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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cuarenta y tantos

Woody Allen se permitió recordar, en la zumbona e inteligente Alice, que a veces el azar puede con el psicoanálisis. Molina Foix recurre, en ésta su primera comparecencia tras la cámara, a un similar, aunque en principio engañoso, artilugio: las cartas, el azar, lo improbable de un ritual de santería para amalgamar las aventuras, desventuras, amores y desamores de un heterogéneo grupo de personajes, entre la veintena escasa y la cuarentena larga. Y el resultado, aunque desigual, no tiene desperdicio: después de ver Sagitario se le podrá reprochar a Vicente Molina Foix el no haber recurrido a un guionista profesional para centrar un poco el demasiado disperso universo de su propuesta, o que haya permitido algún innecesario desmán actoral, tal vez porque, lo confiesa el interesado, si algo le fascinó en esta experiencia fue justamente el poder centrarse en el trabajo de los intérpretes, y ha sido generoso de más con alguno de ellos (lo que no conviene confundir con dejadez: varios de los actores están espléndidos, empezando por Ángela Molina y terminando por María Isasi). Pero nadie, absolutamente nadie, podrá achacarle tacañería de inspiración, ausencia de voluntad de riesgo, valentía para defender por entero a sus criaturas.

SAGITARIO

Director: Vicente Molina Foix. Intérpretes: Ángela Molina, Eusebio Poncela, Enrique Alcides, Daniel Freire, Mirtha Ibarra, María Isasi, Héctor Alterio. Género: drama; España, 2001. Duración: 115 minutos.

Tiene Sagitario algo que no se puede improvisar: está escrita con imágenes que rezuman vida, que desbordan experiencia, por amarga que ésta pueda parecer. Tiene, claro está, un tono ácido, jamás disimulado, entre otras cosas porque Molina Foix no se engaña sobre la naturaleza de la pasión, de ciertas pasiones: como en aquella inmortal canción de Jacques Brel, aquí cada nuevo amor es la próxima derrota, y los protagonistas que pasan de los cuarenta lo saben muy bien. Pero importa jugar, y jugarse; vivir sin red, lanzarse sin cálculo en brazos del deseo.

Tiene también un delicado equilibrio entre búsqueda estética y resultados palpables en la pantalla, una compartible reivindicación de la a menudo gozosa, a veces dramática, confusión entre arte y vida, entre experiencia y creación. Y casi por encima de todo esto, muestra la sorprendente, extraordinaria elegancia de una puesta en escena que parece cualquier cosa menos obra de un principiante, lo que unido a la generosidad con que Molina Foix se brinda a la polémica, hacen de este extraño filme uno de los más estimulantes debús de los últimos años.

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