Lo atroz es la ocupación
En EE UU -principal sede política de Israel a quien desde 1967 ha dado más de 92.000 millones de dólares en ayudas-, el terrible coste humano de la bomba en el restaurante de Jerusalén el jueves 9 de agosto y el desastre en Haifa el lunes 13 encajan perfectamente en un marco de explicaciones ya familiar. Arafat no hace lo suficiente para controlar a sus terroristas; los extremistas suicidas islámicos están por doquier y, guiados por puro odio a la humanidad, nos hacen daño a 'nosotros' y a nuestros más fuertes aliados; Israel debe proteger su seguridad. Una persona reflexiva añadiría: esa gente lleva luchando agotadoramente miles de años, hay que poner fin a la violencia; ha habido demasiado sufrimiento por ambas partes, aunque la forma en que los palestinos envían a sus hijos a la batalla es otra señal de lo mucho que tiene que soportar Israel. Y así, exasperado pero todavía contenido, Israel invade Jenin, un lugar sin defensas y sin fortificar: con excavadoras y tanques, destruye, entre otros, los edificios de la Autoridad Palestina y luego manda decir a sus propagandistas que han enviado un mensaje a Arafat para que controle a sus terroristas. Mientras tanto, éste y su camarilla siguen mendigando la protección estadounidense, olvidando que es Israel quien goza de la protección de EE UU y que lo único que va a conseguir es, por enésima vez, un requerimiento del cese de la violencia.
El hecho es que Israel ha ganado la guerra de propaganda en EE UU y que es en este país donde está a punto de invertir unos cuantos millones de dólares más en una campaña publicitaria (utilizando a estrellas como Zubin Mehta, Yitzak Pearlman y Amos Oz) para mejorar aún más su imagen. Pero pensemos en lo que en realidad ha conseguido la guerra implacable de Israel contra el pueblo palestino, mal defendido, fundamentalmente desarmado y apátrida. La disparidad de su poder es tan enorme que a uno se le saltan las lágrimas. Equipado con lo último en aviación, helicópteros de guerra, incontables tanques y misiles y una excelente armada, así como un servicio de inteligencia de tecnología punta -todo ello de fabricación estadounidense (y entregado gratuitamente)-, Israel es una potencia nuclear que abusa de un pueblo sin carros blindados ni artillería, sin fuerza aérea (su único campo de aviación, el de Gaza, además de ser patético está controlado por Israel), sin ejército, ni ninguna de las instituciones de un Estado moderno. La historia ininterrumpida y escalofriante de los 34 años de ocupación militar israelí (la segunda más larga de la historia moderna) de los territorios palestinos ilegalmente conquistados ha sido borrada de la memoria pública prácticamente en todo el mundo, como también se ha borrado la destrucción de la sociedad palestina en 1948 y la expulsión del 68% de su población, de la cual, cuatro millones y medio de palestinos siguen siendo hoy refugiados. De todas las resmas de información, lo escueto de las referencias a las décadas de opresión israelí sobre un pueblo cuyo pecado fue estar allí entorpeciendo el camino de Israel, llama la atención por su sadismo. La enorme crueldad del confinamiento de 1,3 millones de personas apretujadas como sardinas en la franja de Gaza, más los casi dos millones de palestinos de Cisjordania, no tiene parangón en los anales del apartheid o del colonialismo. Nunca se utilizaron F-16 para bombardear las tierras de los surafricanos, pero sí se usan contra los pueblos y ciudades palestinos. Todas las entradas y salidas de los territorios están controladas por Israel (Gaza está completamente rodeada de una valla metálica de espino), que también controla la provisión de agua. Los palestinos de la ocupación, divididos en 63 cantones no contiguos, completamente rodeados y asediados por las tropas israelíes, salpicados por 140 asentamientos con su propia red de carreteras prohibida a los 'no judíos' -que es la forma de referirse a los árabes junto con epítetos tan poco halagüeños como ladrones, serpientes, cucarachas y saltamontes- se ven ahora condenados a un 60% de paro y a un índice de pobreza del 50% (la mitad de la población de Gaza y Cisjordania vive con menos de 370 pesetas al día). Tampoco pueden viajar de un sitio a otro; tienen que soportar largas colas en los puestos de control israelíes, donde les retienen y humillan durante horas interminables; 150.000 olivos y cítricos han sido arrancados como castigo; 2.000 casas han sido demolidas, y hectáreas y más hectáreas de tierra destruidas o expropiadas para asentamientos militares.
Desde que comenzó la nueva Intifada, en septiembre del año pasado, han matado a 609 palestinos (cuatro veces más que las bajas israelíes) y herido a 15.000 (12 veces más que en el otro bando). Los asesinatos del ejército israelí han tenido como víctimas a presuntos terroristas elegidos a discreción, y la mayor parte de las veces han matado como moscas a inocentes. La semana del 9, helicópteros de guerra y misiles israelíes asesinaron abiertamente a 14 palestinos, 'impidiéndoles' así matar a israelíes, aunque al menos también fueron asesinados, dos niños y cinco víctimas inocentes, por no hablar de los muchos heridos civiles y los varios edificios destrozados, como parte de los 'aceptables' daños colaterales. Sin nombre y sin rostro, las víctimas diarias palestinas de Israel apenas se mencionan en los informativos estadounidenses. A pesar de ello -y por razones que no alcanzo a comprender-, Arafat sigue esperando que EE UU le rescaten a él y a su régimen que se derrumba.
Pero esto no es todo. El plan de Israel no consiste simplemente en conservar la tierra y llenarla de unos colonos armados, terribles y asesinos, que, protegidos por el ejército, saquean los huertos, las escuelas y en los hogares palestinos; el plan es, en palabras de la investigadora estadounidense Sara Roy, subdesarrollar la sociedad palestina, hacerles la vida imposible para que tengan que marcharse, rendirse o cometer locuras como reventarse en pedazos. Desde 1967, los líderes han sido encarcelados o deportados por el régimen de ocupación israelí; los pequeños negocios y granjas han dejado de ser viables por culpa de las confiscaciones y la destrucción pura y llana; a los estudiantes se les ha impedido estudiar y las universidades han sido cerradas durante periodos de hasta cuatro años. Ninguna granja o empresa palestina puede exportar directamente a un país árabe; sus productos deben pasar a través de Israel. Los impuestos se pagan a Israel. Tras el comienzo del proceso de paz de Oslo en 1993, la ocupación sencillamente se disfrazó; sólo se entregó el 18% de la tierra a la Autoridad de Yasir Arafat, tan corrupta como la de Vichy, cuyo mandato parece haber servido sólo para vigilar y poner impuestos a su gente para beneficio de Israel. Hoy, tras ocho infructuosos y demoledores años de negociaciones en Oslo, ideadas por un equipo estadounidense de antiguos miembros del lobby israelí como Martin Indyk y Dennis Ross, Israel sigue teniendo el control; la ocupación está enmascarada de forma más eficaz, y la frase 'proceso de paz' ha recibido un halo de santidad que ha permitido más abusos, más asentamientos, más encarcelamientos y más sufrimiento para los palestinos. Si añadimos una Jerusalén este 'judaizada', con la Casa de Oriente ocupada y su contenido saqueado o trasladado a otro sitio (los israelíes han robado registros, escrituras de tierras y mapas de valor incalculable en una repetición de lo que hicieron con los archivos de la OLP en Beirut en 1982), Israel ha implantado no menos de 400.000 colonos en tierra palestina. Llamarlos matones no es una exageración.
Conviene recordar que después de la visita gratuitamente arrogante que hizo Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas en Jerusalén el pasado 28 de septiembre, con 1.000 soldados y guardias proporcionados por el entonces primer ministro, Barak, Israel fue condenado por una resolución unánime del Consejo de Seguridad. Fue entonces cuando, como podía haber predicho incluso un niño, estalló la rebelión anticolonial, siendo sus primeras víctimas ocho palestinos. Sharon fue llevado al poder para 'someter' a los palestinos y librarse de ellos. Su expediente como asesino de árabes data de las masacres de Sabra y Chatila en 1982, por las cuales se han presentado ahora cargos contra él en un tribunal belga. A pesar de ello, Arafat quiere negociar e incluso llegar a un cómodo acuerdo que salvaguarde esa Autoridad que Sharon destruye, desmantela y mina.
Pero tampoco es tonto. Con cada acto de resistencia palestina sus fuerzas aprietan un poco más la soga, estrechando el asedio, apropiándose de más tierra, convirtiendo en una costumbre las incursiones cada vez más profundas en ciudades palestinas, cortando más suministros, asesinando abiertamente a líderes palestinos, haciendo la vida más intolerable, redefiniendo los términos de las acciones de su gobierno, que una vez hizo 'generosas concesiones' 'evitando' el terrorismo, 'dando seguridad' a ciertas zonas, 'restableciendo' el control...
Mientras, él y sus validos atacan y deshumanizan a Arafat, llegando a llamarle 'architerrorista' (aunque literalmente no se puede mover sin permiso de Israel) y diciendo que 'nosotros' no estamos en guerra con el pueblo palestino. ¡Qué suerte la de ese pueblo! Con tanta 'moderación', ¿para qué iba a ser necesaria una invasión masiva, cuidadosamente extendida para aterrorizar a los palestinos de forma aún más sádica? Israel sabe que puede tomar sus edificios a voluntad exactamente como ha eliminado prácticamente a los palestinos como pueblo.
Ésta es la verdadera historia del fingido 'papel de víctima' de Israel, elaborado desde hace meses con premeditación y alevosía. Se ha separado el lenguaje de la realidad. Pero no compadezcáis a los ineptos, torpes y patéticos gobiernos árabes que ni pueden ni quieren hacer nada para detener a Israel; compadeced a la gente que sufre las heridas en su propia carne y los escuálidos cuerpos de sus hijos, algunos de los cuales creen que el martirio es su única salida. ¿Y a Israel, atrapado en una campaña sin futuro, agitándose despiadadamente? Como dijo el poeta irlandés James Cousins en 1925, el colonizador está preso de 'obsesiones engañosas y egoístas que interfieren su atención hacia la natural evolución de su genio nacional y le sacan de la senda abierta de la rectitud para llevarle a los retorcidos caminos del pensamiento, la palabra y las acciones deshonestos, en la artificial defensa de una posición falsa'. Todos los colonizadores han seguido ese camino, sin que nada les impida aprender o detenerse, hasta que por fin -como le pasó a Israel, que tuvo que volver grupas tras 22 años de ocupación de Líbano- abandonan el territorio dejando atrás un pueblo exhausto y lisiado. Si se suponía que esto iba a colmar las aspiraciones judías, ¿por qué ha necesitado tantas nuevas víctimas de otro pueblo que, para empezar, no tenía nada que ver con el exilio y la persecución de los judíos?
Con Arafat y compañía al mando no hay esperanza. ¿Qué hace este hombre, presentándose grotescamente en el Vaticano, Lagos y otros varios lugares suplicando sin dignidad ni inteligencia ayuda árabe y apoyo internacional, en lugar de estar con su pueblo, intentando ayudarle con suministros médicos, con medidas para levantarle la moral y con un liderazgo auténtico? Tiene que marcharse. Necesitamos un liderazgo unificado de gente que esté sobre el terreno, que haga realmente la resistencia, que de verdad esté con el pueblo y sea del pueblo, y no estos gordos burócratas mascadores de puros que quieren que se protejan sus acuerdos comerciales y que se les renueven los pases de VIP, y que han perdido todo rastro de decencia o de credibilidad. Un liderazgo unido que tome posiciones y planee acciones en masa dirigidas no a volver a Oslo (¿se dan cuenta de la locura de esa idea?), sino a insistir en la resistencia y la liberación, en lugar de confundir a la gente hablando de negociaciones y del estúpido Plan Mitchell.
Arafat está acabado: ¿por qué no admitimos que no puede liderar, ni planificar ni hacer nada que suponga algún cambio excepto para él y sus amigotes de Oslo, todos los cuales se han beneficiado materialmente de la desgracia de su pueblo? Él es el mayor obstáculo para el futuro de nuestro pueblo. Todas las encuestas así lo indican. Necesitamos un liderazgo unido que tome decisiones, no que se humille ante el Papa y el estúpido de George W. Bush a pesar de que los israelíes están asesinando impunemente a su heroico pueblo. Un líder debe liderar la resistencia, reflejar la realidad sobre el terreno, responder a las necesidades de su pueblo, planificar, pensar, y exponerse a los mismos peligros y dificultades por las que están pasando todos. La lucha por la liberación de la ocupación israelí está donde ahora están los palestinos que valen algo: Oslo no puede restablecerse ni empaquetarse en un envoltorio más bonito como desearían Arafat y compañía. Todo ha terminado para ellos y cuanto antes hagan la maleta y se vayan, mejor para todos.
Edward W. Said es ensayista palestino, profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Columbia.
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