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Reportaje:

A la espera de un final feliz

Tres millones de mexicanos 'sin papeles' esperan la normalización anunciada por los presidentes George Bush y Vicente Fox

Es un hombre menudo y enjuto, un indio de Chiapas, castigado por una historia que a sus 24 años ya le avejenta. No quiere dar su nombre, pero cuenta la peripecia que hace unos meses le trajo de forma ilegal a Estados Unidos. En Chiapas trabajaba en el campo a cambio de un salario que, en dólares, rondaba los 12 a la semana (menos de 2.400 pesetas). No había salida ni futuro. El hombre se juntó a otros vecinos para tentar la suerte en el paraíso del norte. La frontera de California, sellada con muros y vigilada día y noche por la Policía de Fronteras, está imposible. La alternativa, viniendo de Chiapas, era jugársela por el desierto de Arizona, donde a la dureza del terreno se une la perversión humana, con patrullas de rancheros dedicados a la caza y captura de los ilegales. Tras pactar con un coyote, los de Chiapas formaron un grupo de una treintena de personas y se echaron adelante.

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Al cabo de cuatro días, un contacto les recogería al otro lado para ponerles camino del destino elegido. Las marchas eran nocturnas, para evitar ser blanco fácil de la patrulla de fronteras o de los rancheros. El error, fatal, fue encender una fogata para calentarse en una noche gélida del pasado febrero. Un helicóptero detectó al grupo y todos fueron detenidos. Todos menos el hombre menudo, que se escondió y cubrió de tierra. Al quedar solo siguió como pudo un camino que por ahora termina en el norte de Estados Unidos, tras pasar antes por Florida. Gana 300 dólares a la semana y envía parte a la familia que quedó atrás.

Es una historia a la espera de un final feliz, la normalización o legalización de los emigrantes que tantean los presidentes George Bush y Vicente Fox. 'Ojala haya una amnistía y que los dos países trabajen juntos y no haya más muertos en el desierto', dice el huido de Chiapas. Cada día, a lo largo de los 3.500 kilómetros de frontera entre EE UU y México muere un inmigrante que perseguía el sueño del norte. El pasado mayo, 14 de un golpe perecieron deshidratados en el desierto de Arizona.

El prófugo anónimo, Carlos el pintor, Clara la limpiadora, Felipe el jardinero, Zeferino el camarero son parte de los tres millones de mexicanos que viven sin papeles en EE UU. Los datos del censo de 2000 han revelado que los hispanos son ya más de 35 millones en Estados Unidos. Seis de cada diez personas de ese contingente, 20,6 millones, tienen raíces mexicanas. Es el grupo nacional más nutrido, muy por delante de los puertorriqueños (3,4 millones, 9,6% de los hispanos) y los cubanos (1,8 millones, 3,5%). El mosaico centroamericano contribuye con 1,7 millones, por delante del procedente de América del Sur (1,4 millones), donde la primacía es de los colombianos que huyen a la desesperada de una guerra civil que ya va para medio siglo.

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Los inmigrantes, legales o no, resultan imprescindibles a EE UU. 'Estos chicos son vitales', dice el responsable de un restaurante de Chicago, un sector donde el salario medio ronda los 6,50 dólares a la hora, una pequeña fortuna para quienes ganarían la mitad por toda una jornada si se hubieran quedado en México. La agricultura de California, la más rica de EE UU, es inconcebible sin los mexicanos y en Iowa, en el corazón rural del país, el gobernador Tom Vilsack puso el año pasado en marcha un programa llamado Nuevos Iowanos para atraer 310.000 inmigrantes con que contrarrestar el envejecimiento progresivo y la aniquilación económica. Iowa, la de los cinematográficos puentes de Madison, tierra natal de John Wayne, es blanca como la leche que producen sus vacas y asimila mal a los forasteros de piel tostada y lengua extraña, de los que ya hay unos 83.000. Ha sido una explosión repentina y mal asimilada por un territorio que sólo recibió grupos nacionales en cantidades grandes en la segunda mitad del siglo XIX (115.000 alemanes y 72.000 escandinavos).

En el único restaurante mexicano de Mason City, en el norte de Iowa, con muy pocos mexicanos entre sus 29.000 habitantes, Francisco Márquez, mexicano nacido en Chicago y recriado al sur de la frontera, comentaba hace unos días que 'a la gente de aquí le asusta los que hablan otra lengua o tienen otras costumbres'. Eduardo Hernández, su jefe, agregaba: 'Hay un poco de discriminación'.

Las cifras del censo fueron un aldabonazo que ha dado seguridad y confianza a los hispanos, a pesar de los contratiempos de la discriminación, en algunos casos letal como en California y otros Estados. Los más politizados ven su creciente presencia en los Estados del suroeste como un ajuste de cuentas con la historia, una reconquista de territorios de los que fueron expulsados o sobre los que quedaron sin derechos tras la guerra de Estados Unidos y México que concluyó con la pérdida en 1848 de Nuevo México, Arizona, California y Tejas. Y los más febriles sueñan, en el punto de mira del FBI, con una República del Norte formada por los Estados que están a caballo de la frontera al norte y el sur de la raya. Con el 42,1%, Nuevo México es el Estado con mayor proporción de hispanos, pero ninguno bate a los 11 millones de hispanos de California, uno de cada tres de sus habitantes. La proporción es semejante en Tejas (6,7 millones). En los tres casos, por razones geográficas, la inmensa mayoría son de origen mexicano. Aproximadamente, tres de cada cuatro hispanos de EE UU viven en una franja a 300 kilómetros de la frontera. Los otros grandes focos son Florida, Nueva York y Chicago, donde el 26% de la población tiene raíz hispana. Chicago es la segunda ciudad mexicana de EE UU con 530.000, la mitad que Los Angeles.

La fuerza numérica de los hispanos no tiene aún correspondencia política. En la Cámara de Representantes, sólo 21 de los 435 escaños tienen ocupante hispano, grupo ausente del Senado. Los hispanos han sido tradicionalmente remisos a votar, recelo que los politólogos atribuyen a falta de formación política y al hecho de proceder de países donde el juego político no puede caer más bajo. Es un problema que tardará en resolverse porque millones de hispanos no son ciudadanos y muchos millones tampoco tienen edad de votar.

Un policía de fronteras de EE UU traslada a varios inmigrantes ilegales detenidos.
Un policía de fronteras de EE UU traslada a varios inmigrantes ilegales detenidos.ASSOCIATED PRESS

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