_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ecotasa

Estamos a las puertas de una nueva temporada turística que representa para la Comunidad Valenciana una notable oportunidad de negocio. La alternativa entre turismo de playa y de interior sitúa a la Comunidad Valenciana en el punto de mira de consumidores e inversionistas. El turismo tiene varias facetas además de su indudable valor como fuente de riqueza. Puede dinamizar y potenciar una zona, al tiempo que la deteriora y la esquilma. Estos días nos enfrentamos a problemas ciertos, como la carencia de agua potable en municipios turísticos, peligro de cortes en el suministro eléctrico, vertidos incontrolados en las proximidades de las playas, emisarios submarinos insuficientes, descontrol en los precios, equipamientos sanitarios escasos, sector de restauración desaprensivo en tiempos, calidad y precios, junto con un largo etcétera, que se prolonga en la constante contaminación ambiental, acústica y de actividades lucrativas, que está poniendo en peligro la continuidad y la pervivencia del negocio turístico que ha crecido extraordinariamente a lo largo de los últimos años.

Recientemente ha sido el capitán marítimo de Valencia, Felipe Cano, quien ha advertido de los peligros que acarrea el aumento desorbitado de embarcaciones de recreo legalizadas que en el año pasado aumentaron en 1.452. Estas naves representan, por su densidad y por las características peculiares de su navegación, un serio peligro para sus propios usuarios, porque contribuyen a deteriorar el medio ambiente y porque suponen un riesgo incontrolado para los bañistas. En este sentido, Fernando Vera, catedrático de Análisis Geográfico y director del Título Superior de Turismo, ya advirtió que al deteriorar el medio ambiente nos estamos jugando nuestro propio territorio y al mismo tiempo el futuro del turismo. Benidorm y su entorno cuentan, por ejemplo, con 14.000 plazas hoteleras entre tres y cinco estrellas, al margen de la nutridísima oferta de apartamentos.

Los peligros que corremos se centran en la amenaza que supone un exceso de oferta, cuando no está garantizada la calidad global de los destinos turísticos. Contaminación acústica, tráfico, seguridad ciudadana, paisaje y urbanismo concentran la actualidad de este debate.

La Administración autonómica de Baleares ha demostrado que contempla el turismo como una opción de futuro, lejos de considerarla desde la mirada miope del corto plazo. En esta línea, se han inclinado por la conveniencia de aplicar un impuesto que afecte al consumidor final, del mismo modo que ocurre en los aeropuertos. Esta aportación del turista considerado como depredador debe acumularse y destinarse para reponer y mejorar el medio ambiente y la calidad del territorio. Estamos hablando del crecimiento sostenible que habrá de serlo mediante la colaboración de todos. Si quien contamina es el que debe pagar, es indiscutible que el turista ensucia, altera el entorno y genera una demanda estacional de servicios que utiliza sin contribuir suficientemente en su implantación y mantenimiento.

Y son los empresarios del sector turístico de la Comunidad Valenciana quienes deberían estar interesados en salvaguardar el patrimonio y la imagen de una actividad como la turística, que en España y en la Comunidad Valenciana se puede malograr si no se reacciona a tiempo.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_