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Tribuna:AUTODETERMINACIÓN
Tribuna
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¿Qué hay de malo en ello?

'Hablemos de Autodeterminación', decía X. Zabaltza la semana pasada (en EL PAIS, edición del País Vasco, 4 sept. 01), poniéndose a jugar en la mesa del tahúr el mus más tramposo que se vaya a jugar jamás en nuestra tierra. En democracia se puede hablar de todo ¿no? Pues hablemos de todo, porque de lo contrario daremos 'excusas a los terroristas' o estaremos 'dando argumentos a ETA'. Ninguna idea ni proyecto alguno valen una sola vida humana. Luego discutamos de todo. Así de aparentemente convincente es el sentido común del amigo Zabaltza cuyo supuesto conjetural es el mismo, por cierto, que el que mueve al conjunto nacionalista, con Ibarretxe a la cabeza: '¿Qué hay de malo en ello?', en discutir todas las ideas, las de todos los vascos, se entiende.

'Se nos quiere hacer creer que , lograda la autodeterminación, desaparecería el terrorismo'
'El nacionalismo no practica la reciprocidad tolerante con el que no comparte su idea'

Y así se plantea hablar de la autodeterminación, no de todas las demás ideas, no de los problemas derivados de la globalización ni de las crecientes desigualdades ni del desafío europeo, la inmigración o lo que se relacione con la cultura, que son los problemas de los que agradaría discutir a Zabaltza. Qué va, únicamente hay que hablar de una sola idea, de la que ha puesto sobre el tapete precisamente ETA, mira por dónde. Y se trata además de que si no se discute previamente sobre esa idea ya no se puede hablar de ninguna más pues ya no habría democracia. Y, pese a mostrarse contrariado, Zabaltza propone en consecuencia que hablemos de autodeterminación. Claro, ¿qué hay de malo en ello?

En ello, sin embargo, no solamente hay mucho de malo sino lo peor de lo peor. Precisamente en ello nos iría la democracia que, como se sabe, es un ideal de sociedad además de ser el sistema de gobierno menos malo que se haya encontrado entre nosotros para solventar el conflicto mediante ciertos requisitos procedimentales ('un hombre, un voto' es el más importante). Es decir, la democracia es también una esperanza social para combatir el mal absoluto de la crueldad mediante la educación permanente en dos virtudes: una, la virtud liberal de la tolerancia y otra, más específicamente democrática, la del pluralismo. Si la tolerancia es una precondición para la competencia pacífica y el compromiso pragmático, es menester afirmar que deben discutirse todas las ideas precisamente porque todas son discutibles, es decir, ninguna es la verdadera hasta que ésa no se discuta sin coacción junto a muchas otras más para adoptar la más conveniente. De modo que si no existen estos tres componentes esenciales de la tolerancia, ésta se rompe: uno, proporcionar razones sobre aquello que se considera intolerable; dos, el principio de no causar daño y, además el de la reciprocidad. ¿La idea de autodeterminación enarbolada por el nacionalismo vasco no ha roto ya la elasticidad de la tolerancia en lo que concierne a sus tres componentes de racionalidad? Sospecho que sí.

En efecto, 1º, el nacionalismo no practica la reciprocidad tolerante con el que no comparte su idea pues no tolera que se le objete con argumentos que la autodeterminación no es la condición necesaria para que en Euskadi haya democracia. No está dispuesto a discutir esa idea suya como otra cualquiera más y califica al oponente político de 'mandados por Madrid' o enfeudados en un proyecto constitucional que oprime a los vascos. Es decir, el nacionalismo es intolerante con sus oponentes porque pone sobre la mesa esa idea a modo de órdago: o se acepta o rompe la baraja en nombre de que ya no hay democracia. Vosotros hacéis lo mismo porque a la Constitución -nos replica el nacionalismo- la tratáis como un texto sagrado e indiscutible. Nuestro argumento es que discutimos precisamente porque hay Constitución, pues de lo contrario habría franquismo y dictadura y, además, el nacionalismo ha sido el máximo beneficiado porque, gracias a la Constitución, hay un Estado vasco semi-federal y porque gracias a ella se puede alterarla hasta incluso poder independizarse Euskadi. Pero hablando y discutiendo y no saltándonos o aboliendo la Constitución.

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Por otra parte, 2º, esa idea de autodeterminación es la que más daño hace ahora mismo al conjunto de la sociedad vasca. El mismo Zabaltza dice que ETA lleva asesinando durante un cuarto de siglo porque la Constitución no permite la autodeterminación. Bueno, eso es lo que él y muchos más creen, porque es precisamente ese uno de los spots publicitarios de Batasuna (el brazo ideológico de ETA) y una de las tan viles como recientes oportunidades de hacer política chantajista para el resto del nacionalismo, pero jamás ETA ha dicho que esté matando y extorsionando por la autodeterminación. Sin embargo, el comportamiento nacionalista induce a hacernos creer a los vascos que, lograda la autodeterminación, desaparecería el terrorismo; es decir, esta idea la conciben como compartida y compartible con ETA (como fin, aunque no acepten sus medios).

Luego no solamente es nociva en cuanto idea motora de conductas asesinas sino también en cuanto idea susceptible de causar la paz social, porque ésta no depende aquí de idea alguna sino de la suspensión pura y simple de toda coacción física y moral a los ciudadanos por parte de ETA. La paz se instauraría en cuanto la violencia quedase reservada monopolista y unilateralmente al Estado democrático. A menos que se mantenga que no existe democracia, pero entonces no se puede ser un partido que detente la Lehendakaritza ni la gestión económica, política y cultural de un Estado al que los ciudadanos suponen legítimo por razones democráticas.

Y por último, 3º, las razones del nacionalismo vasco en contra del Estado constitucional actual (o razones de lo que es intolerable para él) son una mera suma de supuestos políticos voluntaristas y de falsedades históricas. Es decir no son razonables.

Las falsedades históricas referentes al 'conflicto histórico de naturaleza política' o 'contencioso entre Euskadi y España' son archiconocidas pero jamás reconocidas por los abertzales, pese a que la comunidad científica sea unánime al respecto. Pero tal visión de antagonismo bipolar y bélico condiciona los supuestos políticos del nacionalismo, tanto en lo relativo al diagnóstico del terrorismo de ETA (considerado como mera 'expresión del conflicto', algo así como un grano que sale del mal histórico de fondo) y en las contrapartidas para desactivarlo como en la evidencia de pluralidad de la sociedad vasca. Esos supuestos erróneos y falsedades históricas del nacionalismo que apuesta por la democracia le han llevado al rupturismo constitucional y a plantear que el futuro 'esté en manos del Pueblo Vasco' como si hasta ahora no se hubiera hecho la voluntad general cuya gestión del poder soberano les está posibilitando precisamente a ellos detentarlo en exclusiva.

Ibarretxe dejó aclarado en su discurso de investidura este voluntarismo irracional de su política: en el futuro se hará lo que el Pueblo Vasco quiera e iremos a la autodeterminación porque simplemente la queremos. Pero eso no son razones.

Y si en lo que concierne a la virtud liberal de la tolerancia el nacionalismo autodeterminista está tan raquítico, su depauperación es ya total en lo concerniente a la virtud específicamente democrática del pluralismo, precondición para el respeto mutuo y el compromiso moral. El nacionalismo ya sabe, vaya que sí, que la sociedad vasca es plural, diversa, compleja y fragmentada pero pluralidad social no es pluralismo, ni mucho menos, porque pluralismo implica un reconocimiento recíproco: aquí, como mínimo, un respeto institucional al vasco de otras costumbres y proyectos, un respeto a intenciones y deseos diferentes de los abertzales, una afirmación de reciprocidad ante la cultura vasca no euskaldun o no abertzale. No obstante, la voluntad de unificación y construcción nacional actúa de rodillo político y cultural, haciendo determinarse a los ciudadanos no-nacionalistas en la dirección del trazado nacional vasco, promoviendo una secesión cultural e ideológica desde los medios ideológicos que controlan.

Resulta casi extraño pedir autodeterminación cuando, saltándose la virtud liberal de la tolerancia y la democrática del pluralismo, el nacionalismo está lográndola de dos en dos peldaños mediante su monopolio institucional, por eso suena a retórica la pregunta de Zabaltza '¿vale la pena todo este follón para cambiar poco más que la bandera?'.

Yo le diría que sí vale la pena cuando ETA presiona más y más, pues en un salto hacia adelante cada vez con menos retorno, el nacionalismo institucional ha optado por ceder y volver a ceder ante ETA, ahora exigiendo hablar de autodeterminación: espera así quedar al margen del 'conflicto armado', es decir, del tiro en la nuca, del explosivo o de la bomba lapa.

Las virtudes liberales y democráticas a las que nunca ha sido demasiado adicto no le van a mover ahora al nacionalismo hacia el lado vasco en que nos ha situado el verdugo a casi la mitad de la sociedad. Así como el s. XIX entero y una buena parte del XX fueron tiempos de contienda civil entre vascos, parecería que el nacionalismo intentase volver a un escenario de fratricidio generalizado al impulsar la autodeterminación. Y esto ¿no lo ha intuido el amigo Zabaltza cuando dice que 'En el mismo momento en que Vizcaya-Guipúzcoa, con o sin Álava, consiguiera la independencia, los vascos de Navarra nos convertiríamos en extranjeros en nuestra propia tierra'? Porque ¿cómo quedaríamos entonces más de medio millón de votantes del PP y del PSOE en Vizcaya y Guipúzcoa? ¿No debiéramos los donostiarras y bilbainos separarnos del resto de Guipúzcoa y Vizcaya, si fuésemos mayoría no-independentista? ¿Qué hay de malo en ello? Simplemente, un fratricidio en la ruptura democrática.'Hablemos de Autodeterminación', decía X. Zabaltza la semana pasada (en EL PAIS, edición del País Vasco, 4 sept. 01), poniéndose a jugar en la mesa del tahúr el mus más tramposo que se vaya a jugar jamás en nuestra tierra. En democracia se puede hablar de todo ¿no? Pues hablemos de todo, porque de lo contrario daremos 'excusas a los terroristas' o estaremos 'dando argumentos a ETA'. Ninguna idea ni proyecto alguno valen una sola vida humana. Luego discutamos de todo. Así de aparentemente convincente es el sentido común del amigo Zabaltza cuyo supuesto conjetural es el mismo, por cierto, que el que mueve al conjunto nacionalista, con Ibarretxe a la cabeza: '¿Qué hay de malo en ello?', en discutir todas las ideas, las de todos los vascos, se entiende.

Y así se plantea hablar de la autodeterminación, no de todas las demás ideas, no de los problemas derivados de la globalización ni de las crecientes desigualdades ni del desafío europeo, la inmigración o lo que se relacione con la cultura, que son los problemas de los que agradaría discutir a Zabaltza. Qué va, únicamente hay que hablar de una sola idea, de la que ha puesto sobre el tapete precisamente ETA, mira por dónde. Y se trata además de que si no se discute previamente sobre esa idea ya no se puede hablar de ninguna más pues ya no habría democracia. Y, pese a mostrarse contrariado, Zabaltza propone en consecuencia que hablemos de autodeterminación. Claro, ¿qué hay de malo en ello?

En ello, sin embargo, no solamente hay mucho de malo sino lo peor de lo peor. Precisamente en ello nos iría la democracia que, como se sabe, es un ideal de sociedad además de ser el sistema de gobierno menos malo que se haya encontrado entre nosotros para solventar el conflicto mediante ciertos requisitos procedimentales ('un hombre, un voto' es el más importante). Es decir, la democracia es también una esperanza social para combatir el mal absoluto de la crueldad mediante la educación permanente en dos virtudes: una, la virtud liberal de la tolerancia y otra, más específicamente democrática, la del pluralismo. Si la tolerancia es una precondición para la competencia pacífica y el compromiso pragmático, es menester afirmar que deben discutirse todas las ideas precisamente porque todas son discutibles, es decir, ninguna es la verdadera hasta que ésa no se discuta sin coacción junto a muchas otras más para adoptar la más conveniente. De modo que si no existen estos tres componentes esenciales de la tolerancia, ésta se rompe: uno, proporcionar razones sobre aquello que se considera intolerable; dos, el principio de no causar daño y, además el de la reciprocidad. ¿La idea de autodeterminación enarbolada por el nacionalismo vasco no ha roto ya la elasticidad de la tolerancia en lo que concierne a sus tres componentes de racionalidad? Sospecho que sí.

En efecto, 1º, el nacionalismo no practica la reciprocidad tolerante con el que no comparte su idea pues no tolera que se le objete con argumentos que la autodeterminación no es la condición necesaria para que en Euskadi haya democracia. No está dispuesto a discutir esa idea suya como otra cualquiera más y califica al oponente político de 'mandados por Madrid' o enfeudados en un proyecto constitucional que oprime a los vascos. Es decir, el nacionalismo es intolerante con sus oponentes porque pone sobre la mesa esa idea a modo de órdago: o se acepta o rompe la baraja en nombre de que ya no hay democracia. Vosotros hacéis lo mismo porque a la Constitución -nos replica el nacionalismo- la tratáis como un texto sagrado e indiscutible. Nuestro argumento es que discutimos precisamente porque hay Constitución, pues de lo contrario habría franquismo y dictadura y, además, el nacionalismo ha sido el máximo beneficiado porque, gracias a la Constitución, hay un Estado vasco semi-federal y porque gracias a ella se puede alterarla hasta incluso poder independizarse Euskadi. Pero hablando y discutiendo y no saltándonos o aboliendo la Constitución.

Por otra parte, 2º, esa idea de autodeterminación es la que más daño hace ahora mismo al conjunto de la sociedad vasca. El mismo Zabaltza dice que ETA lleva asesinando durante un cuarto de siglo porque la Constitución no permite la autodeterminación. Bueno, eso es lo que él y muchos más creen, porque es precisamente ese uno de los spots publicitarios de Batasuna (el brazo ideológico de ETA) y una de las tan viles como recientes oportunidades de hacer política chantajista para el resto del nacionalismo, pero jamás ETA ha dicho que esté matando y extorsionando por la autodeterminación. Sin embargo, el comportamiento nacionalista induce a hacernos creer a los vascos que, lograda la autodeterminación, desaparecería el terrorismo; es decir, esta idea la conciben como compartida y compartible con ETA (como fin, aunque no acepten sus medios).

Luego no solamente es nociva en cuanto idea motora de conductas asesinas sino también en cuanto idea susceptible de causar la paz social, porque ésta no depende aquí de idea alguna sino de la suspensión pura y simple de toda coacción física y moral a los ciudadanos por parte de ETA. La paz se instauraría en cuanto la violencia quedase reservada monopolista y unilateralmente al Estado democrático. A menos que se mantenga que no existe democracia, pero entonces no se puede ser un partido que detente la Lehendakaritza ni la gestión económica, política y cultural de un Estado al que los ciudadanos suponen legítimo por razones democráticas.

Y por último, 3º, las razones del nacionalismo vasco en contra del Estado constitucional actual (o razones de lo que es intolerable para él) son una mera suma de supuestos políticos voluntaristas y de falsedades históricas. Es decir no son razonables.

Las falsedades históricas referentes al 'conflicto histórico de naturaleza política' o 'contencioso entre Euskadi y España' son archiconocidas pero jamás reconocidas por los abertzales, pese a que la comunidad científica sea unánime al respecto. Pero tal visión de antagonismo bipolar y bélico condiciona los supuestos políticos del nacionalismo, tanto en lo relativo al diagnóstico del terrorismo de ETA (considerado como mera 'expresión del conflicto', algo así como un grano que sale del mal histórico de fondo) y en las contrapartidas para desactivarlo como en la evidencia de pluralidad de la sociedad vasca. Esos supuestos erróneos y falsedades históricas del nacionalismo que apuesta por la democracia le han llevado al rupturismo constitucional y a plantear que el futuro 'esté en manos del Pueblo Vasco' como si hasta ahora no se hubiera hecho la voluntad general cuya gestión del poder soberano les está posibilitando precisamente a ellos detentarlo en exclusiva.

Ibarretxe dejó aclarado en su discurso de investidura este voluntarismo irracional de su política: en el futuro se hará lo que el Pueblo Vasco quiera e iremos a la autodeterminación porque simplemente la queremos. Pero eso no son razones.

Y si en lo que concierne a la virtud liberal de la tolerancia el nacionalismo autodeterminista está tan raquítico, su depauperación es ya total en lo concerniente a la virtud específicamente democrática del pluralismo, precondición para el respeto mutuo y el compromiso moral. El nacionalismo ya sabe, vaya que sí, que la sociedad vasca es plural, diversa, compleja y fragmentada pero pluralidad social no es pluralismo, ni mucho menos, porque pluralismo implica un reconocimiento recíproco: aquí, como mínimo, un respeto institucional al vasco de otras costumbres y proyectos, un respeto a intenciones y deseos diferentes de los abertzales, una afirmación de reciprocidad ante la cultura vasca no euskaldun o no abertzale. No obstante, la voluntad de unificación y construcción nacional actúa de rodillo político y cultural, haciendo determinarse a los ciudadanos no-nacionalistas en la dirección del trazado nacional vasco, promoviendo una secesión cultural e ideológica desde los medios ideológicos que controlan.

Resulta casi extraño pedir autodeterminación cuando, saltándose la virtud liberal de la tolerancia y la democrática del pluralismo, el nacionalismo está lográndola de dos en dos peldaños mediante su monopolio institucional, por eso suena a retórica la pregunta de Zabaltza '¿vale la pena todo este follón para cambiar poco más que la bandera?'.

Yo le diría que sí vale la pena cuando ETA presiona más y más, pues en un salto hacia adelante cada vez con menos retorno, el nacionalismo institucional ha optado por ceder y volver a ceder ante ETA, ahora exigiendo hablar de autodeterminación: espera así quedar al margen del 'conflicto armado', es decir, del tiro en la nuca, del explosivo o de la bomba lapa.

Las virtudes liberales y democráticas a las que nunca ha sido demasiado adicto no le van a mover ahora al nacionalismo hacia el lado vasco en que nos ha situado el verdugo a casi la mitad de la sociedad. Así como el s. XIX entero y una buena parte del XX fueron tiempos de contienda civil entre vascos, parecería que el nacionalismo intentase volver a un escenario de fratricidio generalizado al impulsar la autodeterminación. Y esto ¿no lo ha intuido el amigo Zabaltza cuando dice que 'En el mismo momento en que Vizcaya-Guipúzcoa, con o sin Álava, consiguiera la independencia, los vascos de Navarra nos convertiríamos en extranjeros en nuestra propia tierra'? Porque ¿cómo quedaríamos entonces más de medio millón de votantes del PP y del PSOE en Vizcaya y Guipúzcoa? ¿No debiéramos los donostiarras y bilbainos separarnos del resto de Guipúzcoa y Vizcaya, si fuésemos mayoría no-independentista? ¿Qué hay de malo en ello? Simplemente, un fratricidio en la ruptura democrática.

Mikel Azurmendi, es profesory escritor.

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