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Sin noticias de entradas ni de impactos mediáticos

Ferran Bono

Desde que se inauguró la Bienal el 10 de junio, sólo se ha mostrado seis noches en la solitaria plaza en la que además, para molestia de sus vecinos, no se puede aparcar. No será porque pasa mucho por ahí el VideoRom. En principio, la instalación volverá a aparecer el 14 de julio, esta vez ya para desaparecer para siempre. Al menos eso se desprende del último Tour Timming que ha dado la organización de la Bienal, promovida por la Generalitat. Mal asunto para una instalación que pretendía emular 'un carromato de gitanos', según comentó hace dos meses su entusiasta comisaria, Cristiana Perrella.

En aquel momento no se dijo nada de VideoRoad, el otro proyecto que conforma la denominada Bienal Móvil. Ni de Massimo Tommaso Mazza, que ahora firma como responsable de dicha Bienal Móvil. A pocos días del inicio del encuentro artístico de Valencia, que ocupa ocho enclaves de la ciudad, se llamó a Pistolo Eliza y a Blanco Añó, y se montó apresuradamente VideoRoad, éste dedicado a la cultura rave y que ayer se estrenó en la explanada del centro comercial El Saler. Así se dotó de contenido al proyecto ahora firmado por Tommasso Mazza, quien, según fuentes del proyecto, tuvo la feliz ocurrencia de presentar a la Generalitat, en concreto a la subsecretaria de Promoción Cultural, Consuelo Ciscar, al que luego sería nombrado director de la Bienal, Luigi Settembrini.

Son interioridades de un proyecto ambicioso y arriesgado, sin duda con aspectos interesantes, pero que ha pecado desde el principio de improvisación y falta de rigor. No se trata de descalificar la Bienal a las primera de cambio, como ha sugerido algún político. Y menos siendo la primera edición, lo que explica ajustes de horarios, de entradas e imprevistos varios. Pero un proyecto que superará con creces los 900 millones de pesetas anunciados podía haber previsto, por ejemplo, que el tinglado número 2 del Puerto no era el sitio adecuado para realizar las sugestivas esculturas de niebla de Shiro Takatani sobre las que se debían proyectar imágenes. No era el adecuado, porque normalmente sopla la brisa del mar.

Una noche, relataba uno de sus contados espectadores, las imágenes sólo fueron perceptibles cuando se detenían en los pilares del tinglado, que servían de pantalla, mientras la niebla se disipaba a ras del suelo o se internaba en las aguas portuarias. Otra noche, el viento amainó. Una mujer y su hijo disfrutaron por fin de una niebla espesa. Perdidos en ella siempre iban a dar con Shiro Takatani. 'Más que nada porque no había casi ningún espectador más', señalaba la mujer, al tiempo que se mostraba encantada del montaje.

'Lo volveremos a traer en octubre y además se utilizará la niebla en el montaje que hace Irene Papas de Las Troyanas en septiembre', afirmó el viernes Consuelo Ciscar, quien insistió en que la instalación estaba prevista para 15 días. El caso es que la niebla se esfumó a los diez días, sin que ningún programa oficial lo anunciara, y sin que apenas nadie pudiera disfrutar con ella. En el tinglado durante todo este mes se van a elegir las cortes de las falleras mayores. Eso seguro. Así lo dijo el Ayuntamiento.

Menudencias, provincianismos. Ciscar reclama más atención a la esencia, al arte, y menos a las anécdotas. 20 días después de la accidentada y espectacular inauguración de la Bienal, que se clausurará el 20 de octubre (según los programas), la organización retiene los datos sobre venta de entradas. No importa, porque el resultado se ha de medir por los impactos mediáticos, según explicó Settembrini. Aunque de momento, tampoco se han facilitado datos sobre tales impactos, tan de moda. Es pronto, dicen, mientras Ciscar asegura que todo va bene.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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