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58ª MOSTRA DE VENECIA

Ovaciones para Woody Allen y Amenábar

Helen Hunt y Nicole Kidman bordan sus papeles en dos películas muy distintas entre sí

Fue ayer un día de buen cine muy distinto entre sí, casi opuesto. Por un lado, Woody Allen nos regaló otra de sus impagables comedias neoyorquinas llamadas ligeras, La maldición del escorpión de jade, pero cuya ligereza a veces encubre cargas de profundidad. Este es uno de esos casos y el resultado es enormemente vivo y divertido, tiene auténtica gracia, aumentada por la presencia de una Helen Hunt de nuevo eminente. Divertida es también, aunque en sentido opuesto, Los otros, donde Alejandro Amenábar alcanza el don de la sencillez para contar una historia enrevesada y compleja, en la que galvaniza a un gran reparto del que tira una Nicole Kidman que borda con elegancia y gran pegada fotogénica el mejor trabajo que ha hecho en su vida.

'Los otros' es una película sagaz y brillante, con derroches de inteligencia
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Ambas películas calaron en el público de la Mostra, que abarrotó la enorme sala Palagalileo, para al final ovacionarlas, aunque frente a Los otros se oyeron algunos ruidos de disidencia, ciertamente escasos, muy minoritarios y explicables por tratarse de una película ostensiblemente producida con lógica de mentalidad comercial más que con busca de expresión artística, lo que siempre encuentra algún razonable despunte de hostilidad en una sala llena por casi 3.000 cinéfilos en medio de un festival que se hace llamar Mostra d'Arte Cinematográfica.

En lo que respecta al filme de Woody Allen, la ovación fue unánime, como unánime fue el tenso e intenso silencio, casi audible, de esos que indican aguante de la respiración, que escoltó, junto a algunas esponjosas risas acogedoras del talento interpretativo de los niños protagonistas, a la proyección del emocionante y astuto filme de Nicole Kidman y Alejandro Amenábar.

Allen dice que La maldición del escorpión de jade es una de esas películas en que disfruta de verdad haciéndolas. Cuenta su génesis lacónicamente: 'Amo el Nueva York de la época dorada, que a mi parecer abarca los años veinte, treinta y cuarenta. He situado la acción de la película en 1940, en un mundo de criminales, de investigadores privados, de mujeres sensuales y de intrigas. Yo crecí con ese tipo de películas y por eso quería regalarme a mí mismo la experiencia de realizar uno de aquellos filmes que tanto amé'.

Este origen, la mirada del niño absorto de donde, como su rocambolesco título, procede La maldición del escorpión de jade explica que Woody Allen se haya dejado esta vez en el tintero la tinta de sus retorcidas y tronchantes obsesiones íntimas, de sus jugueteos verbales con el sexo y sus miserias y glorias, el ámbito dramático y la sorna derivadas del despacho del intelectual y del diván del psicoanalista; y también de la materia oscura natural de su humor y su comedia. Y Allen retrocede y viaja sin equipaje a un mundo limpio, aún no contaminado por la conciencia de inutilidad, de decadencia y de muerte. Dice el cineasta: 'Quiero ser inmortal no a causa de mis obras sino porque no me muera nunca'. Hay algo de nostalgia de eternidad en este alado y transparente retroceso nostálgico de Woody Allen a una de las fuentes de felicidad de su niñez, aquel inmortal género de comedia de intriga loca del gran Hollywood clásico.

Alejandro Amenábar también acude a su infancia para desvelar el origen de Los otros. Dice: 'Mi primera memoria del terror me lleva a un sueño que tuve de niño. Soñar es como mirar un filme y en mi sueño había unos ruidos que me ponían carne de gallina y me anunciaban que se acercaba una presencia invisible'. La primera -muy dura, bella y formalmente comprometedora, pues hace arrancar a la película por todo lo alto- imagen de Los otros es un grito, sólo eso, un alarido de horror absoluto de Nicole Kidman, que conmueve, inquieta y presagia todo el compulsivo recorrido de esta mujer con alma en pena a través de los meandros de horror que serpentean por las oscuridades de su casa, hacia el desvelamiento final de algo impreciso, indefinible, pero poderosamente presente: un estado secreto de su existencia y de su conciencia, que tiene finalmente sabor a armonía, a serenidad de un espíritu torturado y por fin encalmado.

Los otros es una película sagaz, brillante e inteligente, con derroches de esa forma práctica de inteligencia que es la astucia. Despliega desde el primer plano con admirable orden los indicios de un enigma que poco a poco, lejos de aclararse, se oscurece más y más, se hace cada vez más intrincado, hasta que, por un efecto dramático repentino y explosivo, estalla ante los ojos en forma de violenta evidencia. Hay potencia perturbadora en algunas fases de Los otros, sobre todo motivadas por la contagiosa hondura de las composiciones de Nicole Kidman y sus seis acompañantes en los entresijos de su oscuro y conmovedor viaje hacia dentro de ellos mismos.

El inquietante recorrido del enigma de esta mujer en busca de luz tiene un talón de Aquiles en la caída de Amenábar en la tentación de la línea fácil, de menor resistencia, que lleva a jugar al escondite con el espectador en algunos momentos esenciales del filme, en lugar de proponerle una partida con las cartas boca arriba. Juguetea Amenábar al secreto, a ocultar o dar con cuentagotas pistas de la verdad, a embaucar al espectador con la golosina de las apariencias -hay, por ejemplo, dos o tres sustos que empobrecen el suave terror que emana de todo el filme- y a sustituir con la superficial mecánica del secreto a las honduras de la dinámica del misterio. Esto hace que Los otros sea a ratos una película resultona y efectista a su pesar, lo que la empobrece, pues de haber sido más diáfana, más confiada en la eficacia emocional de la luz, del enigma descifrado, habría ganado mucho en su condición de poema, hasta alcanzar la condición de obra magistral que toca con las yemas de los dedos pero que no consigue agarrar a manos llenas.

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