Adiós a toda una época
Los poderosos de EE UU despiden a la editora Katharine Graham con un funeral digno de un presidente
Carcajadas y aplausos resonaron ayer en la catedral de Washington cuando Ben Bradlee, ex director de The Washington Post, hizo un tierno y divertido panegírico de Katharine Graham, que fue su patrona durante los años de investigación del Watergate. El legendario periodista recordó que, en una de las últimas postales navideñas que le envió, la recién fallecida propietaria del diario de la capital estadounidense, a la que los amigos llamaban Kay, escribió: 'Ben, lo importante es seguir divirtiéndonos'. 'En mi memoria', dijo Bradlee, 'Kay siempre está riéndose'.
Graham, fallecida la pasada semana a los 84 años, tuvo ayer funerales dignos de un presidente de Estados Unidos. George W. Bush no pudo asistir porque estaba todavía en Europa, pero fue representado por el vicepresidente, Dick Cheney, en cuyo banco se sentaron también Bill y Hillary Clinton y el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani. Fue curioso ver departir amistosamente a la senadora Clinton con Giuliani, que la criticó ferozmente durante la campaña por el escaño neoyorquino. Y también tuvo gracia volver a ver a Bill Clinton en la ciudad que tanto le amó y le odió durante ocho años.
Kissinger alabó 'su gran defensa de la libertad de expresión, incluso frente a las más altas autoridades'
En el segundo banco de la catedral se sentaron el senador Edward Kenney y Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal, y en otros lugares, muchos ministros del actual Gobierno y de los anteriores, como Henry Kissinger y Madeleine Albright, dos figuras emblemáticas de la política internacional estadounidense. Kissinger, que era secretario de Estado con Richard Nixon, el presidente destronado por el Watergate, tomó la palabra.
'Kay fue una incansable crítica de muchos aspectos del Gobierno en el que trabajé', recordó, 'pero nuestra amistad superó esa y otras pruebas'. Kissinger hizo un excelente retrato de Graham: 'Fuerte y al mismo tiempo algo tímida, gran apreciadora del humor, decidida a superar todos los obstáculos, nunca amarga y siempre valiente'. Graham convirtió a The Washington Post 'en uno de los más respetados diarios del mundo'. Y eso por 'su gran defensa de la libertad de expresión, incluso frente a las más altas autoridades'.
Así lo reconoció la masiva presencia de periodistas en la catedral de Washington. Allí estaban, cómo no, Bob Woodward y Carl Bernstein, los reporteros que levantaron Watergate y a los que Graham defendió como una leona frente a las presiones de la Casa Blanca. Y muchos otros personajes ricos y famosos como Bill Gates y la periodista televisiva Barbara Walters. Era todo un adiós a una empresaria 'cuyo papel nadie podrá volver a ocupar', como dijo Kissinger, y quizá también a toda una época, la de los diarios impresos capaces de hacer caer gobiernos.
El jubilado Bradlee fue el que mejor lo contó. Graham tenía 'amor por las noticias, amor por las respuestas y amor por un poquito de acción', dijo. Una vez, rememoró Bradlee, Graham recibió una llamada de Ronald Reagan cuando estaba en la ducha. En albornoz y con el pelo chorreando, tomó bolígrafo y cuaderno y atendió al presidente, que le pedía que el Post no publicara una historia sobre una fracasada operación de espionaje a la URSS. Lo gracioso, apostilló Bradlee, es que 'nosotros ni habíamos oído hablar de esa operación'. El diario se puso a investigar el asunto.
Cuando las limusinas y los escoltas abandonaron la catedral, la familia de Graham la enterró en la intimidad en el cementerio de Oak Hill, al otro lado de la casa de Georgetown donde ella vivió como la reina del establishment de la ciudad más poderosa del planeta.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.