PIGNATELLI
En Tudela nace el Canal Imperial de Aragón, diseñado según el modelo de los canales franceses
Basura y malas caras. Es decir que el viajero ha llegado a El Bocal, en Tudela, donde nace el Canal Imperial de Aragón. El Bocal fue una colonia ilustrada, del siglo XVIII, construida en la intersección entre el río y el canal. Allí vivían los controladores de la gran máquina de ingeniería, en un ambiente bello y eficaz, con las necesidades cubiertas: había iglesia, teatro y escuela. Hoy el viajero sólo ve edificios arruinados, parterres sucios y moscones gordos, negros y felices. El tipo que sirve en el bar es hijo de su lugar y tiempo. Los árboles, afrancesados y solemnes, parecen tumefactos. El lugar exhibe una soledad muy cruda de día laborable; pero el viajero prefiere no profundizar, dadas las huellas, en cómo serán los domingos hoziosos.
O sea que éste es el estado del teatro donde el canónigo don Ramón Pignatelli y Moncayo, con el apoyo del conde de Aranda y el asentimiento de Carlos III quiso representar su papel en aquella nación de pequeños propietarios felices por la que luchó el despotismo ilustrado. La historia del Canal nace de la voluntad de Fernando el Católico de lograr una salida de Aragón al mar, prosigue con la construcción de la Acequia Imperial, en el tiempo de su nieto, Carlos V, y concluye cuando el 14 de octubre de 1784, las aguas del canal llegan a Zaragoza, en medio de la fiesta más memorable que ha vivido la ciudad. Pignatelli, encarnación aragonesa de la política ilustrada, logró sacar el proyecto del canal del marasmo de 200 años y siete reyes -desde el emperador a Carlos III- donde estaba varado. No logró que los barcos reales llegaran al Mediterráneo, que siempre fue la idea alentadora del proyecto; pero logró una reforma agraria que convirtió en regadío más de 25.000 hectáreas y salvó de la miseria -y del amotinamiento desesperado y peligroso- a miles de campesinos. Y aún proyectó más allá de su tiempo, y de manera difícilmente previsible, el beneficio. Una noche, cenando con el viajero, Guillermo Pérez Sarrión, estudioso de Pignatelli, dejó caer una sentencia contundente: 'La rápida industrialización de Zaragoza en el XIX no habría sido posible sin el aprovechamiento del agua del canal'.
Falta una biografía de Pignatelli. Pero eso no es noticia en España. Fue un hombre tremendo. Un déspota. Giacomo Casanova, en sus Memorias, da noticia de él: 'También tuve ocasión de conocer al canónigo Pignatelli, de origen italiano, verdadero presidente de la Inquisición, que todas las mañanas mandaba detener a la celestina que le había proporcionado la ramera que había cenado y dormido con él. Era para que hiciera penitencia por haberle dado los medios de pecar. El canónigo se despertaba harto de lujuria, daba orden de echar a la mujer y de detener a la celestina; luego se vestía, iba a confesarse, decía misa, y, tras sentarse a la mesa, de donde salía encandilado por el vino y el buen yantar, pedía otra ramera; y siempre igual'. Contra lo que sostienen algunos investigadores de la vida del canónigo, la veracidad de las memorias de Casanova es mucho mayor de lo que aparenta, y han sido confrontadas con éxito, en muchos otros asuntos, ante los datos propiamente históricos. El único velo de duda ante su retrato de Pignatelli lo sostiene la comprobada enemistad entre Casanova y el conde Ricla, a propósito de la turbadora Nina. De esos nombres no tiene por qué saber nada el lector: Ricla era capitán general de Cataluña, amante de Nina, la corista, y primo del conde Aranda. Pignatelli, además de aliado de Aranda, era también pariente suyo, y puede que Casanova tuviera motivos para odiar a toda la familia: al fin y al cabo, y a causa de la tal Nina, Ricla le había metido unos cuantos meses en la cárcel.
El Pignatelli de Casanova no es, en ningún caso, incompatible con el de sus hagiógrafos. Como buen ilustrado, si quería salvar y alimentar moralmente al pueblo era para aminorar la repugnancia que le causaba y para evitar, asimismo, los peligros de su indigencia. Es un punto de vista. No estaría de más que el establishment europeo lo estudiara cuando legisla sobre la inmigración. Fue un déspota. Pero no dudó en enfrentarse a los terratenientes que se alzaron contra su política de regadíos, temerosos de quedarse sin braceros baratos. También plantó cara a los propios miembros de su cabildo. Cenando, Pérez Sarrión explicaba quiénes eran 'los incrédulos' a quienes va dedicada la fuente zaragozana -'Para convicción de los incrédulos y reposo de los caminantes'- que celebra la traída de aguas del Canal: 'Eran los canónigos que no querían dejar de percibir los diezmos del sistema de cultivo feudal contra el que Pignatelli combatía'.
El Canal Imperial de Aragón fue diseñado a imagen y semejanza de los canales franceses, en especial del Canal del Midi. Éste es hoy patrimonio de la Humanidad y sus riberas una prueba constante de la alianza entre razón y belleza que caracteriza lo mejor de Francia. El viajero comparte con el diseñador Óscar Tusquets un gusto indiscutible por las comparaciones. Porque, entre otras cosas, ofenden. Hace unos años, Aragón, Navarra y la Confederación Hidrográfica del Ebro firmaron un acuerdo para que El Bocal dejara de ofender a la breve historia de la razón hispánica. Después de la firma, no ha habido mayor movimiento. España es, ciertamente, una empresa difícil, fracasada, utópica. Una de las pruebas indiscutibles de la estúpida dificultad española se produce cuando algunas de las comunidades autónomas deben ponerse de acuerdo para impulsar algún proyecto en común, dictado por la geografía o la historia, sea regenerar El Bocal o constituir el patronato del Archivo de la Corona de Aragón, para poner dos ejemplos no extraños al río: entonces, navarros, aragoneses, mallorquines, catalanes, comprueban muy empíricamente la dificultad de España.
El viajero camina entre los plátanos. El Bocal era una obra de ingeniería y no debía rendir culto, aparente, a la belleza. Pero los ilustrados la convirtieron en un salón majestuoso, porque creían que el orden y la claridad del paisaje mejora al hombre. Es indiscutible: el abandono de la razón sólo produce monstruos. Ese tipo del bar.
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