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58º FESTIVAL DE VENECIA

Devastadora tristeza y gozosa alegría en dos películas asiáticas

No hay un encuentro de películas serio sin participación de las cinematografías asiáticas. La edición de este año de la Mostra no es una excepción. Se han proyectado dos filmes de gran interés: Dirección desconocida, del coreano Kim KiDuk, y Boda en el monzón, de la hindú Mira Nair. Por otro lado, el portugués Manoel de Oliveira recibía el premio Bresson.

Ya se sabe, es casi un tópico, que el cine oriental o, más exactamente, los cines orientales obtienen ambientalmente en zonas cultas o enteradas, occidentales, el sambenito de rareza, que reduce su alcance a las capillas de los cinéfilos y a las cocinas donde hacen sus guisos los programadores de los festivales.

La mentalidad colonialista, que sigue latente en Occidente, da por hecho que un chino o un iraní no pueden hacer una película de altura europea o norteamericana, disparate que es desmentido, año tras año, por las grandes muestras de la producción internacional. Un chino, Zhang Yimou, al que en Hollywood quieren comprar a cualquier precio; y un francotirador iraní llamado Jafar Panahi, arrasaron el año pasado aquí, y este año, si no espabilan nuestros genios caseros, puede ocurrir otro tanto con un coreano y una hindú.

El coreano se llama Kim Ki-Duk y es ya conocido por La isla, una película despiadada y originalísima; ahora alcanza en Dirección desconocida una prolongación y un perfeccionamiento de sus calidades. Es, como aquélla, una historia de gran, extrema crueldad, comprometidísima y anegada de tristeza, pero totalmente creíble. Describe sin un solo paño caliente, profundizando sin red protectora en el vértigo interior de sus doloridos personajes, la vida cotidiana de una aldea de Corea del Sur situada junto a una de las bases del Ejército que Estados Unidos mantiene allí en estado de alerta contra la Corea comunista. Y a la sombra de esa base militar, la aldea se ha convertido en un cementerio viviente de infrahombres aplastados por la presencia de una maquinaria de destrucción que ahora destruye a su retaguardia civil.

Cine indio

La hindú se llama Mira Nair y ha triunfado en el cine estadounidense con Mississippi Masala, La familia Pérez, Kamasutra y otras. Ahora, con Boda en el monzón, se reincorpora al cine de India y suelta una obra de formidable alegría, probablemente extraída de un fondo familiar autobiográfico, en la que nada menos que 65 personajes son encajados, movidos y entrelazados con una soltura casi imposible de encontrar en el cine de ahora. Estos personajes nos proponen una visión de las clases medias del Punjab, instalados en el mismo centro de la capital, Delhi, que no tiene pinta de superable.

Es una obra gozosa, que no da respiro, en continuo ajetreo, vibrante, que expresa con alas en la cámara y con trenzados de extraordinarios intérpretes, los pequeños y menos pequeños conflictos cotidianos que genera la convivencia dentro de un núcleo familiar que se mueve entre dos idiomas y está atrapado entre dos culturas muy distintas entre sí, la anglosajona y la hindú tradicional. Los modelos y arquetipos de estas culturas se mezclan, se suceden y se empujan o se obstaculizan, sin orden aparente, en el barullo de los febriles preparativos de una boda durante la época de los vientos monzones y sus enormes cortinas de lluvias cálidas.

Son gente común, pueblo, personajes de comedia y de sainete, que viven, o más bien rozan, en un instante del final el mal aliento de un brote de turbio drama, pero que pasa fugazmente y pronto deja su lugar a la canción y al conjunto de los pequeños rasgos humanos universales de un mundo que es el mismo de aquí, el de al lado, y que está poblado por la misma gente parlanchina, dueña del arte de la exteriorización, ansiosa de caricias y de peleas a flor de piel, esponjosa y abierta, con el alma llena de ritualidades secretas y con aroma sagrado. Es gente que uno conoce antes de verla en la luminosa pantalla de Mira Nair, que recupera la fuerza inicial de su primer filme, Salaam Bombay, dejando por fin atrás su filmografía estadounidense, y que ahora hace su más hermoso trabajo.

Y después de la fiesta hindú a los cinéfilos del Lido veneciano los metieron sin aviso previo en la tumba portuguesa del drama histórico ¿Quién eres tú?, filmado de forma primaria y artesanal, torpe, plúmbea y soporífera hasta límites insostenibles por João Botelho. También se presentó, fuera de concurso, Agua y sal, una nueva película poemático de Teresa Villaverde, a quien un delicado estado por el que está pasando no le permitió asistir al día portugués de esta Mostra, que tuvo como broche optimista la ceremonia de entrega al nonagenario cineasta Manoel de Oliveira del Premio Bresson.

La 'italiana' Mira Sorvino

Mira Sorvino, la actriz graduada por Harvard que ganó un Oscar a la mejor interpretación secundaria por su caracterización de una prostituta estúpida y entrañable en Poderosa Afrodita, de Woody Allen, regresa este año a Venecia. La actriz concursa con El triunfo del amor, una película que le ha permitido rodar en Italia. 'Ha sido como cumplir un sueño', decía ayer Sorvino a La Repubblica. 'Mi abuelo era de Nápoles y mi bisabuelo de Cascalenda. Sus recuerdos eran las leyendas doradas que alimentaban los sueños de la familia. Estar aquí ha sido muy emocionante. Mi padre se siente muy cerca de Italia. Canta ópera y cocina platos mediterráneos. Incluso intentó enseñarme italiano. Pero perdió la paciencia a las tres semanas'.

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