A ritmo de tango
La economía argentina padece desde hace más de tres años los efectos nocivos de los bajos precios de sus producciones básicas, la fortaleza del dólar y la profunda depreciación de la moneda brasileña, así como la presión de los ajustes impuestos por el FMI y el nerviosismo enfermizo de los mercados financieros; todo lo que ha provocado una grave recesión y una crisis de confianza interna y externa que los gobernantes no han logrado soslayar. Si levantara la cabeza el poeta Enrique Santos Discépolo, que definió el tango como 'un sentimiento triste que se baila', sólo sustituiría danza por sufrimiento para describir el pálpito económico de los argentinos y su familiaridad con situaciones límite.
Una de esas circunstancias extremas, provocada por una hiperinflación que destruyó la mayor parte del entramado productivo, condujo hace una década al establecimiento de una paridad de uno a uno del peso con el dólar; decisión que enderezó rápidamente el rumbo de la economía y mitificó la solvencia profesional de Domingo Cavallo. Hastiados de 'arrastrar por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser' (Cuesta abajo), se optó por la muy latina costumbre del recurso a la disciplina externa como antídoto para atajar el cáncer inflacionario en una sociedad que, en sus clases dirigentes, se demuestra incapaz de respetar sus propias reglas y de hacer los deberes en tiempo, manera y sentido ético, por decir lo menos.
La cosa funcionó un tiempo, gracias en parte a la confianza en la estabilidad macroeconómica y también a los recursos financieros proporcionados por el desmantelamiento, en ocasiones bajo sospecha ('...y el que no afana es un gil'. Cambalache), de empresas y servicios públicos. En esa época se adopta también una política económica neoliberal que, junto a buenos resultados en las macromagnitudes, produce el desmoronamiento del mínimo Estado de bienestar preexistente, agudiza las diferencias y empieza a generar una creciente masa de parados sin subsidio en los suburbios de las grandes ciudades; la desesperanza que provoca no poder participar de los frutos de la producción ni ejercer la libertad individual en una economía de mercado es, como siempre, una Melodía de arrabal (tango).
En los noventa comienza a fluir hacia Argentina una parte sustancial (unos 5.000 millones de dólares entre 1994 y 1997, que se superarían en el cuatrienio siguiente) de la inversión directa exterior española, de la mano de las empresas más emblemáticas (Repsol, Telefónica, BBVA, BSCH y Endesa...) en la mayor apuesta que jamás hiciera España por el futuro de un gran país.
La productividad total había recuperado la senda del crecimiento en el país del dos por cuatro y quedaba en el olvido su retroceso (-2,4%) de la década anterior. Pero exponer la economía argentina y su coyuntura monetaria a merced de la evolución del dólar era una circunstancia que no podía sostenerse a largo plazo, porque en ese escenario cada divisa refleja inexorablemente los fundamentos de su economía (PIB, tamaño y estructura de la inversión, desarrollo tecnológico y una larga retahíla de características, no todas económicas) de los que cualquier moneda es fiel reflejo. Esos fundamentos influyen en la productividad relativa y en la competitividad, y eso lo saben los mercados. Además, como ha subrayado con acierto el profesor A. García Reche, 'tanto Menem como Cavallo actuaron negligentemente' al despreciar la trascendencia de la política industrial, lo que entorpeció la modernización del tejido productivo. Sólo el tango, esa expresión eterna de Buenos Aires, salió curiosamente fortalecido, pese a que su mejor historiador haya escrito que 'hasta sus crisis, regresiones, euforias y derrotas son los mismos que ha sufrido la patria' (Horacio Salas).
La sucesión más reciente de acontecimientos es bien conocida: deterioro de los equilibrios básicos, prolongada recesión, victoria electoral de la Alianza sobre el justicialismo y, ya con De la Rúa en el poder, crisis de gobernabilidad, ausencia de crecimiento e insolvencia intertemporal. Como consecuencia, dos ministros de Economía son devorados por la terca realidad: Machinea, por no ajustar lo suficiente para los mercados, y López Murphy, por pretender hacerlo hasta niveles que amenazaban con atizar el fuego de la rebelión popular. En esta situación se produce el retorno precipitado del salvador de última instancia, el hechicero Cavallo, capaz de elaborar un plan para cada situación y semana. Su último Programa de Política Económica (equilibrio fiscal en 2005, reestructuración de la deuda, incentivos a la inversión, inclusión apresurada del euro en la referencia cambiaria, etcétera) recibió el firme apoyo internacional, pero no pudo vencer la desconfianza de los mercados, alarmados por las consecuencias de una devaluación del peso, por la resistencia al crecimiento del PIB (-2,1% en el primer trimestre) y por la explosiva atmósfera creada por la coincidencia de una fuerte incertidumbre económica y una crisis política de gran calado.
La fuerte imbricación de las empresas españolas tuvo reflejo inmediato: los problemas cruzaron el charco y aceleraron el escepticismo endémico de la Bolsa española, especialmente cuando el órdago de la SEPI a la crisis de Aerolíneas crispó los ánimos sindicales. Se pasa así, en un santiamén, de la admiración por el nuevo rico jamás imaginado ('¡de dónde sacan tanta plata estos gallegos!') al rechazo patrioteril ('¡gallegos, fuera!') proclive a encontrar allende los mares chivos expiatorios para errores de la propia cosecha. Y en ésas estamos, bastante consternados de la repercusión que en el Ibex 35 tienen los movimientos de la Bolsa de Buenos Aires, las variaciones de la prima de riesgo país y las dudas acerca del nivel de cobertura de cada subasta de letras. ¡Y nosotros que pensábamos que la bolsa española era un eco exclusivo de Wall Street!
El consejo en materia económica se mueve siempre entre el alto riesgo y la temeridad, pero parece evidente que la clave del crecimiento sostenible de la economía argentina es la recuperación de la confianza. Para ello, tanto los argentinos como sus dirigentes tienen que empezar por reconocer que el país está 'jodido, pasando muchas cosas feas, peligrosísimo' (Cecilia Roth, actriz) y que es la sociedad la primera que tiene que creer en sí misma, pues las virtudes que hacen a un país grande no pueden ser improvisadas ni recreadas por la Administración. Sólo así se podrá compatibilizar la demostrada habilidad para montar quilombos con el por demostrar arte de construir consensos y pactos entre las fuerzas políticas y sindicales. Los españoles tenemos la terrible experiencia de ver nuestra economía al borde del abismo recién salidos de la dictadura franquista, pero todas las fuerzas políticas supieron relegar sus legítimas ideas partidistas y demostrar un alto sentido de responsabilidad cuando firmaron unos Pactos de La Moncloa que resultaron providenciales para la recuperación económica y la consolidación de la democracia. Sólo de manera parecida podrá la economía argentina salir de la prisión de una paridad fija de tan elevado coste y de una relación de igual a igual entre peso y dólar. A veces la economía es un quehacer dramático, un tango amargo.
Roberto Velasco es catedrático de Economía Aplicada en la Universidad del País Vasco.
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