Simeón no es un partido político
El autor subraya que el triunfo del ex monarca Simeón en Bulgaria debe ser tomado con prudencia, dados sus heterogéneos apoyos
Históricamente, Bulgaria ha merecido epítetos admirativos: 'la Prusia de los Balcanes', el 'Japón del Este' y piropos similares que hablan de la laboriosidad de sus habitantes y su elevado nivel cultural: hace 70 años, el índice de alfabetización era mucho más elevado que el de España. Por todo ello, choca la actual pobreza del país: no sale del bache y a veces da la sensación de estar en peores condiciones económicas que las repúblicas ex yugoslavas por las que pasó la guerra. Primero se achacó la mala racha a los sucesivos gobiernos socialistas, tras la caída del comunismo. En enero de 1997 una multitud asaltó el Parlamento pidiendo elecciones anticipadas. Eso terminó por llevar al poder a los azules de la Unión de Fuerzas Democráticas en mayo. Desde Occidente no faltaron los que interpretaron, muy parcialmente, que con la derecha comenzaba la transición verdadera. Por entonces las derechas más o menos neoliberales gobernaban en la mayoría de los Balcanes, a veces con el disfraz nacionalista: en Rumania, Albania, Bosnia y Croacia.
Cuatro años más tarde, los Balcanes son socialistas, exceptuando, paradójicamente, Yugoslavia. En Bulgaria, la era de los azules ha decepcionado, pese a que el equipo de Kostov haya cuadrado las cifras macroeconómicas. Pero el común de la población ya tuvo bastantes estadísticas triunfales durante la era comunista. Por si fuera poco, la derecha búlgara no ha colmado las expectativas de la nutrida clase media técnico-profesional. ¿Nutrida? Durante el periodo comunista, Bulgaria se industrializó y después se especializó en la producción de artículos de la línea blanca y alta tecnología. Eso dio lugar a la formación de un alto número de informáticos, ingenieros, diseñadores; una transformación social decisiva para un país de tradición claramente agropecuaria. Ahora, una buena parte de esos profesionales están en el paro o trabajan en empleos que poco tienen que ver con su cualificación profesional; se ha producido un desclasamiento masivo y la situación es peligrosa, porque la clase técnico-profesional descontenta tiene influencia sobre una buena parte de la población.
Todo ello recomienda que desde aquí seamos prudentes con la victoria de Simeón, porque tendemos a encandilarnos con los políticos de países lejanos que hablan español. Algo parecido ocurrió hace diez años con el primer ministro rumano, Petre Roman, el cual despertó por estos pagos exageradas expectativas que apenas se cumplieron. Los negocios se los llevó la competencia de otros países europeos más realistas, y la influencia política apenas sí existió, aunque no queda muy claro para qué hubiera servido. El caso del ex monarca búlgaro promete ser más virulento por sus derivaciones en nuestra prensa del corazón y la relación con la casa real. Pero si el voto a Simeón ha sido un castigo de los búlgaros dirigido contra rojos y azules, precaución. Al fin y al cabo, Simeón es sólo una persona, no un partido con una ideología y un programa concretos; y encabeza una coalición heterogénea a base de partidos tiernos. Una fórmula que ha dado malos resultados en Rumania y en Macedonia.
Francisco Veiga es profesor de Historia de Europa Oriental en la UAB y autor de La trampa balcánica.
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