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Un nuevo país, una nueva aventura

Gina López ya se considera casi española. Está totalmente adaptada a un país que no quiere abandonar. Por eso se siente distinta a otros compatriotas ecuatorianos que soportan experiencias más duras pensando en lo que dejaron atrás. Gina, a sus 25 años, apenas tuerce el gesto cuando recuerda a sus amigos de Quito y sonríe repasando sus tres años en Valencia.

En Ecuador trabajaba en una compañía de seguros mientras seguía estudios de relaciones públicas e idiomas. No se planteó dejar el país hasta que su madre, que regentaba un restaurante, decidió vender el negocio para reemprenderlo al otro lado del océano y la tentó con un billete de avión para acompañarla. 'Allí siempre tendré a mis amigos, y en España tenía la posibilidad de probar nuevas experiencias', se planteó. Tres meses después de que su madre se instalara, aterrizó en Valencia.

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Desde entonces, el saldo es positivo, aunque ha habido malos ratos. Recuerda una oferta de trabajo de asistenta doméstica a la que acudió. 'La señora pretendía que llevara delantal y cofia', recuerda entre sorprendida y divertida. Gina rechazó la oferta al conocer las condiciones, pero la dueña de la casa, tras entrevistar a las otras, le ofreció el empleo. 'Me dio muchísima rabia porque insistía en que me quería a mí por ser la que menos rasgos tenía de extranjera'.

Admite que sus ojos grandes, sus facciones amables y su formación le han abierto muchas puertas a la hora de acceder a un trabajo. Pero sabe que la mayoría de sus compatriotas tragan lo que sea con tal de cobrar, en gran parte debido a que no tienen papeles. La experiencia le dice que plantarse es la mejor arma contra el abuso: 'Hay que dejar muy claras las cosas desde el principio para que no te exploten'.

También sabe que al llegar antes del alud de compatriotas que luchan por hacerse un hueco en España tuvo más fácil conseguir un permiso de trabajo y residencia y lamenta lo complicado que lo tienen para regularizar su situación. Alguna vez que ha acudido a renovar sus papeles se ha acercado a echar una mano a los ecuatorianos que buscaban información. 'Recuerdo a una mujer que buscaba ayuda con la mirada, tenía unos formularios en la mano y no sabía leer ni escribir'. Muchos de ellos, comenta, son muy pobres, 'bajan de las montañas, llegan de pueblos pequeños y aquí esperan ganar algo de dinero para volver'.

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Gina no se siente una de ellos. Sin embargo, sus condiciones de vida tampoco distan tanto de la de sus compatriotas. Se dedica, como tantos inmigrantes, a cuidar niños. Y tampoco le da para excesos. Comparte con su prima el alquiler del apartamento, un hogar acogedor en un barrio popular.

Ya ha superado algunas de las impresiones negativas que tuvo al llegar, cuando sentía que todo el mundo le reñía. Luego se dio cuenta de que era el cambio del castellano musitado de su país al enérgico y vociferante de la Península. O el trato frío de la gente 'hasta en las vueltas'. '¿Por qué en este país no te devuelven el dinero en la mano? Lo dejan en el mostrador'.

Con lo que gana se está sacando el carnet de conducir y se pagará el año que viene los estudios de comercio internacional. Quizás porque tiene un novio español o porque al llegar se relacionó con las amistades españolas de su madre, apenas mantiene contacto con ecuatorianos y, como repite constantemente, se ha adaptado al país. Alguna vez se le pasa por la cabeza volver, pero tarda poco tiempo en abandonar la idea. Vuelve a la conclusión que le hizo decantarse por probar suerte en España. 'Allí siempre tendré los amigos, todo sigue igual, y aquí me aguardan nuevas experiencias'.

Gina López en su apartamento, en Valencia.
Gina López en su apartamento, en Valencia.TANIA CASTRO

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