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Reportaje:Estampas y postales

La Giocconda de Xàtiva

Miquel Alberola

Para el pintor Joan Ramos, el retrato que José Amorós hizo en 1720 a Felipe V en posición de ceda el paso es La Giocconda del Museu de l'Almodí de Xàtiva. Y no porque Amorós sea Leonardo, que no es el caso, sino porque el lienzo que pintó a este rey pirómano tiene, en su justa proporción, tanto éxito como el retrato que el genio de Florencia hizo a Monalisa, la esposa de Francesco del Gioccondo. Casi todos los días hay un autobús de visitantes que llegan al museo y se van directos a contemplar el retrato, despreciando su valiosa sección arqueológica y su importante colección de lienzos y retablos, entre la que destaca la serie de santidades de José de Ribera y sus cristos de color merluza hervida.

Incluso hay autobuses de excursionistas que van de Barcelona a Murcia y se desvían a propósito hasta Xàtiva sólo para contemplar este cuadro. No hay ministro o autoridad autonómica que visite la ciudad que no termine ante esta tela. Y si el director del museo, Marià González Baldoví, lo permitiera vendrían los novios a fotografiarse el día de la boda. Tal es su éxito. Sin embargo, cuando Amorós lo pintó era un cuadro frío e insípido. Y así permaneció hasta principios de los años sesenta, cuando el conservador del antiguo Museo Municipal, don Carlos Sarthou, instado por unos jóvenes entre los que quizá estaba Raimon con su flequillo rebelde, lo colgó boca abajo y lo convirtió en arte. Incluso en mito.

Pero ésta no fue una acción propia del surrealismo o el dadaísmo. Se trataba de un gesto político, de una penitencia para Felipe V por los males que había ocasionado a la ciudad en 1707, tras aniquilar a las tropas austracistas en la llanura de Almansa, a escasos kilómetros de Xàtiva. Este Borbón mandó incendiar la ciudad por la resistencia que opuso a sus tropas para defender su integridad física y política. Su cerillero D'Asfeld fue el encargado de ejecutar la orden. Había estado dos meses tratando de aplastar la muralla sin éxito, impregando la huerta con su hedor de carne picada, hasta que con la artillería logró abrir una brecha y su jauría penetró con la mandíbula abierta hacia los templos y las casas notables, propagando el terror por la ciudad.

Tras el saqueo, D'Asfeld emitió un bando para notificar al vecindario que iba a incendiar la ciudad por haberle hecho perder tiempo a Felipe D'Anjou. Luego se instaló en el castillo y desde debajo de su peluca contempló como las casas y el archivo municipal eran pasto de las llamas. La columna de humo era una seria advertencia al resto de poblaciones que se oponían al Borbón. Cuando se apagaron las brasas proclamó unas ordenanzas que eran como sal sobre la raíz de una ciudad que, según el censo del siglo anterior, contaba con 9.000 cristianos viejos y unos 2.000 moriscos, y que quedó reducida a un millar de vecinos tras las huidas y las deportaciones. Xàtiva necesitó muchos años para superar la miseria y más aún para quitarse de encima la ignominia de llamarse Nueva Colonia de San Felipe, como si se tratara de una urbanización hortera.

Hoy el cuadro invertido de ese pirómano es la pieza más codiciada de este museo, incluso el logotipo de la ciudad. En cambio, el alcalde de Xàtiva ha llegado a proponer a la Casa Real que lo devolvería a su posición inicial si el Rey pedía perdón públicamente por el daño que su antepasado hizo a esta ciudad. Y sería tanto como despintar el Guernica.

Retrato de Felipe V de José Amorós que se conserva en el Museu de l'Almodí de Xàtiva.
Retrato de Felipe V de José Amorós que se conserva en el Museu de l'Almodí de Xàtiva.JESÚS CÍSCAR
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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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