El escudo antimisiles de Bush impulsa la alianza Rusia-China
Jiang y Putin firmarán en Moscú un tratado de cooperación
El presidente chino, Jiang Zemin, inicia una visita de cuatro días a Rusia, durante la cual firmará con su homólogo Vladímir Putin un tratado de amistad, cooperación y buena vecindad, que devolverá las relaciones bilaterales a un nivel sin precedentes desde la luna de miel que siguió al pacto entre los respectivos regímenes comunistas suscrito en 1949, en tiempos de Iosif Stalin y Mao Zedong.
Mucho ha cambiado el mundo desde entonces, pero el rechazo común a la hegemonía estadounidense que dejó como herencia la guerra fría ha acercado nuevamente a los dos países, que comparten 4.000 kilómetros de frontera y que, tal vez por ello, nunca han dejado de mirarse con recelo. Los dos líderes, que en la cumbre de hace un año en Pekín ya hicieron profesión de fe de la 'asociación estratégica' que les une, insisten en que el nuevo pacto no está dirigido contra nadie, no hace referencia a la cooperación militar y, para despejar cualquier duda, su texto se hará público, al contrario de lo que ocurrió en 1949. En una entrevista concedida recientemente a la televisión estatal rusa, Jiang Zemin destacó que China y Estados Unidos tienen 'importantes intereses comunes' y que sus relaciones han experimentado 'cambios positivos pese a algunas diferencias'.
Entre esas diferencias, señaló las que más resonancia están teniendo en los últimos meses y que se concretan en el rechazo rotundo (que comparte Rusia) al escudo antimisiles con el que EE UU dice querer protegerse de eventuales ataques de Estados potencialmente terroristas como Irán o Corea del Norte. Ese plan, dijo el presidente chino, que rompería el tratado ABM anticohetes balísticos, 'mina la estabilidad estratégica global'. De hecho, el encuentro se produce días después de que el equipo de gobierno del presidente norteamericano, George Bush, anunciase una aceleración en su proyecto de creación del escudo antimisiles.
Hubo un tiempo, allá por los años sesenta del pasado siglo, en el que Moscú y Pekín, antiguos amigos y aliados por la gracia de Carlos Marx y Vladímir Lenin, se convirtieron en rivales en disputa de la hegemonía comunista en el mundo. Fue un enfrentamiento dialéctico que incluso derivó en una guerra fronteriza cuyas heridas siguen sin curar en el Extremo Oriente ruso.
Ahora, con la URSS hecha pedazos y con el régimen chino cada vez más abierto al potencial de progreso económico del capitalismo, el enfrentamiento ya no tiene sentido, aunque sea imposible eliminar por completo una tensión, por ahora anestesiada, que tiene mucho que ver con la demografía y la geografía: 300 millones de chinos viven en las zonas cercanas a la frontera común, frente a tan sólo 20 millones de rusos (muchos de los cuales ni siquiera lo son étnicos) al este de los Urales, en la inmensa extensión de Siberia y el Extremo Oriente.
Parece, sin embargo, que el potencial conflictivo de esa realidad, si se manifiesta, tardará mucho en hacerlo y que, ahora mismo, la dinámica que prevalece es la de la cooperación. Lo suficiente para que Jiang Zemin afirme que esta cumbre pondrá los cimientos de una 'amistad imperecedera'. Rusia encuentra en China un enorme mercado potencial para sus exportaciones de armas y tecnología y, a la inversa, desde Pekín se aprecia la necesidad de tener una relación libre de sobresaltos con su poderoso vecino para poder concentrarse en el histórico salto hacia delante que está transformando el país.
Hay mucho por hacer, como que dejen de ser papel mojado las buenas intenciones de multiplicar las cifras del comercio bilateral: en 1998, Jiang Zemin y el predecesor de Putin, Borís Yeltsin, acordaron llegar a los 20.000 millones de dólares (cerca de cuatro billones de pesetas), pero en 2000 apenas si llegaron a los 8.000 millones.
Diversos analistas (incluyendo algunos estadounidenses) se muestran convencidos de que el acercamiento chino-ruso es resultado directo del hegemonismo norteamericano. Aunque no sea una 'alianza' (las dos partes evitan esa palabra de olor militar), el tratado que se firmará la próxima semana es una clara manifestación del deseo de un mundo multipolar que comparten Pekín y Moscú.
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