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Una beca para vender piezas mecánicas

Mucho antes de que Aladji Ndiaye (Kaffrinf, Senegal, 1964) se subiera por vez primera al avión que lo traería a España para ampliar estudios, en noviembre de 1996, él tenía clara una cosa: que no usaría el billete de retorno. De los seis estudiantes becados con 90.000 pesetas al mes por la Agencia Internacional de Cooperación y la Universidad Complutense de Madrid durante nueve meses, la mitad volvió a su país para trabajar como maestros, que era a lo que se habían dedicado durante sus años de estudio. Los restantes, entre ellos Aladji, se quedaron.

'No me arrepiento de aquella decisión. Me quedé para enviar dinero a casa porque ésa es la primera obligación. Ahora gano cuatro veces más que mis colegas de maestría', explica. Para este senegalés, llegar a Madrid en noviembre, cuando más calor hace en su país, resultó toda una sorpresa. Aladji conocía muy bien el lugar donde había decidido vivir. 'En la Universidad, en Senegal, teníamos acceso a periódicos y libros que te permiten ver dónde vas. El resto de la población no tiene acceso a esa información. Por eso a mí, además del clima, sólo me llamó la atención el metro. Eso sí que me asombró'.

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Los planes de Aladji para quedarse en España no habrían cuajado tan bien sin la ayuda de un amigo, y a la vez jefe, almeriense, que le ofreció el puesto de trabajo que todavía hoy mantiene en su comercio de suministros y piezas de automoción. 'Nos conocimos en Senegal, en un viaje que hizo a mi país un año antes de obtener la beca, y desde ese momento mantuvimos contacto. Cuando le dije que venía me habló de su empresa y me contrató sin tener papeles ni nada. Estuve de ilegal un año y pico', confiesa.

De sus cuatro años de estancia y adaptación en Almería, el africano sólo tiene palabras amables que ensalzan el 'carácter abierto de los almerienses', que contrastan con la frialdad de la capital, donde vivió durante su beca. 'Debe ser algo sureño o relacionado con el clima', comenta.

Su tiempo de ocio, repartido entre el club de veteranos de fútbol donde juega -es el único inmigrante- y la Asociación de Emigrantes Senegaleses (Adesean) de la capital almeriense, le hace sentirse 'a gusto' tan lejos de los suyos. Sobre los roces con personas intolerantes, Aladji se muestra rotundo: 'La inmigración es un hecho universal y de siempre. La gente se desplaza para buscarse la vida y no es ninguna vergüenza. Los españoles lo llevan haciendo desde el descubrimiento de América'.

A Senegal sólo ha vuelto en dos ocasiones. La primera, en 1999 para conseguir los papeles y la segunda un año después para contraer matrimonio. Su ilusión se centra ahora en conseguir traer a su esposa apelando a la reagrupación familiar. 'Es algo muy difícil y lento, que ni siquiera funciona bien', reconoce con cierta resignación.

Aladji habla con los suyos por teléfono todas las semanas y se sabe admirado por ellos. Él se reconoce afortunado. 'Sé que hay gente que ahorra el sueldo de cinco años para llegar a España en patera. Están mal informados porque no saben lo que les espera. Les engañan al llegar a Marruecos y los mafiosos les dicen que España está ahí mismo. Es realmente triste'.

De las cerca de 150.000 pesetas que gana al mes, Aladji suele enviar un tercio o algo menos a su madre y hermanos, cuyos sueldos no superan las 25.000 pesetas. Sin embargo, y a pesar de sus propios gastos, este maestro de vocación se apaña para ahorrar una pequeña parte con la que confía regresar algún día a Senegal. 'Es algo que me planteo a largo plazo. Antes, me gustaría ver cambios en mi país, como que hubiera un Gobierno que ayudara a los jóvenes a realizar sus proyectos. Aunque si hay que trabajar con las manos, se trabaja.Yo siempre he pensado que quien ha estudiado puede coger una azada'.

Aladji Ndiaye, en su puesto de trabajo en Almería.
Aladji Ndiaye, en su puesto de trabajo en Almería.JOSÉ MANUEL VIDAL

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