Muere a los 84 años Katharine Graham, un personaje fundamental en la prensa de EE UU
La editora sacó a 'The Washington Post' de la ruina y lo convirtió en un conglomerado mediático
Como presidenta de la compañía editora de The Washington Post, Graham reconstruyó el periódico en quiebra que su padre había comprado en una subasta. Tan temida como respetada, Graham dio un giro a su vida cuando el editor, su marido, Philip Graham, se suicidó. Viuda a los 46 años, dejó de ser ama de casa en su mansión del respetable barrio de Georgetown para saltar al más alto despacho de la prensa capitalina; lo ocupó hasta que decidió dejarlo en manos de su hijo en 1991, aunque siempre se guardó una posición de control.
A lo largo de las dos décadas en las que ejerció su dominio absoluto sobre el Post, Graham sacó al diario de la ruina y lo transformó en lo que es hoy en día: un conglomerado mediático que incluye desde alianzas con Microsoft para la distribución de información hasta servicios de televisión por cable o semanarios prósperos como Newsweek.
Recientemente, Graham completó su carrera y su leyenda con un Pulitzer que premió su autobiografía, Personal History dedicada al relato de una vida auténticamente novelesca. O mejor dicho, dos vidas en una, como Graham escribió en ese libro: la de antes y la de después de hacerse con el control de The Washington Post.
El punto de inflexión está en 1963. Graham resistía en casa, con sus cuatro hijos, las humillaciones públicas a las que era sometida por su marido, convertido en editor del Post por su suegro a los cinco meses de conocerlo. Philip Graham sufría depresiones neuróticas que provocaban un comportamiento inestable, casi demente, aunque a Katharine le atormentaba más su afición por la bebida y el escaso interés en ocultar sus infidelidades conyugales.
Cuando Philip se suicidó, acabó la etapa que Katharine Graham definió en su libro como "vida de esposa felpudo". Decidida a que el Post siguiera convertido en una empresa familiar, Graham escondió sus miedos en el afán de rehacer su vida. En sus memorias, escribió: "No entendía la inmensidad de lo que me esperaba por delante, lo asustada que debería estar, lo duro que iba a ser ni las largas horas de preocupación que me esperaban durante un largo tiempo. Tampoco me daba cuenta de lo mucho que eventualmente iba a llegar a disfrutarlo".
Los secretos de Vietnam
Suya fue la decisión de publicar en 1971 los Papeles del Pentágono, el estudio secreto sobre la Guerra de Vietnam. Tenía enormes presiones del Gobierno para no hacerlo, e incluso sus abogadas recomendaban no publicarlos. Pero el New York Times había comenzado a ofrecerlos y Graham entendió que era su obligación ofrecer a la opinión pública esos documentos tan comprometidos. Hace unos años, escribió: "Publicar los Papeles del Pentágono hizo más fácil -e incluso hizo posibles- otras decisiones posteriores. Nos preparó a todos -y sospecho que a Nixon también- para el caso Watergate".
Katharine Graham siempre ha contado que recuerda perfectamente el momento en el que los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward entraron en su despacho con los primeros hilvanes del caso que acabaría con la presidencia de Nixon. Graham publicó las revelaciones, pero asistía angustiada a la desidia que los otros medios mostraban por la información. "Fue un momento de soledad para el periódico. A veces, cuando estaba sola, pensaba: si esta noticia es tan importante, ¿dónde están los demás?".
Los demás no hacían falta. El propio Nixon era consciente del poder que tenía el diario que se lo arrebató a él: "En Washington", dijo una vez Nixon, "hay muchos que leen el Post y les gusta, y hay muchos que leen el Post y no les gusta. Pero casi todos leen el Post, lo que constituye un reconocimiento de la habilidad de Graham como editora".
Cerca del poder
De Graham, los trabajadores más veteranos recuerdan sus modales despiadados para contratar y despedir trabajadores. Cuando los empleados de las imprentas organizaron una huelga en 1975, Graham puso en marcha las rotativas contratando a trabajadores no afiliados a ningún sindicato. Cuando recordaba su dureza en el ejercicio del cargo, decía: "No puede caer bien a nadie alguien que ha hecho lo que yo he hecho".
Graham nunca se marchó de los puestos directivos del Post, que permitían mantener al día su agenda de contactos. Jugaba al tenis con miembros del Gobierno e invitaba a sus cumpleaños a todos los que mandaban en cada etapa política de la Casa Blanca; Reagan encendió las velas de su tarta en el 70 cumpleaños. Era un arquetipo de alta sociedad, con paseos por su residencia en Martha's Vineyard junto a Bill Gates o la princesa Diana, o cenas con George W. Bush para presentarle a personas influyentes que debía conocer y a quienes sólo ella podía sentar en una misma mesa. Repartía invitaciones a sus fiestas consciente de que recibirlas era uno de los mayores honores que alguien podía tener en Washington.
Sus amigos decían que era la mujer más poderosa del mundo, atenta y educada pero al mismo tiempo capaz de "insultar como un marinero", como escribía ayer el Post en su necrológica en Internet. Con toda seguridad, Katharine Graham demostrará todavía una vez más su poder de convocatoria: el funeral se celebrará el día 23 en la Catedral Nacional de Washington.
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