Los segadores
Canté Els segadors de niño. Tenía letra en castellano, pero no funcionaba: el cop de falç había que encajarlo como 'golpe dioz': mejor en catalán. Una canción de guerra cuando había guerra. 'Ara és l'hora, segadors, / Ara és l'hora d'estar alerta, / Per quan vingui un altre juny / Esmolem ben bé les eines / Que tremoli l'enemic / En veient la nostra ensenya, / Com fem caure espigues d'or / Quan convé, seguem cadenes'. Le tengo cariño: me extrañó que fuera himno de la burguesía criolla en Cataluña. Antes, al empezar el esfuerzo de defensa frente al asalto, empezamos con La marsellesa: un acuerdo de todos. No me gustan los himnos, sino las canciones. Revolucionarias, por favor. Hay docenas de discos sobre lo que se cantaba en época de esperanzas -¡qué desastre!-, y hay que tener cuidado con los arreglos. Con los himnos, desconfiad: mucha gente ha muerto cantándolos, muchos han asesinado cantando otros; todo lo que representa la patria, cualquiera, es peligroso. 'Los sin dios y sin patria', denunciaban los fachas, y yo estaba contento de ser de ésos: no me he arrepentido.
Ahora hay un gran movimiento del nuevo españolismo (aunque oculte su nombre) contra la obligación de aprender y cantar Els segadors en las escuelas catalanas. La comparto, porque es otro patriotismo y todos son iguales: el poder de unas clases. Pero menos por un canto campesino, por una canción de segadores, hoz en mano, capaces de segar cadenas. Me trae recuerdos de un país con ánimo y tiene una gran belleza. El hecho de que el aprendizaje sea obligatorio me parece mal. Defiendo todo lo que está prohibido. Estoy en el espíritu de la transgresión que ha fundado el arte, la literatura y la música del siglo XX. Éste es mal momento para eso, y a veces me asombro de ver juntas unas rebeldías a favor del orden bastante curiosas.
Pero ésa es otra historia. La del día es que no he visto en mi vida más que obligaciones de himnos agresivos, y saludos obligatorios, y que veo a las clases que los ordenaban lanzarse en picado contra Els segadors. Cada día trae su sorpresa, y su pequeño soplido de desencanto ante la gente que manda, consensúa y ocupa: los ocupantes, decíamos entonces, los invasores. La cuestión es poder burlarse un poco, y esperar que 'venga otro junio'.
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