Contra el suicida sin cara
No todos los terrorismos son iguales, y por tanto, luchar contra ellos requerirá estrategias y medios distintos. Éste, al menos de momento, no tiene cara, y no se sabe si nunca la tendrá. Pero tiene unas señas de identidad que lo diferencian de otros tipos de terrorismos. La diferencia fundamental está en que estos terroristas no sólo matan, a menudo de forma indiscriminada, sino que saben que van a morir, a inmolarse, en el intento. En este caso, parece claro que los terroristas se hicieron con los mandos de los aviones, lo que requiere un grado de formación elevada.
¿Cómo son estos terroristas? 'A los adeptos se los clasifica según su nivel de instrucción, de fiabilidad, de valor (...) se familiarizan con los lugares y las costumbres de sus víctimas y, luego, una vez que el plan está a punto, golpean. Pero si bien los preparativos se desarrollan en el mayor secreto, la ejecución ha de llevarse a cabo necesariamente en público ante la mayor cantidad posible de gente'. Es una descripción exacta. Sólo que no corresponde a los últimos asesinatos suicidas, sino a la que realiza en Las cruzadas vistas por los árabes el escritor libanés Amin Maalouf de la forma de actuar de la Secta de los Asesinos creada por Hasan en 1090. Y añade: 'Por eso el lugar predilecto era la mezquita y el viernes'. Ahora ha sido Manhattan y sus dos grandes símbolos gemelos, en un ataque vivido por el mundo entero, en una buena parte en directo, por televisión.
La información para prevenir estos golpes se hace mucho más difícil de obtener, pues se organizan en grupos cerrados. El propio Osama Bin Laden impulsa diversas redes y células con autonomía de funcionamiento. Pero hemos vivido un fracaso estrepitoso de los servicios de inteligencia de EE UU, similar al de Pearl Harbour, obsesionados por la tecnología, en la que han invertido mucho, a costa del factor humano. Penetrar estos grupos, como han indicado diversos expertos, requiere agentes. Algún suelo pisan, y algún Estado puede cobijarlos. La CIA y otras agencias disponen de cada vez menos gente sobre el terreno, que hable árabe con sus dialectos locales, o que estén dispuestos a pasar años en las montañas de Afganistán, por ejemplo. Que el presidente Bush saliera precipitadamente de la Casa Blanca para refugiarse en un búnker en Nebraska es comprensible, pero indica que el Gobierno no sabía de qué tipo de ataque estaba siendo objeto. Es de suponer que la CIA, el FBI o la NSA (Agencia Nacional de Seguridad) serán sometidas a una profunda crítica y revisión. El otro aspecto es que éste es un terrorismo no sólo mucho más sofisticado -en los medios utilizados y en la forma de eludir su detección-, sino anónimo, que no reivindica sus acciones, aunque, como en al caso Lockerbie al final se localizó y condenó a los culpables, libios. Los principales ataques contra intereses de EE UU de los últimos años -contra el destructor Cole en Yemen el año pasado, obra de suicidas; o contra las embajadas de EE UU en Kenia y Tanzania- siguen sin ser reivindicados. EE UU tiene un enemigo, pero no sabe quién es, lo que hará la toma de represalias aún más difícil. ¿Contra quién? Cabe, además, recordar que EE UU prohíbe por ley a sus agentes el asesinato. ¿Cambiará ahora para adoptar estrategias como la de los israelíes para, desde hace 30 años, descabezar a los terroristas palestinos?
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