Los árboles de Irlanda
Entender el pasado irlandés pasa por conocer su legado literario en gaélico. Por ello una obra, traducida al castellano, recoge parte de su poesía primitiva oral o escrita.
ANTIGUOS POEMAS IRLANDESES
Selección y traducción de Antonio Rivero Taravillo Gredos. Madrid, 2001 211 páginas. 2.870 pesetas
Para entender este libro conviene recordar que Irlanda, antes de ser colonizada por los ingleses, era un país celta con lengua propia, el irlandés o gaélico, y con sus propias tradiciones literarias, orales o escritas, en esa misma lengua. Con la ocupación inglesa, poco a poco el inglés sustituye y opaca a la lengua ordinaria y, consecuentemente, a la literatura compuesta en esa lengua. Digamos que ésta es la espina profunda clavada en ciertos sectores de la cultura irlandesa y muy señaladamente en algunos de sus poetas como Thomas Kinsella, por ejemplo, el patriarca actual de la poesía irlandesa y uno de los máximos responsables de la revitalización en el siglo XX de esa conciencia céltica y de la lengua profunda que la ayudó a expresarse. Tanto es así que el citado poeta ha empeñado buena parte de sus energías en la recuperación de ese legado literario primitivo y lo ha traducido al inglés como prueba de la existencia de una riqueza que no debe ser olvidada porque Irlanda no puede dejar de ser esa memoria si quiere realmente ser. Así lo dijo Kinsella: 'Entender estas cosas como parte de nuestro pasado es entender nuestra totalidad'.
Entendido este sustrato histórico, lingüístico y cultural, podemos leer con considerable asombro este libro que traduce convincentemente al español buena parte de ese legado que es la poesía primitiva irlandesa oral o escrita -del siglo IX al XIII, aproximadamente, aunque sus orígenes sean más remotos-, y, en el primer caso, recogida y puesta por escrito -y por ello no perdida- por los monjes que cristianizaron la isla. Se trata de un legado de distinta naturaleza que cabe organizarlo, como lo hace el editor y traductor Antonio Rivero, en dos grupos: poesía profana, versificada y fundamentalmente de origen oral, inserta en poemas épico-narrativos (como los célebres del llamado ciclo feniano, al que pertenece el legendario Oisín u Ossian, si nos ajustamos a la desacreditada, por falsa aunque en su día arrasadoramente leída, versión del escocés John Macpherson) y poesía religiosa de origen escritural cuyos autores fueron los monjes que cristianizaron tempranamente la isla.
La sacudida mayor que ofre
cen estos poemas primitivos procede del intenso lirismo que cuaja en ellos relacionado con la exaltación de la naturaleza. Delicados brillos y sutilezas que hacen de la naturaleza irlandesa un majestuoso escenario de paradisiacos estímulos y salpican estos poemas de enorme pureza y cristalina emoción y en los que vemos sin querer, a poco que nos adentremos en ellos, anuncios de monumentos posteriores de parecida inmaculada ascensión, y pienso en poetas ingleses como Wordsworth, galeses como Dylan Thomas o R. S. Thomas e irlandeses como Seamus Heaney y, en cierto modo también, W. B. Yeats (al que el tirón de este sustrato gaélico siempre le apasionó, pero no hasta el punto de renunciar a sus otros compromisos). Esta clase de pureza habla del origen profundo de la poesía como testimonio de una necesidad de transfigurar el mundo a partir de las percepciones de quien se ha apropiado de él (y si no, no existiría esta clase de poesía o la poesía a secas). Esos mirlos encaramados en esas ramas celestiales, esos árboles esencialmente supremos, esos inviernos prisioneros, esas primaveras extáticas, esos veranos delicados, esos otoños soñadores, todo eso está aquí como cumbre de lo esencial anónimo que es cumbre de lo esencial poético.
Luego está la poesía religiosa, interesantísima en sí misma, pura oración profunda cuyas reiteraciones salmódicas son también muy emocionantes y dotadas de un llamativo grado de inocencia y complejidad al tiempo que surgen del mismo atrevimiento repetitivo que, en vez de ser elemental recurso de ruda monotonía, es, muy al contrario, cardinal expresión del deseo de ser vecino de Dios y redimido por él. Las percusiones paralelísticas hacen que retumbe ese clamor silencioso de ermitaño que lo ha fiado todo a su fe solitaria. Leemos aquí asombrosas líneas de una insólita modernidad o, mejor dicho, de una incandescente intemporalidad: 'Las saetas que asesinan el sueño / a cada hora en la fría noche / lloran de amor...'. Y también leemos asombrosos ejercicios introspectivos, como en el poema El monje distraído, que hacen de la mente humana un caótico hormiguero de enmarañados y erráticos pensamientos o también nos asomamos a espléndidos momentos de -como arriba- naturaleza abrazada desde el más puro sentimiento de plenitud y arrobo y, por tanto, sin el peso de las ecuaciones alegóricas que pueden leerse en Berceo, por ejemplo, y que lastran el flujo del lirismo puro (aunque, en su ausencia, sean otros los atractivos).
Quedan, por último, las delicias epigramáticas entre las que se mezclan maliciosas y hasta escatológicas observaciones costumbristas, misteriosos apuntes religiosos o morales, cuando no amorosos o políticos, junto con poderosos momentos de concisión lírica que tanto nos hacen pensar en los haikus y de los que no me resisto a copiar este ejemplo titulado Corazón: 'Corazón es, / bosque de nueces, / es un zagal, / a él un beso', o este otro: 'El pajarito / ha silbado / por la punta de su pico / de intenso amarillo: / lanza su reclamo / ... / un mirlo en la rama, / montón de amarillo'.
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