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Reportaje:

El héroe aparcado

Bush parece marginar a su secretario de Estado de las grandes decisiones

Enric González

A nadie se le escapó el detalle. Fue la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, y no el secretario de Estado, Colin Powell, quien compareció el miércoles ante la prensa para informar sobre las conversaciones entre George W. Bush y el presidente de México, Vicente Fox. La de Fox era una visita de Estado y se le había otorgado la máxima relevancia. El propio Bush acababa de proclamar que la relación con México era 'lo más importante para Estados Unidos'. Y, sin embargo, Powell, el jefe de la diplomacia, parecía quedar al margen. La pregunta era obligada: 'Condy', inquirió un reportero, '¿dónde está Powell? ¿Qué hay de cierto en que usted influye cada vez más, y el secretario de Estado, cada vez menos?'.

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'Colin Powell cuenta con todo el respeto del presidente y no hay ningún problema entre nosotros', respondió Rice. Pero nadie quedó convencido. El oscurecimiento de una figura tan imponente como la de Powell, héroe militar, modelo de integridad y objeto de devoción a derecha e izquierda, se ha convertido en el mayor misterio de la nueva Administración republicana. Y constituye un motivo de inquietud para los Gobiernos del resto del planeta. El jefe de la diplomacia más poderosa resulta apenas visible o audible, y además ha sufrido repetidas descalificaciones por parte del trío que concentra todo el poder de la Casa Blanca: el presidente, George W. Bush; el vicepresidente, Dick Cheney, y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld. El trío confía más en la dureza y las tendencias unilateralistas de Condoleezza Rice que en la experiencia y la moderación del veterano héroe de guerra.

Lo cual, hasta ahora, se ha reflejado en una política exterior que irrita a los países amigos y encona el enfrentamiento con los enemigos.

Resultaba difícil que Powell satisfaciera las enormes expectativas despertadas por su nombramiento. Era uno de los hombres más populares de Estados Unidos (en 1995 se planteó aspirar a la presidencia y tanto republicanos como demócratas le cortejaron) y gozaba de un gran respeto internacional. Su primera aparición en la sede del Departamento de Estado fue saludada con estruendosos aplausos de los funcionarios. 'Accedió al cargo con una reputación casi divina', comenta el veterano senador republicano Chuck Hagel. De él se esperaba que compensara la inexperiencia de Bush en asuntos internacionales y además que convirtiera el poder de la potencia hegemónica en una influencia benigna para el mundo.

En cuanto a su talento, no hay discusión. Cuando George W. Bush, asesorado por Condoleezza Rice, decidió romper sin previo aviso con el Protocolo de Kioto (el acuerdo internacional sobre limitación en las emisiones de gases que causan el calentamiento climático), Powell hizo notar su desacuerdo. No sirvió de nada, pero el tiempo le ha dado la razón. La propia Rice admite que aquella decisión dañó la imagen del presidente, tanto para el electorado doméstico como para la opinión pública internacional.

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La sensatez tiende a inclinarse del lado del general de cuatro estrellas en prácticamente todas las ocasiones en que Bush, Cheney y Rumsfeld le han desautorizado: en las negociaciones con Rusia sobre la cancelación del tratado ABM de 1972 (de las que se encarga personalmente Rice); en la actitud frente a la represión antipalestina por parte de Israel (Powell condenó los ataques selectivos, Cheney les encontró 'alguna justificación'); en lo referente a la cumbre sobre racismo en Suráfrica (Powell consideraba un deber moral su presencia personal, por ser el primer secretario de Estado de raza negra, pero Bush le ordenó no viajar); en las relaciones con enemigos como Corea del Norte o Irak (Powell aconsejó negociar discretamente y atraer el apoyo de los aliados; Bush prefirió las palabras altisonantes en un caso y los bombardeos en el otro, aunque al menos en cuanto a los coreanos ha empezado a rectificar).

Powell considera imprescindible mantener la estrategia multilateral seguida por George Bush padre y Bill Clinton. Condoleezza Rice, una de las pocas voces que el actual presidente escucha, prefiere la fuerza y los hechos consumados: 'Hay ocasiones en que EE UU no está de acuerdo con todas las partes implicadas', afirma, 'y, dada nuestra especial posición en el mundo, tenemos la obligación de hacer lo que creemos correcto'.

Algunos creen que Powell se limita a esperar el fracaso de Rice y de su impaciencia diplomática para erigirse en la referencia indiscutible. Sus amigos reconocen que se siente 'frustrado'. Nadie sabe hasta cuándo podrá soportar su actual marginación.

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