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La novela póstuma de Paul Hecht descubre su mundo de sexo y flamenco

Pablo 'El Americano' vivió 30 años en Granada, donde murió en 1996

Paul Hecht, Pablo el Americano para los granadinos, era un estudiante judío, bohemio y neoyorquino amante del blues cuando, según su editora, Nicole Canto, 'contrajo hispanofilia' en el Brooklyn College bajo la enseñanza de su maestro sefardí Mair José Benarbete.

A los 30 años, Hecht viajó a Málaga como turista y se enamoró del flamenco. En el cante encontró una poética de la vida afín a su propia búsqueda: la llamó 'el compás interior'. Había estado en México dos años antes, pero se quedó a vivir en Andalucía, y en 1968 dejó clara su querencia en su ensayo autobiográfico The wind cried (El viento lloró), título tomado de una siguiriya que fue publicado por Dial Press y que aparecerá en castellano en otoño, dentro de la colección Querencia, de Zoela.

En 1979, como remate a su vocación, Paul Hecht se doctoró en Literatura Española con una tesis de pinta sólida: La influencia de la copla flamenca en Antonio Machado y Federico García Lorca.

A principios de los noventa, en su pequeño piso con vistas a La Alhambra, Hecht terminó de escribir su novela española. Le dio forma del Siglo de Oro, jugando con máscaras dobles o triples: el prólogo la presenta como una novela apócrifa que a su vez esconde la supuesta autobiografía de un pícaro granaíno mujeriego y aficionado al cante, al que presuntamente edita un estadounidense flamencófilo que al parecer conoció al difunto autor y protagonista del relato, José María Benalén, llamado así en honor, parecería, del sefardí que le inyectó la hispanofilia.

Nicole Canto, que ha publicado también Morituri, la novela del comandante argelino que firma como Yasmina Khadra, y se define como una 'pied noir que ha vivido en Argel, París y su cielo gris, Granada y Barcelona', dice que El cuentista cayó en sus manos después de varias peripecias, que lo leyó de un tirón y se rió mucho. 'Me impactó esa sensualidad encendida de humor con que Hecht narra las escenas de cama, su espiritualidad y su frescura, su riqueza y su amateurismo, su libertad'.

Luego, pensó en publicarlo. Cuando se despertó, no había nadie. Bueno, estaba Félix de Azúa, pero ella aún no lo sabía.

El cónsul bebedor

Resulta que Azúa leyó el manuscrito que le envió Hecht en 1993, y en una cariñosa carta le dijo que la novela le había recordado el descenso a los infiernos del Cónsul bebedor de Bajo el volcán 'pero sin sombras trágicas'.

La fiesta se divide en dos partes y docenas de capas. En la primera, de unas 100 páginas, Benalén resume su vida a la manera del pícaro clásico: sus primeros encuentros eróticos; las precoces borracheras flamencas; la vida en Alojar antes y después de la guerra; el descubrimiento de su pertenencia a una familia judía, el viaje iniciático a Cádiz...: 'En Cádiz se abrieron mis cinco sentidos como un abanico. Me gustaba el olor del mar desde los barrios viejos y el insuperable teatro callejero. La gente hablaba como si bailara por tangos, alegrías y bulerías, con sus pasos, vueltas y saltos parejos, salvo que eran metáforas, símiles y otros tropos espumosos'

Eso se lee en las páginas 42 y 43. Puro estilo hechtiano: vitalista y certero, mezcla de culto y guasón, comprometido y abierto.

Se dice que El Americano mandó el libro a varias editoriales y que nadie lo entendió a tiempo. Para compensar, se hizo amigo de Pepe el de la Matrona, los Peña, Enrique Morente o un viejo anarquista granadino. Y dio clases de literatura en el Centro de Lenguas Modernas de la Universidad de Granada. Remataba la lección con sesiones de palmas a compás.

La segunda parte, todo un contraste con la primera, es una orgía de personajes entrañables, coplas filosóficas y juerga a tumba abierta. 200 páginas para 24 horas de fiesta por el Albayzín. La novela se vuelve moderna y joven, juguetea con Joyce, pasea por el misticismo y la kabala, a veces suena a Gómez de la Serna, reinventa un mundo.

Un mundo del que Hecht se fue a lo César Vallejo, cumpliendo la profecía de su personaje: 'A no ser que Doña Justa tenga otros planes, me moriré en el Albayzín, cara a la Alhambra'.

Lo hizo el 29 de noviembre de 1996 y sus amigos tiraron sus cenizas al mar de Motril mientras sonaba la voz de Camarón.

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