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Reportaje:

Del ermitaño melenudo al 'Doctor Zhivago'

El alcalde da por terminada la reforma del parque del Capricho, escenario mudo de historias increíbles

Antonio Jiménez Barca

A finales del siglo XVIII, los duques de Osuna propusieron a un hombre piadoso una oferta digna de la aristocracia de la época: a cambio de su manutención y de dejarle habitar, gratuitamente, una iglesuela enclavada en el parque del Capricho (en la avenida de la Alameda de Osuna, en el actual distrito de Barajas), el hombre debía convertirse en ermitaño, ocuparse de rezar por la salvación de las almas de sus protectores y -tal vez lo más difícil- renunciar a cortarse el pelo y las uñas de por vida.

El hombre cumplió como un profesional del ramo y, tras 20 años sin pasar por la peluquería, fue enterrado con melenas de hippy y uñas largas como puñales al pie de la ermita. Todavía está ahí enterrado. La del ermitaño es una de las cientos de historias, tan verdaderas como inverosímiles, que encierra este bello jardín público, recientemente restaurado por el Ayuntamiento y que ayer visitó el alcalde, José María Álvarez del Manzano.

El propio alcalde contó otra historia del parque, que se puede visitar sólo los fines de semana de nueve de la mañana a nueve de la noche: 'Yo era en 1974 delegado de Hacienda en el Ayuntamiento. Y me enteré de que un antiguo botones del Ritz, que por entonces tenía mucho dinero por haberse casado con una millonaria mexicana, quería transformar el parque en un complejo hotelero. Visité el parque, que en aquel tiempo servía de plató para películas, y decidimos en el Ayuntamiento comprarlo para el pueblo de Madrid. Por entonces estaba muy estropeado. Por cierto, que en uno de los templetes se rodó una escena de Doctor Zhivago y los bomberos se encargaron de poner la nieve con unos extintores', relató el regidor.

Después de 15 años de obras a trompicones y más de 900 millones de pesetas, en parte sufragadas por la Unión Europea y Caja Madrid, el parque del Capricho, de 8.000 metros cuadrados, ha recobrado el aire romántico de sus orígenes y toda la belleza y la orginalidad con las que fue concebido en 1784 por la duquesa de Osuna, paradigma de la nobleza ilustrada del siglo XVIII. La duquesa encargó a un jardinero francés el diseño y la construcción de su parque con una condición (la familia ponía siempre condiciones a sus operarios): que no trabajara en ningún otro parque español. Concedió Jean Baptiste Mulot la exclusiva y el jardín del Capricho echó a andar.

El parque no sólo fue (y es) un prodigio vegetal: los templetes que encierra, recientemente rehabilitados con mimo, también parecen soñados por alguien, levantados exclusivamente para disfrute de la peculiar dueña. Cerca de la ermita del ermitaño se construyó El Abejero, un edificio alargado y delicioso. Servía, exclusivamente, para que, a través de unos cristales, la condesa y sus visitas observaran a unas abejas trasladadas allí. Así que los nobles, 200 y pico años antes de Gran Hermano, se sentaban en una silla y se ponían, tarde tras tarde, a mirar detenidamente la vida minuciosa de la colmena.

Hay un embarcadero con una casa hecha con cañas, un casino para bailes (la duquesa era muy aficionada a las fiestas, pero nadie ha escrito nada sobre si invitaban al ermitaño), un laberinto de arbustos, un laguito artificial, caminos que explotan de lilas en primavera, una fuente con delfines y ranas de piedra y una plaza con un templo clásico adornada con esfinges recostadas que parece aguardar a un personaje de Borges para cobrar vida. Todo reconstruido por los técnicos municipales.

Por el parque pasó, además de Goya o Moratín, la historia entera de España: Napoleón regaló a un general el jardín en la Guerra de la Independencia, y durante la Guerra Civil sirvió de polvorín y de cuartel al general republicano José Miaja, encargado de defender Madrid ante el asedio de Franco.

Muerto por un plantón

Muchos años antes, uno de los nietos de la duquesa y heredero del parque, Pedro Antonio Téllez-Girón, de temperamento rabiosamente romántico, había muerto 'de un ataque de cerebro' en el interior del Capricho, tras aguardar infructuosamente a que su amada Inés se presentara a una cita en el jardín. Otro de los nietos, Mariano Téllez-Girón, más golfo y menos enamoradizo, que fue, entre otras cosas, embajador en Rusia, se empeñó en dilapidar el patrimonio de la familia. Su única contribución al parque de la abuela fue llenarlo de animales exóticos: camellos, gallinas de la Conchinchina, faisanes dorados... Acabó arruinado y subastó el jardín, que pasó a manos de unos banqueros alemanes.

Durante más de 60 años, el parque sobrevivió en el más triste de los abandonos. Incluso a principios de los años setenta sufrió robos y asaltos, y buena parte de sus esculturas fueron a parar a casas de particulares. Esta situación se prolongó hasta que el Ayuntamiento lo adquirió en 1974, cuando servía para rodar 'películas del Oeste', según explicó el alcalde. Durante décadas, los templetes han permanecido rodeados con unas vallas de alambre para evitar mayores expolios.

El grupo socialista ha solicitado siempre que el parque se abra todos los días. El concejal de Medio Ambiente, Adriano García-Loygorri, no está de acuerdo: 'Este jardín es más un museo que un parque. Es tan bonito como delicado. Aun así, estamos pensando que se pueda abrir, mediante visitas organizadas, los días de diario'. Mientras tanto, el único habitante del jardín los días laborables seguirá siendo el espíritu del ermitaño.

Los autómatas desaparecidos

La duquesa de Osuna era muy aficionada a los autómatas, muñecos con forma humana capaces de llevar a cabo algunos movimientos. En uno de los edificios del Parque del Capricho, denominado La Casa de la Vieja, la aristócrata mandó instalar dos autómatas articulados que semejaban a una pareja de labradores. Además, en la casa existen pinturas en las paredes que recordaban a los nobles los útiles de labranza o de la vida rural. Algunos de estos frescos han sido rescatados y retaurados también por los técnicos municipales del Área de Medio Ambiente. Incluso se ha pensado en reconstruir a los autómatas, pero es una labor imposible. 'No quedan dibujos ni nada que nos indique cómo eran esos muñecos. Por eso, si colocáramos unos autómatas en la Casa de la Vieja éstos iban a ser totalmente inventados, e iba a parecer un poco Disneylandia', comentó ayer el director de Parques y Jardines del Ayuntamiento de Madrid, Santiago Romero. También se colocaron autómatas en un fortín de juguete, con foso y cañones de pega y todo, que servía para que el duque y sus hijos jugaran a las batallas. Los muñecos tenían forma de soldados napoleónicos.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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