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La crisis de la política de seguridad total

El ataque terrorista fuerza un reexamen de la política militar de EE UU en un mundo de amenazas difusas

Andrés Ortega

Estados Unidos se sentía prácticamente invulnerable. Con el fin de la Guerra Fría había ganado seguridad, al reducirse marcadamente la tensión y el riesgo de un ataque nuclear. Incluso el equilibrio del terror nuclear, aunque amenazante, se había convertido en algo estable y previsible. Hasta hace poco se sentía libre del terrorismo (aunque el Ku Kux Klan lo practicó contra los negros). Tras toda una serie de atentados terroristas, dentro y propio (como en Oklahoma) y fuera, la lucha contra esta forma de agresión no convencional se había convertido en una prioridad, aunque no en la prioridad. Con este terrible golpe, el gigante ha quedado noqueado. Pero a medida que se vuelve a levantar, la lucha contra el terrorismo centrará los debates sobre la política de seguridad y las prioridades en los gastos a estos efectos.

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La cuestión que está en el aire es si, ante este ataque inesperado y brutal, Bush seguirá insistiendo en seguir adelante con su proyecto de escudo contra misiles balísticos. Muchos son los expertos y políticos demócratas que se sienten reforzados al considerar inútil este programa para construir una imaginaria Línea Maginot espacial, que no hubiera parado un ataque como el sufrido con el secuestro de aviones comerciales, u otro simplemente por tierra. Se ha puesto en marcha un debate sobre el concepto de seguridad nacional, que habrá de ser seguridad ciudadana. La situación presupuestaria no permite alegrías. La crisis económica se ha comido el superávit, y los costes que ha provocado la mayor acción terrorista de la historia serán elevados. Pero, en el fondo, la respuesta a si habrá o no escudo está en manos de Bush, en torno al cual hay una piña nacional e internacional. Bush podría vender con facilidad la idea de que hay que protegerse contra todo lo que se mueve en un país que, por primera vez, ha sido duramente alcanzado en su territorio. Se buscará a los culpables, con el riesgo de exagerar la enemistad de regímenes como el cubano, el libio, el iraní o el afgano. Sería absurdo que el resultado fuera aumentar el arco de los enemigos.

Desde al menos 1999 el Informe anual del Secretario de Defensa viene alertando contra este tipo de peligros 'transnacionales' que representan los terrorismos. El presupuesto de la lucha antiterrorista ha pasado de 6.000 millones de dólares en 1995 a 12.000 millones este año, pero es una gota de agua en unos gastos militares que rondan los 300.000 millones de dólares. Bush en mayo pasado creó una Oficina de Prevención Nacional para coordinar esta lucha, pero sin que haya producido resultados. Pero ahora, como anunció Powell, EE UU se propone acabar con el terrorismo. ¿Cómo? Está por ver.

La lucha antiterrorista por EE UU ha tenido cierto éxito, evitando el secuestro de seis aviones en Asia en 1998, y otras acciones posteriores ligadas a la llamada trama del milenio, pero también sonados fracasos. El énfasis de la lucha antiterrorista se ha centrado en ataques de otro tipo, ya sean digitales o bacteriológicos, o menos sofisticados. Lo que no esperaban es un ataque como el ocurrido, con el secuestro sincronizado de cuatro aviones comerciales, y su impacto contra las torres gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington. Un ataque en el que no se ha usado ninguna tecnología avanzada.

Un aspecto notable ha sido el fallo de los servicios de inteligencia interior y exterior. Aunque este debate sólo empieza a apuntar, el FBI, la CIA y la menos conocida pero poderosa Agencia de Seguridad Nacional (NSA) se encuentran ya en la línea de mira de las críticas para explicar lo ocurrido. ¿En qué gastan los millones de dólares que se destinan cada año? Sin duda, tendrán que reformarse, y apostar al menos tanto por el factor humano, como por la tecnología.

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De repente, EE UU se ha sentido vulnerable y amenazado como nunca lo había sido desde la crisis de los misiles de Cuba en 1961, que afortunadamente se desactivó, pues Pearl Harbour fue un duro golpe, pero no tocó el territorio continental. Estados Unidos se sentía una isla geopolítica y, de repente, ya no lo es, lo que cambia la concepción de la seguridad. Los efectos de esta tremenda sensación de inseguridad ciudadana ante una amenaza difusa en la política exterior y de seguridad deberían ser profundos, aunque es difícil augurar en qué sentido.

En EE UU pueden prevalecer las tendencias a encerrarse en el cascarón, a actuar de modo unilateral y a buscar una imposible seguridad total.

EE UU ha pretendido en este mundo ganar guerras con el mando a distancia. Su no implicación, salvo en los aspectos logísticos y de información, en la actual misión de la OTAN en Macedonia es significativa. Pero ahora la guerra -pues, efectivamente, se trata de un 'acto de guerra', aunque no se sepa a ciencia cierta por parte de quién- se le ha venido a su propio territorio. Un signo positivo es que Bush haya pedido ayuda internacional para buscar y castigar a los culpables. Desembocar en una política de cooperación internacional, más multilateral, sería lo deseable. Pero el enfoque yerraría si llevara a crear bloques de nuevo cuño. La cooperación no puede limitarse a Occidente.

El atentado ha puesto de manifiesto que EE UU ya no es invulnerable. ¿Pero alguien se acuerda de que en 1994 una avioneta se estrelló contra la Casa Blanca?

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