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España-Marruecos, un matrimonio turbulento

Tahar Ben Jelloun

La vecindad es como un matrimonio a la fuerza. Se caracteriza por las turbulencias, las peleas y las incomprensiones debidas a la incompatibilidad o el humor. Entre España y Marruecos la vecindad y la proximidad de las costas (sólo 14 kilómetros separan a los dos países) se parecen desde hace tiempo a un mal matrimonio. ¿Qué ocurre? ¿Por qué la España oficial y oficiosa se pone cada vez más nerviosa cuando se trata de Marruecos? Para José Bono, presidente de Castilla-La Mancha, 'Marruecos no es un país amigo, sino una dictadura encubierta, un país dominado por mafias'. Y añade después que 'la monarquía debería estar en un museo arqueológico' (EL PAÍS, 22 de agosto de 2001). Para un jefe de policía, inspector jefe de delitos económicos, 'el régimen de Rabat protege el tráfico de droga'. Durante este tiempo, el ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, convocó al embajador de Marruecos para informarle de la 'culpabilidad de Marruecos' en la avalancha de pateras.

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Marruecos se ve así satanizado, su Gobierno insultado y su rey difamado. Me gustaría responder a estos ataques como un simple ciudadano, cuya profesión es escribir y a menudo denunciar las injusticias y los sistemas políticos no democráticos. No me envían ni Rabat ni el palacio real para proclamar mi cólera y mi desaprobación.

Un proverbio dice que 'quien a su perro quiere matar, rabia le ha de levantar', y otro dice lo mismo de otra manera: 'A perro flaco, todo son pulgas'.

España no está contenta con la actitud firme y digna de Marruecos en las últimas discusiones a propósito del acuerdo de pesca. Hace cuatro años los medios de comunicación se ensañaron contra Marruecos porque reclamaba un acuerdo de pesca que respetara su soberanía y sus intereses. Estaba harto del pillaje en sus costas. Todo el mundo sabe que no tiene los medios técnicos ni militares para vigilar esta riqueza pesquera. Además, Marruecos se preocupaba por el tamaño de la malla de las redes para no matar a especies demasiado pequeñas, que desaparecerían definitivamente si los pescadores españoles continuaban saqueándolo todo. Hoy día encontramos muchas pulgas en este país, y se pretende, con ayuda de la mala fe, desestabilizarlo haciendo de él un 'país traficante, una tierra de mafia'. Se sacan las fotos de las pateras y los muertos, y se hace responsable al Gobierno marroquí de todos los dramas que se suceden a diario a lo largo de las costas españolas y marroquíes.

Se ha dicho y se ha repetido que el problema de los clandestinos supera el principio de la vigilancia. Es un drama que sólo afecta a estos dos países vecinos. Italia vive este problema sin echar la culpa a los países que la rodean. Al contrario, ha puesto en marcha estructuras de acogida e información para ayudar a estas personas ya estafadas por bandas de mafiosos. ¿Cuántos patronos europeos se alegran de tener mano de obra mal pagada y mantenida por el chantaje de la denuncia? ¿Cuántas veces Marruecos ha pedido a los países europeos que le consideren un interlocutor serio y negocien con él el flujo migratorio legal, puesto que todas las previsiones sociológicas y económicas afirman que Europa necesitará cada vez más inmigrantes? Pero la Unión Europea se interesa más por el Este que por el Sur.

Se ha dicho y repetido, España mira hacia el Norte y olvida el Sur. Olvida que fue una potencia colonizadora, que no hizo nada en las provincias del norte de Marruecos y que se marchó sin preocuparse de su propia responsabilidad en el subdesarrollo de este país. Dejó el norte de Marruecos en un estado ruinoso. Curiosamente, los marroquíes nunca han considerado a los españoles como colonos, pues se les parecían y no eran mucho más ricos que ellos. Se hablaba de la 'fraternidad en la pobreza'. El racismo, apenas disimulado, racismo anti-Marruecos, es casi una tradición, una mala costumbre del pensamiento español. Los cientos de miles de inmigrantes marroquíes que cruzan España en verano saben algo de esto. Los prejuicios anti-musulmanes persisten. Los marroquíes nunca han considerado a España un país enemigo. Al contrario, recuerdan con nostalgia la historia común de esas dos civilizaciones, la época en que las culturas se reencontraban para enriquecerse mutuamente y consolidarse.

Se ha dicho y repetido que invirtiendo en los países del Sur se luchará mejor contra la inmigración clandestina.

Resulta que yo amo a estos dos países, que me encuentro bien en España y que en Marruecos no vivo bajo una dictadura. Me gusta y defiendo la monarquía marroquí, porque tiene una legitimidad histórica y el joven rey Mohamed VI es un verdadero demócrata que ha tenido el valor y la inteligencia de abrir los informes de los años de plomo de su difunto padre y leer y hacer leer estas páginas de una historia común que duele.

España tiene más puntos en común con Marruecos que con Alemania o Gran Bretaña. El Mediterráneo es más que un mar, es un espíritu, una mentalidad común. España tiene que aceptar y asumir su vecindad y considerar a Marruecos un interlocutor igual en el plano de los principios y del derecho. Tiene que reforzar su lucha contra el racismo y movilizarse para impedir el desarrollo y sobre todo la trivialización de esta plaga universal.

No hay rabia ni pulgas. Sólo una voluntad de buena vecindad, una voluntad de existir en la dignidad y el respeto mutuos.

Tahar Ben Jelloun es escritor marroquí.

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