La tregua también fracasa en Nablús
Las autoridades palestinas se confiesan incapaces de detener la Intifada en el norte de Cisjordania
El alto el fuego nunca llegará a Nablús. El pacto de pacificación suscrito por israelíes y palestinos hace un mes, bajo los auspicios de los servicios secretos norteamericanos (CIA), ha empezado a desvanecerse en todos los territorios autónomos, especialmente en el norte de Cisjordania. La región de Nablús, la más industrializada y politizada de la zona, se encuentra sumida en una interminable Intifada, a pesar de los esfuerzos de Mahmud Alul, el gobernador de la provincia, por aplicar a rajatabla las ordenes de Yasir Arafat. Ayer confesaba abiertamente su fracaso: 'Me es imposible aplicar en estas circunstancias la tregua'.
'¿Cómo puedo convencer a la gente del pueblo para que respete la orden de alto el fuego cuando ellos están siendo atacados cada día, cada minuto, por los soldados israelíes, que matan a sus hijos, no les dejan ir al trabajo o, si lo hacen, no pueden volver a sus casas, destruyen sus propiedades, sus coches, sus campos? Explíquenme cómo puedo pedir a esta gente que se quede pacientemente sentada, con los brazos cruzados, sin hacer nada', se lamenta Mahmud Alul, de 50 años, gobernador de Nablús -218.000 habitantes-, una de las provincias más castigadas por esa larga Intifada.
El gobernador Alul se queja sin acritud y con resignación, tratando de olvidar que una de las primeras víctimas de la Intifada en su ciudad fue su propio hijo, el primogénito: murió tiroteado por las tropas israelíes, el pasado mes de noviembre, cuando se encontraba participando en una manifestación pacífica. El dolor de este hombre se encuentra profundamente enraizado en la desesperanza de su pueblo y en unas cifras aparentemente frías y lacónicas pero reveladoras: 79 muertos, 967 heridos, 70% de paro y el 30% de la industria local colapsada.
'Las condiciones geográficas especiales de la zona y el Ejército israelí mantienen a Nablús en una situación de permanente asedio. Me es imposible saber cuántos soldados israelíes están apuntando a Nablús con sus armas, pero le puedo asegurar que en lo alto de cada una de las colinas que rodean la ciudad hay un campamento militar desde el que nos vigilan y disparan', prosigue el gobernador Mahmud Alul, miembro destacado de Al Fatah, dirigente de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en los exilios de Líbano, Ammán, Argel y Túnez, baqueteado en las prisiones israelíes durante tres años y licenciado en Geografía por la Universidad Árabe de Beirut.
El gobernador Alul ha perdido, como toda la población de Nablús, la confianza en un arreglo pacífico de la crisis, al menos tal y como están por ahora planteadas las cosas. Asegura, por ejemplo, que, cuando el Ejército israelí baja la guardia y deja de reprimir a los vecinos palestinos, las organizaciones paramilitares de los colonos toman su relevo, salen a la carretera, acosan a los agricultores, atacan los pueblos aislados y queman sus cosechas, convirtiendo sus vidas en un 'puro infierno'.
'Que vengan las observadores internacionales. Serán bienvenidos. ¿Para pacificar? No creo que ellos puedan hacer lo que a nosotros nos ha sido imposible. Pero podrán ayudarnos a contabilizar los ataques israelíes', ironiza Alul mientras por las calles desiertas de la ciudad han empezado a escucharse las voces del almuédano llamando desde los alminares de las mezquitas a los fieles para participar en la gran plegaria del viernes. Hoy es un día especial. A la oración le seguirá el entierro del último martir o shahid: Mohamed Abu Fayyad, de 22 años, soldado raso, centinela en el puesto de vigilancia en la entrada de la ciudad, sobre la que los tanques israelíes lanzaron el pasado jueves por la tarde diez obuses.
Con la misma franqueza que el gobernador contabiliza sus muertos o reconoce su incapacidad para frenar la Intifada, sus más estrechos colaboradores confesaban ayer la existencia en la provincia de grupos de activistas nacionalistas palestinos 'no controlados' que actúan bajo las siglas de Al Fatah. Buscan el cara a cara con los colonos y añaden a diario, incansables, un eslabón más en la cadena de violencias. 'Los atacantes no son hombres del partido', aseguran a modo de excusa en el Gobierno de la ciudad mientras se encogen de hombros. Es la impotencia.
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