Despedida con Neptuno
A todo esto nos queda el mar. Y no me refiero a la orilla donde los tamarindos ofrecen al viento su melena tratada este año con un producto ignífugo que podría apagar los peores humos, y la barandilla se ofrece como heráldico marco para actos tan festivos como el concurso de huevos fritos y de los ojos más bonitos de la Concha, no. Tampoco me refiero a la playa en sí, donde a espaldas de la población bañista -y de toda- se disputa un apasionantísimo torneo de parchís aunque gigante, no. Estoy hablando de esa porción de agua que cubre tres cuartas partes del globo y mucho de Donosti. Nuestros vecinos podrán tener San Fermín, Celedón y la Mariajaia, pero ninguno tiene mar, lo que les deja manifiestamente en desventaja. ¿A qué esperamos para aprovecharla y dejar sus fiestas en agua de borrajas, digo, de secano?
Mientras se utilice la bahía para una simple regata de velomares vamos mal. ¿No resultaría más espectacular y adaptado a los tiempos que la regata fuera de superpetroleros? Apenas puedo imaginar lo que sería si de paso limpiaban los tanques organizando una pequeña marea negra de ésas que exigen tanta participación ciudadana y disfrazan a la fauna de conguitos. Tampoco quedaría mal un desembarco masivo de piratas informáticos capaces de coger a los bañistas y meterlos en el mismísimo Pentágono para que nadaran en sus fondos y en la geometría naval o, si se prefiere, en las 20.000 leguas de viaje submarino o cualquier juego de consola con Tiburón X o Salvemos las ballenas II.
Y para que nadie pudiera reprochar la faceta ecológica, no estaría mal organizar unos baños naturistas a la luz de la luna con objeto de acompañar al delfín Paquito y a la foca Candy, con la que se retrató en espejo nuestro lanzado alcalde, que bien podría lanzarse a estas aguas lustrales encabezando el Gran Baño de la Noche Tolerante mientras en la isla redoblaban no los tambores, sino los tam-tam.
Además veo unos fuegos que entraran en el agua y estallaran a 20 metros de profundidad mientras que los helados que los acompa-ñan serían de agua marina, algas y tintura de yodo. ¿Por qué no organizar sokamuturras nadadoras? ¿Por qué no el concurso de la canción del verano en plataformas flotantes llenas de glamour y lamé que el público visitaría a bordo de góndolas venecianas? Algo habrá que hacer, porque el número de visitantes parece haber bajado, según aduce esa antena parabólica que son los bares. Aunque nadie lo diría, dadas la aromaterapia de orín y potakarra y la cristaloterapia de cascos a la que se ve sometido el paseante de unas fies-tas que por eso y su afán de globalizar y hacer distintos mix parecen de la New Age.
Pero todo se acaba, incluso la Semana Grande, y aunque no se acabe de verdad se va de estas páginas para dejar sitio a Marijaia y sus Bilbaos. Así que me despido, pero con una disculpa: la Salve que argüí anteayer era otra y data de 1934. Está bien fundir, pero no confundir. Lo mismo me voy al Botxo a purgar mi culpa con un baño de... humildad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.