. Una guerra gorda que se alargará durante muchos años, y de consecuencias imprevisibles. Hasta qué punto seamos conscientes de ello lo sabremos el día en que nos levantemos de nuestras camas y sepamos que algún lugar ha sido bombardeado. O que ha estallado una bomba en tal ciudad. Así que aquí se plantea la pregunta: ¿es más efectivo el rezo o el chiste? ¿Cómo nos tomamos la espera? En cualquier caso, el chiste relaja mucho, mientras los tambores de guerra no paran de sonar. La guerra se anuncia, y lo mejor es que tarda. Así que, mientras se enfrían los ánimos, mientras empieza la guerra, nos preocuparemos por la Bolsa. Ahora, según parece, es el momento de comprar. De utilizar el dólar, que está flojo. Esa es la guerra que por el momento interesa más en todo el mundo. Lamentablemente, por los muertos ya no se puede hacer nada. Por el capitalismo sí, y por eso la guerra se cotiza en Bolsa. Y si no, que se lo pregunten al propio Bin Laden, de quien se dice que pudo ganar millones porque Bush perdió las torres.

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