Toros, Celedón y Virgen Blanca
Toros, toros y más toros. Los orígenes de las Fiestas de La Blanca parecen estar vinculados casi exclusivamente al festejo taurino, a tenor de lo que muestran sus primeros carteles ilustrados oficiales. Evidentemente, era el principal reclamo de unos festejos que se comenzaron a anunciar como corresponde a partir de 1890. Ahora, un libro, profusamente ilustrado, recoge 83 de aquellos carteles que en estos tres siglos han anunciado unas celebraciones que comienzan el próximo sábado. Editado por el Ayuntamiento de la ciudad, se han sacado a la venta 900 ejemplares al precio de 3.500 pesetas.
Hubo que esperar a 1897 para que apareciera en una creación de la prestigiosa litografía Portabella (que ya había trabajado para el consistorio vitoriano) la imagen de la Virgen Blanca. Eso sí, sin que se pierda la referencia a la denominada 'fiesta', con un torero caído (¿herido, tal vez, por una cornada?) en medio de la plaza.
Será Adrián de Aldecoa, Arbulo, quien desde su primera aportación en 1916 inicie una nueva cartelística. Aquí ya aparece una figura que recuerda al Celedón, con blusón y paraguas, sentado de espaldas en un espacio que recuerda al quiosco de La Florida. Según el historiador Antonio Rivera, autor del documentado prólogo del volumen, este primero es sin duda el mejor trabajo de Aldecoa, quien siguió colaborando con las fiestas, por lo menos, hasta la llegada de la Segunda República.
En las tres aportaciones de este último periodo recogidas en el libro se observa quizás la mejor creación artística hasta los años 80. Así lo señala Antonio Rivera, quien considera que son 'posiblemente los más contemporáneos, los más leales a la estética actuante en esos años'.
El último conocido de la República, el de 1934, está diseñado por Obdulio López de Uralde (1896-1957), uno de los principales valedores de las fiestas vitorianas, ya que desde 1923 dibujaba unas tiras cómicas sobre Celedón. Desde su primer trabajo, López de Uralde aporta a la imagen oficial de La Blanca, uno de sus principales elementos: las manolas de peineta y mantilla.
'La composición de Uralde es muy sólida, aunque su cartelística es muy de escenografía, reproduciendo una suerte de cromo o escena de tono festivo', comenta Antonio Rivera en su estudio. La más característica de todas es la del cartel de 1948, cuando reproduce una escena de una corrida de toros del siglo XIX, que se celebraba en un coso temporal, ubicado en la actual Plaza de España.
El recorrido por los carteles del franquismo es el mejor reflejo de la cotidianidad de aquellos años grises. No hay ningún atrevimiento (el recuerdo de los anuncios de fiestas de la República pesa sobre estas ilustraciones de los años 40, 50 y 60, faltas de gracia).
Tendrá que llegar 1965 para descubrir cierta novedad en el tratamiento de la imagen, con regustos poscubistas, en un trabajo firmado por Dessin. A partir de 1970 se comienza a sentir la apertura estética que se vivía en el conjunto de la sociedad, hasta que en 1973 aparece por vez primera la ciudadanía en masa.
El que luego ha sido un recurso utilizado hasta la saciedad (la Bajada del Celedón y la Plaza de la Virgen Blanca repleta de gentío, en la mejor expresión de la fiesta popular) aparece dos años antes de la muerte de Franco. Con la llegada de la democracia se incorpora el euskera (1977, en creación de Fernando Illana) o elementos cercanos al nacionalismo como el lauburu (1978, por Juan Sagastizabal). El último, a cargo de Mintxo Cemillán, ubica Vitoria en la línea del cielo de Nueva York.
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