La narrativa americana
Si ya es difícil asimilarlo, resultará imposible olvidar el horror del 11 de septiembre. Vino del cielo, como una maldición, y se hizo cemento, hierro, cascotes, para sepultar miles de vidas y romper muchos miles más. El cielo se abatió sobre la línea del cielo mandándola al infierno. La imagen de Manhattan humeando quedará en la retina como si la hubiera imaginado un pintor antiguo para ilustrar el fin del mundo. Bajo el humo, la muerte. Los gritos, el dolor, la estupefacción, el pánico en las calles. También lo inexplicable. Frente a semejantes atrocidades, los humanos tratamos de defendernos buscando una explicación en la creencia de que la razón podrá poner coto al quebranto. Pero si el fenómeno carece de precedentes -también los hemos buscado, pero se quedan cortos- tenemos que rascar el fondo del imaginario y ahí sólo encontramos relatos. Y los relatos nos hablan de brutalidades equivalentes ocurridas en la ficción; por eso, todos hemos tratado de entender el ataque de los aviones secuestrados -no suicidas, porque en ellos había quien sólo pensaba en vivir- en términos de película de catástrofe.
Seguro que hemos rematado el proceso echando mano de un tópico, porque para eso están, que nos habrá hecho exclamar que la realidad siempre supera a la ficción. El proceso se habrá agotado así en su circularidad sin explicar nada, pero nos habrá reconfortado. Y, sin embargo, hay más de lo que parece. Porque, precisamente, el género de terror surgió para intranquilizar. Cuanto más segura estaba la sociedad o cuanto más ansiaba estarlo surgían relatos que trataban de explicar que la aspiración a la seguridad completa no era más que un espejismo. Así nacieron la criatura del doctor Frankenstein, Drácula y mister Hyde en una sociedad que parecía tener garantizado todo. Durante la Guerra Fría, las pantallas se llenaron de malvados alienígenas y monstruos mutantes que atacaban por tierra, mar, aire y subsuelo a unos EE UU que se tenían por el centro invulnerable del mundo.
Todo eso ocurría mientras se trataba de ostentar un castillo atómico que mantuviera a raya al enemigo y se procedía a rodearlo de un perímetro de seguridad que, en círculos concéntricos, se iba extendiendo alrededor del mundo. Cuba o Vietnam eran piezas clave del fortín, pero las catástrofes de las películas sólo ocurrían en suelo norteamericano. Con Reagan, la necesidad de seguridad subió al cielo y se quiso escudo de las galaxias. Bush lo ha resucitado tratando de llevar al límite la invulnerabilidad, sólo que los relatos habían cambiado, pero no se había dado cuenta. Puede que los monstruos de la Guerra Fría metaforizaran el peligro comunista como los victorianos habían representado las pulsiones irracionales que sacudían el exceso de seguridad racionalista, pero los relatos de finales del siglo XX estaban nombrando literalmente a un enemigo invisible y mortífero, el terrorismo, contra el que no valen los escudos antimisiles.
Ahora, el seísmo criminal, ha roto el paradigma y es la seguridad la que necesita nuevos relatos. Bush ha comenzado por contar el de la neutralización de los autores, y parece justo y necesario a condición de que se limiten las represalias. En los días que vienen se va a contar el de los escudos interiores que intenten impermeabilizar contra las sombras con grave riesgo de alterar adquisiciones democráticas básicas, pero tal vez convendría sustituir la metáfora de la coraza por la de la cinta transportadora que lleve recursos, soluciones políticas y cooperación para igualar a los desiguales y desactivar de este modo los impulsos de atentar. Pero además de quitarles así la posibilidad de que blandan el victimismo y la injusticia como parte sustancial de sus relatos, también habría que contarles otros capaces de quitarles del imaginario los elementos que les fanatizan y les proporcionan una visión distorsionada. Porque, no lo olvidemos, la Tercera Guerra Mundial habrá comenzado con una terrible masacre, pero bien cimentada en herramientas narrativas, no sólo por la calidad simbólica de los objetivos, también por los medios, la fecha y el eco mundializador del directo televisivo.
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