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LA MÁQUINA HUMANA | Etapa prólogo | TOUR 2001
Columna
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Simpática adrenalina y agresiva testosterona

El cuerpo del ciclista segrega una enorme cantidad de hormonas durante cada etapa. Sólo así puede hacer frente al estrés de tan duro ejercicio, que amenaza el equilibrio interno -la llamada homeostasis- de su organismo. Una hormona es una sustancia segregada por unas células del cuerpo especializadas (que se agrupan formando una glándula), y que viaja a través de la sangre hacia los tejidos donde ejerce sus efectos. A estos tejidos se les denomina tejidos-diana. Por ejemplo, las glándulas suprarrenales situadas encima de los riñones producen sus hormonas, como la adrenalina. Ésta viaja por la sangre para hacer diana en numerosos tejidos, como el corazón o los músculos.

La adrenalina, que pertenece al llamado sistema simpático, es la hormona anti-estrés por excelencia. Su acción es tan rápida como llamativa: en cuestión de segundos, prepara al organismo para el ejercicio. Activa el corazón de inmediato: éste late más rápido y con más fuerza. A la vez, abre los bronquios para que entre más aire en los pulmones. Acelera el metabolismo de los hidratos de carbono y de las grasas para que los músculos obtengan energía cuánto antes. Incluso aumenta la producción de sudor para eliminar la mayor cantidad posible de calor del organismo. Otra función del sistema simpático es cerrar los vasos sanguíneos del ciclista. Y no sólo los que irrigan a las vísceras (intestinos), que al fin y al cabo son secundarios durante el ejercicio. También cierra a muchos de los vasos que nutren a los músculos. Esta aparente paradoja tiene su explicación: las piernas de los ciclistas están tan vascularizadas gracias a los miles de kilómetros de entrenamiento acumulados, que si sus vasos se abriesen todos a la vez en plena etapa podrían albergar casi el doble de sangre de la que el corazón es capaz de bombear (unos 35-40 litros por minuto, como mucho). Así que hay que proteger al corazón como sea y no exigirle más de lo que puede dar de sí. Tan importante es el efecto protector del simpático que si no fuese por él nuestro corazón dejaría de latir en pleno ejercicio. En efecto, la enorme cantidad de potasio liberada por los músculos en ejercicio pararía a las células marcapasos del corazón (de hecho, el potasio es lo que se utiliza en la famosa inyección letal con la que se ejecuta a los condenados a muerte).

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Esperanza para los franceses

El cortisol es otra hormona segregada por las glándulas. Su misión es amplificar los efectos activadores de la adrenalina. Pone también especial empeño en que la sangre del ciclista nunca se quede sin glucosa. Nuestro cerebro siempre necesita consumir glucosa, que el hígado le envía puntualmente a través de la sangre. En reposo nadie se la quita. Pero en plena etapa al cerebro le salen unos duros competidores, los músculos de las piernas, ávidos de consumir glucosa para contraerse con fuerza. Así que el cortisol, al igual que otras dos hormonas (el glucagón liberado por el páncreas, y la hormona del crecimiento), intenta que la glucemia (niveles de glucosa en sangre) no descienda. Aunque sea a costa de engañar al hígado, y hacerle fabricar glucosa a partir de las proteínas (por ejemplo, de las proteínas musculares). Cuando un ciclista pierde demasiado peso durante el Tour es mala señal: se está consumiendo su masa muscular para que no descienda su glucemia durante las etapas.

Los testículos del ciclista producen una de las hormonas más importantes para el deporte: la testosterona. Al menos si la etapa no es demasiada larga o dura. La presión del sillín y del ajustado culotte, además, comprime los testículos y facilita que expulsen testosterona a los vasos de los genitales. Y de éstos a los vasos de todo el cuerpo: por ejemplo, a los de los músculos, donde ejerce un efecto anabolizante, favoreciendo que se recuperen cuánto antes de los esfuerzos y que tengan más fuerza. Además, la testosterona es la hormona de la agresividad. Algo esencial en la alta competición. Posiblemente el instinto campeón tenga mucho componente testosterónico: esa mirada concentrada y asesina de Hinault en la etapa de Avila, destrozando la Vuelta del 82... O los guantazos que algún ciclista, todavía con fuerzas, es capaz de propinar a un despectivo espectador que le increpa en las cunetas de los puertos. A lo largo de una gran vuelta, sin embargo, el cuerpo del ciclista se va desgastando gradualmente: ya no le quedan energías para mantener todos los sistemas hormonales. Y si ha de elegir, prefiere que sean sus glándulas suprarrenales las que sigan respondiendo. Aunque sea a costa de sacrificar temporalmente la testosterona y el instinto competitivo.

Posiblemente cada una de las decenas de hormonas que tienen el cuerpo tengan alguna misión en las etapas. Sólo hay una hormona que deja de actuar durante el ejercicio: la insulina liberada por el páncreas. Su misión, en cambio, es fundamental en la recuperación del ciclista después de las etapas, pues favorece que sus músculos rellenen sus depósitos energéticos. Es la hormona que se libera después de la merienda y de la cena. La hormona del bienestar. Aunque pocos, también hay momentos de bienestar durante el Tour para el maltrecho cuerpo del ciclista.

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