No condenar
Es natural que el Gobierno -el conglomerado con el legislativo, la fiscalía general, los militares, la Iglesia- no condene la insurrección (Glorioso Movimiento Nacional) de Franco; tanto como que HB no condene los crímenes de ETA. El fondo filosófico, la doctrina política y las aspiraciones históricas de los legales concuerdan. Tiene más razón el PP: ETA está fuera de la ley, y el Glorioso, no. Fue millones de veces peor: no importa. Cuando Aznar elogió en el programa de Sánchez Dragó a su abuelo, no lo hacía al familiar querido, sino al autor de la Historia de la guerra de liberación, que a mí me pareció funesta y a él le parece hermosa y digna, y hace bien: sin tal abuelo y tal Historia, no sería lo que es; ni se hubiera educado en doctrinas, himnos y banderas que formaron su espíritu nacional. La mayoría de la capa superior del partido (no la tiene inferior) es igual; sobre todo los conversos, que ponen más ardor por demostrar su adhesión. Todo es comprensible.
El esfuerzo de Felipe González y sus compañeros salidos del congreso de Suresnes por evitar 'la enfermedad infantil del izquierdismo', por borrar ardientes nombres socialistas de la guerra civil, de la cárcel y el exilio, fueron notables y tenían el sentido de pasar la esponja sobre el pasado y responder a los dictados de los consensos que nos llevan donde estamos. La forma en que castigó a los comunistas respondía también a un socialismo clásico europeo. Mucha gente lo aceptó y, lógicamente, se fueron después hacia el PP y los pactos. ¿Por qué no? Ya no se pide a nadie el heroísmo. Es un tiempo distinto. Solamente me apiado de algunas personas destrozadas por Franco o por sus luchas clandestinas, muchos socialistas, muchos del PC que se vieron después apartados por el PS, luego por el PP, y al mismo tiempo, en algunos casos, por ETA. Me apiado de aquellos que no querían convertirse, o no podían, o que no tenían valores para ser adoptados por los nuevos vencedores. Los que en las alternativas de las clases sociales creadas por la enorme violencia nacional pasaron a la de abajo, para ellos y sus descendientes, y ahí están; sin un partido, sin un futuro. Muchas veces me pregunto, ante personas a las que quiero, qué harían en el caso de que plantearan las situaciones del 18 de julio de 1936. Las conclusiones son muy desagradables.
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