Puerto de Pasajes
Las tendencias de la fotografía navegan en la actualidad en aguas de absoluta libertad. Cada vez las singladuras son más complejas. Revientan moldes estéticos. No permiten establecer límite alguno, por lo que se multiplican las vertientes creadoras hasta lo insólito. El debate sangrante del que fueron testigo los dos siglos anteriores sobre las virtudes y posibilidades artísticas de la fotografía ha quedado para el recuerdo. La fuerza expresiva de la disciplina ha diluido la polémica. Poco importa que el cine arrebatase a la fotografía el séptimo puesto de las bellas artes. Sin que nadie haya ofrecido un puesto definitivo en el escalafón, bien se le podría otorgar el 15, por eso de la niña bonita, porque cuando no luce sola es solicitada como pareja por el resto de las disciplinas artísticas.
A la espera de nuevos alientos que ayuden a mejor comprender estos parajes repletos de sentimientos y emociones, para enfilar bien el mes de septiembre hemos atracado en Zarautz donde el Photomuseum ofrece una curiosa exposición sobre el puerto de Pasajes. El trabajo corresponde a José Ignacio Altuna (Azpetia, 1962). No recuerda haber tenido ninguna influencia particular que le llevase a la profesión de fotógrafo. Con apenas 15 o 16 años, quizás por simple curiosidad, compró su primera cámara en Londres. En Italia, poco tiempo más tarde, estudió fotografía. Durante el día acudía de asistente a un estudio y la noche, a la escuela. Así hasta cumplir los 27, que se estableció por su cuenta.
Las enseñanzas le han llegado de distintos maestros, de los que recuerda entre otros a Gabriele Basilico (Milán, 1944). Le resulta difícil explicar lo que siente por la fotografía. Con ella se explica lo que uno es capaz de ver en la vida; tras la cámara está el ojo y a continuación el intelecto, la historia de una vida, motor principal de los impulsos artísticos. Habitualmente su actividad se centra en catálogos publicitarios. Puede tratarse de muebles o cualquier otro producto comercial, aunque últimamente esta muy centrado en unos clientes que trabajan sobre piezas de cristal. Su ocupación no se limita exclusivamente a la toma de la imagen; trata los resultados con ordenador, varía los diseños e incluso prepara las maquetas donde se va a imprimir.
Ahora se descuelga con su primera exposición, algo que la dureza del mercado en el que se desenvuelve no se lo consiente sin dificultades. Si lo suyo es el color, en esta ocasión se ha inclinado por el blanco y negro. De esta manera presenta un Puerto de Pasajes sin gentes. La figura humana no se encuentra en estas instalaciones. A pesar de ello, su huella está patente en los muelles, las grúas o cargueros amarrados por chicotes al noray. Se adivina por una estela de multitudes donde es inevitable toparse con la fuerza del hombre. Es un aliento a la vida que compensa la zozobra de una ausencia. Este recurso del fotógrafo para llegar, desde la simple estructura, o conceptos portuarios, a estimular la imaginación del espectador ha sido trabajada por Antxon Hernández en su trabajo sobre frontones y de manera brillante por el inolvidable Patxi Cobo en sus Paisajes Industriales de 1986.
No cabe duda que las tomas realizadas por Altuna proporcionan una explicita información sobre el Puerto de Pasajes. Su calidad técnica, resultado de un positivado de una placa de formato medio, es incontestable. Se encuentra en ellas una evidente intención de llegar más allá de lo que enseñan. Con todo, parecen haber sido realizadas sin demasiado tiempo de reflexión. No se encuentra la pasión puntos de vista novedosos; todo está visto de antemano. Incluso el tratamiento lumínico resulta especialmente plano y por lo que las imágenes no alcanzan la relevancia que debieran. No siempre es fácil encontrar solución original a un tema como el que se trata, máxime cuando en el País Vasco los puertos se han fotografiado hasta la saciedad. Para un pueblo de marinos las formas de esta estética resultan muy conocidas, por lo que piden un tratamiento más sutil.
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