Acoso
Hace unos días, el Senado español aprobó por unanimidad una moción contra el acoso moral y el hostigamiento en el trabajo. Mira tú qué bien: he aquí una moción la mar de meritoria. Sin embargo, no sé cómo van a poder aplicarla. Cómo van a conseguir que los jefes abusivos (son legión) dejen de abusar de su poder; y que las estructuras jerárquicas no estén mayormente basadas en el jeringamiento y la humillación del inferior.
Dicen los senadores, pobres santos, que esta 'práctica funesta' está en aumento. No sé de dónde salen sus señorías; mi experiencia, la de mis amigos e incluso la de la Biblia, es que uno siempre se ha tenido que ganar el pan con el sudor de su frente, y ese sudor, les aseguro yo, no suele ser un producto del sano esfuerzo físico, sino de la angustia. O sea, que normalmente lleva detrás un espolvoreo de ignominias, diversas injusticias y un escogido catálogo de temores y neuras. A ver, que me contesten los asalariados veteranos: ¿quién no se ha sentido alguna vez maltratado, arrinconado, ninguneado, amedrentado o tiranizado? La humillación laboral ha formado parte del trabajo desde el principio de los tiempos y la literatura universal está llena de ejemplos que lo atestiguan.
De alguna manera, las estructuras jerárquicas empresariales están concebidas para que uno no sea nadie fuera del organigrama. Para que la medida de tu valía y de tu identidad dependan de si tu jefe te ha sonreído o no esta mañana cuando has coincidido con él en el ascensor: ¿Me ha mirado mal? ¿Me he equivocado en algo? ¿Habré caído en desgracia? Porque, en efecto, uno puede caer en desgracia; y entonces te quitan la plaza del garaje, o te corren las mamparas y reducen tu despacho a la mitad. Los jefes reparten sus castigos como los dioses reparten plagas egipcias. Que el concepto que tienes de ti mismo dependa de la sonrisa de un tipo tal vez repelente es uno de los más grandes misterios de la vida laboral, el enigma iniciático del capitalismo. De modo que el acoso moral ha existido siempre; lo verdaderamente novedoso es que los senadores aprueben una moción en contra y que lo consideren un oprobio. Ahora sólo falta que nos lo creamos.
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