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Reportaje:MONZALBARBA | VIAJE POR EL EBRO (20)

PONTONEROS EN MOSTAR

El despacho del coronel huele a tabaco de la peor especie: la tagarnina debe de llevar quemando desde el desembarco de Alhucemas. Sin embargo, el coronel está plenamente adaptado al medio. Respira hondo, como si estuviera entre cumbres.

-Perdóneme, pero este despacho, que es el mío, es zona desmilitarizada. Aquí se fuma a base de bien y sin complejos.

El coronel es un cuarentón jovial y manda sobre el regimiento de pontoneros de Monzalbarba, un suburbio de Zaragoza junto al río. El regimiento es célebre. Se creó en 1872 y sus heroísmos, en los desastres de la paz, no se han olvidado. El cuerpo, además, ha recibido elogios literarios. Es muy raro, en España, el hermanamiento entre las armas y las letras. En el vestíbulo del cuartel, por ejemplo, se presume de estos versos: 'Pontoneros fuertes / se hacen y se harán / en el río Ebro / que besa el Pilar'.

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A esos versos debiera acompañarles el párrafo que escribió Josep Pla en uno de los interesantísimos artículos que el pudor nacional catalán no ha incluido en sus obras completas. El viajero escribe después de haber tirado al océano virtual la piedra pontoneros. Algunas de las fusiones que provoca Internet son maravillosas. ¡Y todavía lloran por la desaparición de los grandes maestros! En Retorno sentimental de un catalán a Gerona, el primer artículo que escribió después de la caída de Barcelona, publicado el 10 de febrero de 1939 en La Vanguardia Española, aparecen los pontoneros de Monzalbarba: 'El puente está volado. Casi todos los puentes están volados. Este del Tordera es importante. El regimiento de pontoneros de Zaragoza está acampado bajo los chopos, construyendo un puente provisional. ¡Muchachos magníficos estos pontoneros, que tantas veces han trabajado bajo las balas con una eficacia extraordinaria! ¡Qué buenas caras, qué salud, qué musculaturas tensas!'. Lo que una guerra puede hacer con los hombres es insospechado. Ahí está Pla escribiendo como un poeta femíneo. Qué musculaturas.

Aquí está otra vez el coronel. Aunque a duras penas, accede a salir de su ambiente para dar una vuelta en coche por el acuartelamiento. El viajero no pudo cumplir en su momento con sus obligaciones militares, pero ha soñado tantas veces que estaba haciendo la mili que ese inútil total con que se lo sacudieron no sólo es una afrenta, sino una completa inexactitud. Dada, pues, su experiencia, le sorprende la indiscutible relajación que observa en el ambiente. La entrada del coronel en la cafetería no interrumpe las conversaciones. Los encuentros con la soldadesca se tramitan con un saludo lánguido, administrativo. Éste es el último reemplazo de la mili. La jovialidad del coronel se oscurece al tocar este punto.

-Tenemos problemas. El Ejército no tienta.

-En todo Occidente, las faenas que no quiere nadie las hacen los emigrantes.

-Tal vez haya que ir a eso, sí. Pero...

Pero es el fin de una época. Uno de esos finales de época reales, concretos, brutales; no uno de esos finales de época que decreta el periodismo cada 15 días a propósito de las causas más bastas: un crepúsculo real, y como todos los crepúsculos reales, difícilísimo de describir.

El río tiene en Monzalbarba el mismo color del campamento: ala de mosca. Es un río de trabajo, surcado por hierros, con las riberas muy peladas por el roce. Un grupo de soldados despliega el instrumental de sus operaciones siguiendo las instrucciones de un capitán que lleva un árbol sobre el casco. Camuflaje. Pasarán 24 horas en el río, de maniobras. Por la noche encenderán los focos y seguirán trabajando. Estos hombres, bien adiestrados, son capaces de tirar un puente firme en menos de un día.

El coronel relata sus días en Bosnia, en la zona de Mostar, la última gran operación del regimiento. El Neretva era azul, el río más azul que había visto. El coronel aprendió allí que los ríos podían ser azules y otras cosas importantes.

-Trabajamos mucho tiempo en Stolac, en la frontera entre serbios y musulmanes. Era un lugar muy delicado. No quiero presumir, pero la verdad es que los españoles teníamos buena fama en Bosnia. Y que tanto unos como otros nos buscaban porque decían que teníamos una cierta capacidad de integración. El lugar de uno es importante. No sé si es bueno que lo sea tanto, pero lo es. Allí mismo, en Stolac, estuvimos unos cuantos días con una pareja de viejecitos. No tenían nada más que su casa, que eran cuatro paredes, casi sin muebles. Vivían en medio de nada: sin cultivos, sin animales. Y eran muy viejos, ya. Pero por nada del mundo querían dejar aquello. Ni siquiera por la vida, que les peligraba.

El regimiento de pontoneros tiene el único grupo de buceadores del Ejército de Tierra y el único grupo experto en aguadas: hay especialistas en encontrarlas, zahoríes, y especialistas en potabilizarlas. Los buceadores se entrenan primero en piscinas, luego en mares, luego en pantanos, y finalmente, cuando han alcanzado el máximo nivel de pericia, van a los ríos. Bucear en ríos es complicado. El agua turbia limita la visibilidad casi por completo y el suelo fluvial es caprichoso. Tal vez por eso el lunar más apreciable del regimiento sea no haber descendido nunca al pozo de San Lázaro, en Zaragoza, aguas abajo del puente de Piedra. Esa sima, de unos 20 metros, congrega leyendas. Marcuello, en Mitos, leyendas y tradiciones del Ebro, relata milagros, suicidios -alguno por amor- y accidentes. Entre estos últimos, el de un autobús turístico que en 1971 cayó en ese lugar. El coronel sabe muy bien cuál ha sido, modernamente, el trabajo más duro de su regimiento: bucear a través del agua embarrada de la catástrofe de Biescas y no poder localizar los cuerpos más que con el tacto. Se ha hecho tarde. El coronel ofrece una zodiac para volar sobre el río. El viajero, durante un rato, aún podría soñarse musculado pontonero. Pero no será posible. Le espera una entrevista importante.

Miembros del regimiento de pontoneros de Monzalbarba navegan por el Ebro.
Miembros del regimiento de pontoneros de Monzalbarba navegan por el Ebro.JESÚS CISCAR

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