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La hegemonía de EE UU y la guerra islamista

El ataque y la destrucción de los centros financieros y militares del poder estadounidense no son sólo un estallido de violencia y la expresión de un odio que se ha manifestado en algunas ciudades árabes; son una declaración de guerra, lanzada por unas redes islamistas en un momento en el que el islamismo político está en retroceso. Los movimientos religiosos se habían ampliado primero como campaña nacionalista, después como movimiento político para el que la toma de poder era más importante que la afirmación religiosa, pero el éxito económico de Estados Unidos había debilitado esos movimientos, la 'burguesía árabe' había pasado poco a poco al bando de la economía globalizada, dejando sin clase en la que apoyarse y sin dirigentes a las masas desarraigadas de las ciudades. Al renunciar a tomar el poder en la mayor parte de los países musulmanes, el movimiento islamista no tiene, pues, otra elección que entre su autodescomposición y la violencia. Y la violencia ha ganado tanto contra la primera tendencia como contra el poder estadounidense, pues unifica a los que se dividen. No se trata de una guerrilla, ni siquiera de terrorismo, sino de guerra. Nadie espera ver flotas áereas o marítimas enfrentarse masivamente; nadie puede localizar y describir con detalle la organización militar, los recursos económicos, el sistema de información que permiten al bando antiamericano llevar a cabo esta guerra. Pero existe una situación de guerra desde el momento en que las luchas por la toma de poder en el mundo árabe se ven sustituidas por la decisión de atacar directamente al adversario. ¿Es posible que se reproduzcan los ataques que acaban de sufrir Nueva York y Washington? Nada permite descartar esta hipótesis. Todo Estados Unidos está amenazado y siente los golpes con tanta mayor dureza cuanto descubre la incapacidad de sus servicios de seguridad cuyos mejores elementos deben haber estado destacados desde hace mucho tiempo en Hollywood.

Ampliemos ahora nuestro campo de visión: ¿puede alguien hoy negarse a ver la extrema hegemonía ejercida por Estados Unidos sobre el conjunto del mundo. Desde los enemigos invadidos hasta unos aliados que marchan al paso que les marcan, el mundo entero es consciente de vivir bajo una hegemonía cuyos aspectos positivos no deben ser, ante todo, olvidados: concentración de los medios de creación cultural, universidades que atraen a la élite del mundo entero, éxito del movimiento por el reconocimiento de los derechos culturales, etcétera.

Durante más de un cuarto de siglo y sobre todo desde 1989, esta hegemonía fue más absoluta que lo que Gran Bretaña y otras potencias capitalistas lo fueron entre 1870 y 1914. Ahora bien, ese medio siglo de triunfo 'imperialista' como entonces se decía, ha dado lugar a un siglo de reacciones políticas e ideológicas muchas de las cuales han llevado a regímenes totalitarios o autoritarios de uno u otro signo. Y fue necesario casi todo un siglo para poner fin a esos regímenes tan antidemocráticos como anticapitalistas, ¿Hemos entrado ya en un siglo XXI que va a reproducir la historia del siglo XX pero con un dramatismo aún mayor? La diferencia principal será que en lugar de enfrentamientos entre naciones organizadas veremos, vemos ya, cómo en torno al imperio y a sus símbolos de poder se forman unas redes de sombra que encuentran los recursos necesarios en la industria petrolera y sobre todo en la voluntad de unos jóvenes de sacrificar su vida por sus convicciones religiosas y políticas. El mundo puede transformarse en un gigantesco País Vasco.

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Pero que estas visiones quizá a demasiado a largo plazo no nos impidan definir con mayor precisión el momento presente. Hemos visto en Palestina como una Intifada se transforma en guerra y a Sharon apartar todas las posibilidad, soluciones elaboradas por Barak dentro del espíritu de las conversaciones de Oslo. En Estados Unidos, Georges Bush ha multiplicado la ostentación de poder y de dinero. En el momento mismo en el que los mejores analistas ven cómo se debilita el islamismo político en muchos países, pasamos de ese islamismo político a este islamismo guerrero que acaba de ponerse de manifiesto.El cambio principal de uno a otro es que los enemigos de Estados Unidos son cada vez menos visibles a la vez que se fortalecen las situaciones extremas o nacen las vocaciones de kamikace.

Para terminar, ¿es posible interrogarse sobre el papel que podría tener Europa? Sería indecente proponer un cambio de liderazgo o una limitación de la hegemonía estadounidense cuando las calles de Nueva York aún están cubiertas de cascotes. Pero se puede pedir tanto a los europeos como a los propios estadounidenses que frenen una concentración de poder y de los beneficios que ya nos ha introducido en un mundo de violencia y, por tanto, en un debilitamiento de la democracia y en una ampliación de los regímenes y movimientos autoritarios.

Estados Unidos ha recibido un duro golpe y es en primer lugar en las víctimas de los ataques aéreos en las que hay que pensar. Pero todos tenemos la responsiblidad de evitar un enfrentamiento cada vez más catastrófico entre un poder absoluto y unos desarraigados sin esperanza.

Alain Touraine es sociólogo francés, director del Instituto de Estudios Superiores de París.

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