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Reportaje:RAÍCES

Un oasis industrial

El investigador José Luis Gutiérrez Molina explica en un libro el nacimiento de los Astilleros de Cádiz

Se dice que en la Bahía de Cádiz los términos industrialización y construcción naval son casi equivalentes. Desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la actualidad, el sector ha venido capeando todos los vaivenes históricos y cuestionando la teoría del fracaso de la industrialización andaluza. Tres centros principales han servido de eje a esta empresa: el arsenal militar de La Carraca y los establecimientos privados de Matagorda y Cádiz. Sobre la fundación del último, ha visto recientemente la luz el volumen El nacimiento de una industria. El astillero Vea-Murguía de Cádiz (1891-1903), del investigador José Luis Gutiérrez Molina.

Creado a raíz del ambicioso plan de 1886 del ministro Rodríguez Arias para la construcción de una nueva escuadra, el astillero que se conoce popularmente como Vea-Murguía -en memoria del grupo familiar que lo impulsó- logró consolidarse gracias a la cualificación de su personal y a la tradición constructora de la zona.

Fuerzas vivas

'Aunque no tenían tradición empresarial, los Vea-Murguía sirvieron como mascarón de proa para un grupo muy fuerte de la burguesía local, con el respaldo de gente tan influyente como Cayetano del Toro, Miguel Aguirre o los Lizaur', explica el autor de la obra. 'Fue un proyecto que agrupó a todas las fuerzas vivas de la ciudad', recalca el investigador.

El libro de Gutiérrez Molina, profusamente ilustrado, define como 'un oasis en el desierto industrial' aquel sector de bienes de equipo en un área predominante de transformación alimentaria.

A mediados de los años ochenta del siglo XIX, cuando se empezó a hablar de la necesidad de una renovación para la envejecida marina de guerra española, surgió una oportunidad no sólo para los astilleros gaditanos, sino también para la siderurgia vizcaína, que no encontraba una fácil salida para sus productos.

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'Tanto el astillero de Cádiz como el del Nervión surgen, en mi opinión, por una presión de los empresarios siderometalúrgicos españoles, que tenían una fuerte competencia en Europa', señala Gutiérrez Molina. 'Por otra parte, el Estado era la única empresa con capacidad financiera para reconstruir una flota española que prácticamente no existía desde la batalla de Trafalgar', agrega el investigador.

No obstante, el autor subraya en El nacimiento de una industria la constante del sufrimiento, empresarial y económico. 'Una empresa como los astilleros exige un afán de inversiones, su amortización es lenta y los plazos de contratación muy largos', afirma. 'Por eso, una industria que nace con lo justo, como fue la de Cádiz, va a depender constantemente de la coyuntura', asevera Gutiérrez Molina.

Todas estas vicisitudes precipitaron el cierre del astillero Vea-Murguía hacia 1903, bajo la dirección del vasco Eduardo Aznar. 'No olvidemos que se trata del nacimiento de la moderna construcción española, que no alcanzaría hasta 1960 su gran ciclo expansivo', recuerda Gutiérrez Molina.

'Fue un parto largo y Cádiz lo pagó con el cierre de sus astilleros hasta 1917', relata el autor de El nacimiento de una industria. El astillero Vea-Murguía de Cádiz (1891-1903). Curiosamente, fue otro financiero bilbaíno, Horacio Echevarrieta, quien compró la empresa para reactivar, ya en la década de los años cincuenta, uno de los grandes núcleos de la segunda revolución industrial en España.

Sobre los terrenos que ocupó aquella industria, hoy se levanta el enorme edificio del Centro Comercial Bahía de Cádiz. Gutiérrez Molina lo interpreta como 'un guiño casi novelesco de la Historia', ya que 'es llamativo que dos símbolos de la regeneración de la ciudad ocupen en dos épocas distintas el mismo espacio'.

Pese al impulso que proyectos como éste pueden dar a la economía de la capital gaditana, el investigador asegura que 'Cádiz no debe dejar de mirar a otros sectores, ni olvidar que al fin y al cabo se trata de una isla con muchas posibilidades en la industria del mar'.

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