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LA CRÓNICA
Columna
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Un agujero en la tierra

Un agujero en un paisaje puede producirse violentamente o por erosión. También en las ciudades. Éste, muy cerca del mar, entra cual barreno en la tierra. Está justo enfrente de Drassanes, el World Trade Center, Aduanas, una de las torres del teleférico, los edificios de la Trasmediterránea, la avenida del Paral.lel y la ronda del Litoral. Y no tiene nombre, a pesar de que a alguien se le ocurriera bautizarlo como la ensaïmada, a pesar de que cuando se construyó, en 1992, se habló de plaza volcánica y a pesar de que el cartel del Ayuntamiento que anuncia 'obras de reparación' diga que eso es la Font de Fum y que nos encontramos en la plaza de la Carbonera, en flagrante contradicción con la guía oficial de la ciudad, donde no consta ni una cosa ni la otra. En Internet, se supone que el no va más de la actualización, consta aún como la plaza de las Drassanes.

Conocida popularmente como 'la ensaïmada', la Font del Fum, frente a las Drassanes, vuelve a sacar humo entre las piedras negras

Aquí estoy. Volando por encima de cinco carriles de circulación intensa, entrando a pata en el rumor de la ronda litoral y dando la vuelta a un agujero concebido como nudo viario y como escultura humeante. Lo primero ha funcionado. Pero la fuente de humo -lo que podría haber sido tanto un recuerdo de una Barcelona que ya no existe como un homenaje al conductor estresado o al motorista barcelonés obligado a circular en pandilla como si fuera uno más de la colla dels deu de Joaquim Carbó- ha estado apagada durante años.

Es muy probable que allí, coches, motos, viajeros y transeúntes estén circulando, sin saberlo, entre muertos también sin nombre. En tiempos, y muy cerca del agujero, según cuenta Eduardo Mendoza en La ciudad de los prodigios, existía un depósito de carbón que ejercía de frontera con el Morrot, otro agujero. Por allí tuvo que pasar Onofre Bouvila cuando siguió al señor Braulio, su fondista, en su aventura transvestida por el sector más cutre de la ciudad. Allí, dice Mendoza, 'sólo acudía la hez de Barcelona y algunos marineros recién desembarcados, no pocos de los cuales nunca volvían a zarpar'. Algunos, continúa, 'eran sepultados en la pila de carbón'. ¿La prueba? 'A veces un fogonero, al alimentar la caldera, había visto aparecer por entre el carbón una bota o unos dedos engarfiados o una calavera con cuatro moñajos aún adheridos al occipucio'. Corría 1877, cuenta Mendoza, y Bouvila y el señor Braulio acabaron la aventura sepultados, no entre el carbón, sino bajo una espesa capa de nieve que lo borró todo por unas horas.

No se sabe si Pedro Barragán, el arquitecto que diseñó la espiral, conocía la dimensión fantasmagórica y literaria del agujero en la tierra. El proyecto, dice, se perfiló sin tener en cuenta la difusa existencia de una antigua carbonera. Pero lo cierto es que parece que el equipo que trabajó en él jugó con esa idea al tintar de negro la piedra basáltica utilizada para rellenar el agujero. Intentar saber por qué el cráter ha empezado a humear otra vez, después de años de inactividad, constituye una experiencia también un poco fantasmagórica. Como si los otros nos estuvieran haciendo luz de gas. Retrocediendo, el proceso es el que sigue.

Alguien da la voz de alarma: '¡El agujero echa humo!'. En un periquete, es decir, al cabo de unas horas y ya entrada la noche, voy volando en mi bólido de 50 centímetros cúbicos hacia el puerto. Como sea que el equilibrio no ha sido nunca una de mis cualidades, cuando diviso el letrero del Ayuntamiento soy incapaz de leerlo porque no deseo romperme la crisma y añadir una excusa más a las aseguradoras que desdeñan la prudencia de los miembros de la colla dels deu. De todas formas, la fuente no humea y lo dejo para el día siguiente. En pleno día la fuente sí humea, pero mi desequilibrio sigue siendo el mismo de siempre y tengo prisa, así que no me paro a investigar. Al cabo de unas horas (y ya era mediodía), creo haber visto un espejismo. Con el rabo entre las piernas, decido proceder a la investigación telefónica.

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La primera llamada es al 010 para pedir el teléfono de Paisaje Urbano. Consideran que no, que la zona pertenece al Puerto de Barcelona, así que llamo al Puerto, desde donde me dirigen al teléfono de prensa del Puerto. Allí no saben nada y proponen que llame a Parques y Jardines, donde se sorprenden de que pregunte por 'la ensaïmada'. (sic). Como no saben como 'clasificar' la cosa, puesto que no es ni 'una fuente propiamente dicha' ni una 'zona verde', sugieren que indague en Aguas y Saneamiento. Y ahí me quedo, de momento. Son las 14.05 y 'el técnico' ya se ha ido. Por si acaso, pruebo con alcaldía, donde concluyen: 'Que sepamos, la Font de Fum no humea. Pero ya preguntaremos'.

Llegamos a domingo, un bonito día para iniciar el trabajo de campo, empezando por apearme de la moto en vez de intentar leer el cartel del Ayuntamiento haciendo contorsionismos. El agujero humea: es la segunda vez que lo veo y quiero creerlo. El cartel lo confirma cuando finalmente leo que se están haciendo 'obras de reparación' y que el interlocutor de las pesquisas telefónicas tenía que haber sido la Dirección de Planes y Proyectos del Departamento de Arquitectura.

Saliendo del agujero -la que separa los occipucios de Mendoza de la Barcelona posolímpica-, aparece un joven con una enorme bolsa a pedirme un cigarro. No he sido nunca valiente, así que temo que me quiera sepultar en la pila de carbón (bueno, de piedra basáltica). Disimulo una excusa malísima y tal y como ha llegado desaparece cabizbajo. Como soy lenta de reflejos, enseguida comprendo que he desaprovechado una ocasión para comunicarme con el más allá: con Bouvila, el señor Braulio y la hez de esa Barcelona que se fue por el agujero de la historia porque no tuvo nombre. Para compensar el error, cojo un pedazo de piedra con el objetivo de llevármelo a casa. Pero veo que me ensucia las manos y amenaza con borrarlas también.

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