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Crónicas palestinas: humillación y violencia cotidiana

Tomar la palabra cuando uno es trabajador humanitario siempre conlleva sus riesgos: riesgos de expulsión del país de actuación, riesgos de represalias, etcétera..., pero tomar la palabra cuando se trata del conflicto árabe-israelí implica también el riesgo de que la sociedad tache a una ONG de partidista. Si la imparcialidad debe ser una regla de oro para organizaciones humanitarias como Médicos Sin Fronteras (MSF), mantenerse en silencio, por miedo a violar la neutralidad, no es más que una forma de complicidad. No obstante, la intención de este artículo es humilde, ya que desde MSF lo que pretendemos es dar a conocer algunas de las dramáticas historias de vida de las poblaciones con las que trabajamos. A través de nuestra atención médica y psicológica en Hebrón y la franja de Gaza, MSF ha tenido acceso a algunas de las víctimas de este conflicto tan radicalizado; han sido las poblaciones quienes nos han documentado cómo el inicio de la segunda Intifada de Al-Aqsa ha alterado por completo sus actividades cotidianas.

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Los equipos de MSF en el terreno se sorprenden de cómo las fuerzas de defensa israelíes han desarrollado una estrategia militar desproporcionada en respuesta a los lanzamientos de piedras palestinos. La campaña de intimidación que ha llevado a cabo el Ejército israelí, -aplicando un régimen militar en poblaciones civiles, como si éstas fueran objetivos militares sin posibilidad alguna de protección-, así como la utilización de tanques y bulldozers para arrasar casas y cultivos, han puesto a la población civil para la que MSF trabaja bajo una presión intolerable. Cuando nuestro equipo visitaba hace unos días el barrio de Abu Sneina (Hebrón) -violentamente bombardeado y ametrallado- se encontró con una de las muchas familias que habían sido sorprendidas en plena noche por los impactos de las balas y misiles; estos ataques destruyeron los cristales, las paredes, los muebles, la ropa de los armarios...; la dueña de la casa relató a MSF la noche infernal, donde tendidos en el suelo de la habitación, aterrorizados, esperaban la muerte. Estos testimonios son la dura realidad del conflicto actual. El abismo entre ambas comunidades es cada vez mayor. El incremento de la violencia, el estancamiento político y la lógica de separar las poblaciones israelíes de las palestinas, además de crear violencia y odio, está generando una fractura casi crónica. El miedo, la humillación y la amargura diaria son algunos efectos que el conflicto está teniendo en las poblaciones y se necesitarán esfuerzos gigantescos para construir puentes de entendimiento entre ambas sociedades civiles.

Las consecuencias, ya conocidas, que este contexto en crisis está teniendo sobre las poblaciones, no son sólo de carácter económico, sino también sanitario. Las estrictas medidas de control de movimiento -ejercidas por los militares sobre la población- han hecho que los palestinos no tengan acceso a las estructuras de salud. La misma noche que el barrio de Abu Sneina fue bombardeado, un niño de 12 años fue herido en la cabeza. Perdió mucha sangre. El propio niño se extrajo él mismo el trozo de metralla de su herida. No fue posible llamar a una ambulancia en ese momento. En Tufah (Gaza), Farid, un chico de 16 años, narró a MSF cómo fue alcanzado por una bala en la rodilla. Venía de la zona de Al Mawassi, donde recogía tomates cuando fue alcanzado. En el hospital, una hora después de haber recuperado el conocimiento, se enteró de que había recibido dos balazos y le entró mucho miedo. Le duele mucho la rodilla y no puede ni dormir ni andar.

Los efectos de la violencia y del uso de las armas sobre la salud física de la población son preocupantes, pero las consecuencias sobre la salud mental de los civiles son igualmente alarmantes. Sabemos que la violencia provoca problemas relacionados con el estrés; la población infantil se ve afectada por síntomas patológicos que van desde las pesadillas a los desórdenes postraumáticos, así como también síndromes depresivos. Una madre del barrio de Jabal Jawhar acompañaba a la consulta médica a su hija de nueve años. La madre estaba sin aliento, se sentía oprimida y le costaba respirar. Hacía algunas semanas, una bomba lacrimógena cayó en el patio de su casa. Rápidamente salió a buscar a sus hijos, pero cayó desmayada y tuvo que ser hospitalizada. Su hija dibujó a los equipos de MSF el incidente y explicaba su miedo cuando encontró a su madre desmayada. La pequeña tiene miedo de los gases lacrimógenos, de los niños que tiran piedras, de los soldados que disparan balas...; lo que más teme es recibir un balazo, una pedrada, tener daño, morir. Tiene problemas para dormir, no se atreve a levantarse por la noche para ir al lavabo, y tiene miedo en el camino a la escuela. Su escuela ha sido recientemente cerrada y ocupada por los soldados. La niña dibujó una casa que es alcanzada por proyectiles, un mártir y el soldado asesino junto a una paloma y un sol que lloran; la pequeña escribe en árabe que Palestina ha perdido sus derechos para la eternidad.

En otra casa situada en medio de olivares y huertos, próxima a un campo militar y a una base de policía israelí, vive Wadia, de 12 años, que no quiere ir a la escuela. Hace unos días, tres soldados le pararon, le cogieron un lápiz de su cartera y apuntándole al ojo hicieron como si fueran a sacárselo. Tuvo mucho miedo y escapó. Desde entonces sueña que los soldados le persiguen y que no puede escapar. Su madre se lamenta porque el pequeño ya no es como antes; es agresivo y desobediente. Cuando sea mayor quiere ser piloto de avión de guerra para combatir a todos los soldados.

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A pesar de las dificultades de acceso a las poblaciones y de la inseguridad de movimiento en el terreno -la bandera humanitaria de MSF no siempre nos protege-, nuestros equipos de médicos y de psicólogos han recogido muchos testimonios de nuestros pacientes, historias horribles, sus historias. Frente a estas historias de vida guardar el silencio nos transformaba en cómplices. Como trabajador humanitario he tratado de explicar también lo que ocurre del lado de la población palestina.

Eric Stobbaerts es director general de Médicos Sin Fronteras-España.

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