EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN
Territorio llaman los agraviados del Delta a las tierras del Ebro. Tienen límites muy definidos y una seña de identidad: el agua. Ningún miembro del Gobierno de Pujol puede atravesar seguro estas tierras. Un viento de fronda levanta el territorio.
El viajero cena lentamente. Corre el viento y en la mesa alguien pronuncia unas palabras que son el mejor alcohol posible: 'Verá, es una larga historia...'. La historia es la de Sancho, el representante del Gobierno catalán en las tierras del Ebro. Hace algunos meses apareció su nombre en un muro del pueblo de L'Ampolla: 'ETA mata a Sancho. No volem traidors' (No queremos traidores). Sancho, como su partido, apoya el trasvase del Ebro. Cuando la pintada se fotografió y apareció en los periódicos causó una cierta impresión y algunas gentes empezaron a desconfiar de los métodos y las intenciones del movimiento de defensa del Delta. Pero en los muros del pueblo había otras pintadas que también tenían a Sancho como protagonista. Decían: 'Sancho, líder', 'Sancho, gracias', 'Sancho, t'estimem!'.
'Verá..., todas las pintadas las hizo la misma persona, uno de los grandes amigos de Sancho'.
Al viajero le envuelven sucesos y gestas remotos. Al parecer, los amigos de Sancho y Sancho mismo llevan muchos años en el oficio. Sancho fue el líder de la independencia. Cuando en 1991 L'Ampolla se desvinculó del vecino pueblo de El Perelló y se convirtió en municipio libre, todos sabían cuánto habían trabajado Sancho y sus amigos por ello. Un día, uno entre cientos, colgaron a la entrada del pueblo una pancarta: '¡Bienvenidos si no sois de El Perelló!'.
Aquella misma noche, unos de El Perelló la descolgaron. Al día siguiente apareció otra.
'¡Si tenéis cojones, quitadla de día!'.
Aquella misma tarde, unos de El Perelló la arrancaron y dejaron en su sitio unos hermosos cojones de toro, al parecer, frescos.
Pero él acabó ganando. Y las leyendas sobre su pasado guerrillero ocupan la noche: cuando mandó tapiar el consultorio donde pasaba su consulta de médico, en protesta por las condiciones vejatorias del lugar, o cuando en plena negociación de la independencia ideó que una procesión de vecinos con antorchas señalara en la noche los límites del municipio que El Perelló quería ceder a L'Ampolla para poner en espectacular evidencia su pequeñez miserable; o cuando el pobre zapatero tuvo que dejar su tienda...
El viajero escribe todo esto sobre un suelo alfombrado de titulares de periódicos. Sancho ha basado su carrera política en la explotación del agravio y ahora lo devora el agravio. Es el caso de muchos otros. Ningún miembro del Gobierno de Jordi Pujol puede atravesar seguro las tierras del delta, y el mismo presidente ha renunciado a viajar allí. Un viento de fronda levanta el territorio.
El viajero ha escrito territorio, como ellos. Así llaman los agraviados del delta a las tierras del Ebro. Hace sólo unos meses que empezaron a hablar de territorio. Es una palabra curiosa. Viene de tierra, pero está libre de los encendidos mitos telúricos. Como si la tierra apareciera razonada, conceptualizada por la cartografía. Territorio es una manera muy higiénica -lavada- de nombrar a una patria. ¿Una patria? Por supuesto. Las tierras del delta tienen límites y agravios muy definidos. Y una seña de identidad. El agua es la identidad. El viajero no ve, y así lo escribe, por qué motivo habría que despreciarla, ni colocarla siquiera a menor altura simbólica que la lengua y la sangre. Es seguro que la posesión de una lengua no decide un espíritu: pero es difícil decir lo mismo del agua o las montañas.
La muchacha ha retirado los últimos platos y la mesa está otra vez perfectamente limpia y ordenada. Cualquier rincón del delta huele a sal y a eucaliptus y sólo en las noches más angostas del verano se añade al paisaje un olor cárnico, faisandé, que este año aún no ha llegado. La muchacha vuelve, ahora con tragos largos, cargados de hielo. El viajero está cansado, aunque feliz. Quisiera irse, pero el esfuerzo de abandonar la noche y los amigos y el viento no le compensaría. Escucha lo que hablan, aunque a veces no distinga entre las palabras y el golpe de hielos apagados.
'Aquí producimos el 70% de la electricidad del país, y los cortes de luz son continuos'.
'Antes el agua que la sangre. ¿O era al revés?'.
'El trasvase no se hará nunca. Es irreal. Pero lo saben. Ellos lo saben. Son unos cínicos. Para ganar votos les basta con haber dicho que lo harían'.
'El otro día hablaba con un ingeniero. El cerebro también lo tienen de cemento. Le decía que el trasvase acabaría con la vida en el último tramo del río. Se me quedó mirando. Es un buen tipo. Pero se me quedó mirando con el aire perdonavidas... esto..., ese aire que es el mismo que tienen los hombres de ciencia y de mundo... esto... se me quedó muy fijo y me dijo: '¿Sabes lo que hay en esa coña de río, quieres saber lo que hay en esos metritos finales de tu río?: Mierda y nada. O nada y mierda, como quieras'.
El viajero llega de madrugada hasta el antiguo molino de aceite de Masdenverge, donde pasará lo que queda de noche. El esfuerzo y la atención de conducir han acabado por despejarle y en la puerta del molino recuerda que a su estómago, o a la conciencia de su estómago, le va bien andar antes de echarse. Echa a andar. Ni él mismo se oye, tan apabullante es el silencio de las calles. La arquitectura es hórrida, devastadora. El mal gusto de la arquitectura cotidiana de Cataluña es indescriptible. Aún más indescriptible porque, al contrario de lo que sucede, por ejemplo, en la cercana Valencia, no parece deliberado. Al doblar una esquina, la luz eléctrica corta la calle y la convierte en un cuadro de De Chirico. El problema del viajero es que no puede ser más que la anécdota del lienzo y es así como, apresurado, regresa.
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