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Reportaje:

40 horas con el mundo a cuestas

El holandés Jan Pronk consiguió tras una intensa negociación mantener vivo el Protocolo de Kioto y su prestigio político

Jan Pronk, como presidente de la cumbre del clima de Bonn, respiró con profundo alivio el pasado martes por la mañana cuando se aprobó el acuerdo político que supone sacar de la UVI el Protocolo de Kioto. Pero no solo él, tambien su prestigio político recibía el tremendo espaldarazo, sobre todo en su país, Holanda, que tan apremiantemente necesitaba.

Más de mil personas puestas en pie aplaudiendo cálidamente durante ocho minutos deben colmar de emoción a una persona agotada y seguramente rebosante de adrenalina para seguir despierto y alerta tras unas negociaciones que, en la última etapa, duraron casi 40 horas. Pero igualmente largo fue el maratón final de la primera parte de la cumbre, celebrada en La Haya, su ciudad natal, en noviembre del año pasado, sólo que en aquella ocasión Pronk tuvo que dar la cara por un rotundo fracaso.

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Ministro de Medio Ambiente holandés, Pronk, de 61 años, asumió la presidencia de la VI Conferencia de las Partes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (La Haya, noviembre 2000) tras un reciente batacazo político que le había dejado malparado en su país. Con una larga experiencia a sus espaldas en la política nacional e internacional, orientado hacia los problemas del desarrollo y la cooperación, y tras ocupar altos cargos en organismos de la ONU, aspiraba a ser nombrado Alto Comisario para los Refugiados de la ONU. Su Gobierno presionó y logró el cargo para un holandés, pero no fue Pronk.

En esa situación, este político asumió la cumbre del clima en un momento crítico para el proceso internacional de negociaciones encaminadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que están produciendo el calentamiento climático.

Unas conferencias son más angustiosas que otras. La de La Haya, la sexta, sólo cedió en tensión a la de Kioto, la tercera (1997), donde se adoptó el famoso protocolo del mismo nombre. Ahora se trataba de desarrollar el reglamento de aquel acuerdo, algo muy difícil cuando están en juego intereses económicos y políticos encontrados y cuando deben asumir el acuerdo prácticamente todas las naciones de la Tierra.

Pronk, un hombre incisivo, campechano, de modales inquietos, expresivo e irónico, ha seguido unos métodos de negociación a menudo criticados, ya que insiste en que se mantengan reuniones y más reuniones de cada uno de los grupos de negociación (en los que están integrados los diferentes países, que a su vez necesitan hacer reuniones de coordinación) con él y entre ellos. Cada propuesta, ya sea un párrafo que cambia o todo un documento, pasa por todo el proceso de contactos, contraste, opiniones, aportaciones....

La Haya fue una reunión larga, de 15 días, y tras una noche tan agotadora como la del lunes pasado en Bonn, el presidente se dirigió a la sesión plenaria para decir que no se había logrado un acuerdo (entre la UE y el grupo paraguas que engloba a EE UU, Australia, Japón y Canadá, entre otros). En ese amargo momento anunció una decisión insólita: la sexta conferencia de las partes no se cerraba sino que tendría una segunda parte unos meses después durante los cuales se intentaría tejer el acuerdo imposible en ese momento. Pero entre tanto, mientras Pronk seguía elaborando un documento de consenso y haciendo diversas propuestas, el recién elegido presidente Bush lanzó una estocada casi mortal al Protocolo de Kioto, rechazándolo a pesar de que Clinton lo había firmado en 1998. En los meses siguientes, y especialmente a medida que se acercaba la cita de Bonn, llegaban muy malos augurios de otros países (sobre todo de Japón, Canadá y Australia), pese a la intensa actividad diplomática de la Unión Europea para salvar el protocolo.

El pasado día 15, al inaugurarse la cumbre de Bonn el pesimismo superaba al optimismo. El jueves empezaron a negociar los ministros (88 han participado en esta cumbre) y empezaron las reuniones y más reuniones al estilo de Pronk. El sábado por la noche las cosas no iban bien, aunque el político holandés había advertido de que no quería seguir la tradición de las COP importantes de continuar toda la noche siguiente al día previsto para terminar y acabar 24 horas más tarde. La distancia entre la UE, el G-77+China, y el grupo paraguas, no se reducía. Ya en la madrugada del lunes, Pronk presentó un documento como prácticamente la última oportunidad. Para debatirlo anunció contactos y muchos se temieron que otra vez se impusiera su interminable estilo de negociaciones, que es muy democrático en tanto que todo el mundo tiene derecho a participar y a expresar su opinión, pero que en los momentos clave puede ser ineficaz.

Durante toda la noche del domingo al lunes, reinó la secuencia acuerdo sí/acuerdo no, alimentada por rumores. De madrugada, Pronk cambió de táctica y encerró en una habitación a los 25 ministros clave de la negociación y soportó los momentos de mayor tensión mientras se iban decantando las posturas en la última oportunidad de alcanzar un acuerdo. La UE estaba a favor del documento presentado por el holandés, también el G-77+ China, aunque había sido difícil poner en sintonía a los más de 130 países que lo integran. En el grupo paraguas, Nueva Zelanda, Islandia y Noruega estaban a favor del pacto. Finalmente, Canadá también se unió. Faltaban Australia y Japón. Cuando los ministros de estos dos últimos dieron su conformidad, Pronk debió de respirar con profundo alivio: el Protocolo de Kioto había superado su peor crisis y él había ganado.

Jan Pronk, en un momento de la cumbre del clima de Bonn.
Jan Pronk, en un momento de la cumbre del clima de Bonn.ASSOCIATED PRESS

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