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CONTRATO CON EL DIBUJANTE
Columna
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El poder y la papada

Admitámoslo: el prototipo de vasco con mandíbula prominente, modelo Román Sudupe, está en franca decadencia. Últimamente la papada se impone por estos pagos a pasos agigantados, fulminando sin contemplaciones uno de los rasgos más característicos de nuestra tipología. Aquellos baserritarras y arrantzales de poderoso mentón, inmortalizados en los cuadros de Zubiaurre y Arrúe, han dado paso a la inevitable doble barbilla de nuestros principales hombres públicos, sometidos, quizá por la servidumbre del puesto, a un pertinaz sedentarismo y a una más que probable y excesiva ingesta de kokotxas y reservas de la Rioja Alavesa. Me lo había advertido el dibujante: 'Esas interminables comidas de trabajo acaban por desdibujar la cara del más pintado'.

Cuando el ejercicio del alto cargo conlleva una progresiva desaparición de la barbilla

Ciñámonos al elocuente ejemplo de los políticos y otros altos cargos de la función pública. Sus fotos les delatan. Cuando toman posesión llegan con la energía y el entusiasmo necesarios para el desempeño de la misión encomendada y aún pueden presumir de fina estampa. Pero si miramos hoy hacia atrás con aquellas instantáneas del periódico en la mano, podremos apreciar en la evolución de esta especie una notable transformación fisonómica que comienza en una paulatina desaparición de la barbilla. Allí donde había una mandíbula se manifiesta ahora una protuberante papada de cardenal.

El ejercicio del poder es tan directamente proporcional a la falta de ejercicio físico, como inversamente proporcional al mantenimiento de una quijada en condiciones. El otro día, sin ir más lejos, algunos de nuestros temores se confirmaron. Un consejero firmaba un acuerdo plagado de buenas intenciones con el máximo representante de la Asociación de Municipios Vascos. 'Juraría -le digo al dibujante, mientras analizamos la foto del encuentro- que ellos también tuvieron barbilla un día'.

La lista de los mentones difuminados es amplia. El ex presidente de la Real Sociedad abandonó su despacho sin el más mínimo rastro, ni siquiera el más leve atisbo mandibulario. Se fue abrumado, dejando el sitio a un ex futbolista de Beasain con la noble ambición de empresario cincelada en el rostro. Si los cocineros donostiarras no lo impiden, este joven llegará lejos. Más complicado lo tiene el nuevo y flamante presidente del Athletic. Y eso que relevó a un antecesor a punto de perder el perfil.Cuando hizo el signo de la victoria electoral ante los flases de los fotógrafos, su plano medio hizo exclamar consternado al dibujante: 'Dios mío, este nos llega ya casi sin barbilla. La poquita que le queda definitivamente se le esfumará para el segundo partido de liga'.

En fin, no sé que tienen las más excelsas cotas de representación en instituciones, partidos, direcciones generales, consejerías, entes, entidades, clubes y mancomunidades que a medio plazo siempre procuran a sus abnegados puntales un certificado de progresiva flaccidez en la jeta hasta dejarla totalmente de una pieza, sin matices, borrando de un plumazo ese mentón que daba carácter y personalidad al vasco. El contundente detalle maxilofacial era la metáfora fisonómica de un pueblo acostumbrado a enfrentarse con esfuerzo a las dificultades, pero hoy, por culpa de nuestros arietes públicos, el imperceptible hueso sólo es una reliquia paleontológica del pasado.

Debemos compadecer a nuestros líderes abrumados por la responsabilidad de mostrar sin tapujos lo bien que se papea aquí, arriesgando en el empeño salud y sex appeal. Obligados por el protocolo a esos aburridos ágapes, se ven constreñidos por la continua amenaza del colesterol y la atrofia, debiendo hacer frente,además, al acoso de esos michelines que 'sobran', como bien dijo otro hombre que también va perdiendo mentón con los años.

No se trata de ponerles a hacer footing al amanecer, ni de someterles a la dieta macrobiótica zen número siete, ni de fiar su suerte al filo de un bisturí reparador, pero resulta urgente plantar guerra a esa inoportuna papada, a pesar del alto grado de satisfacción que denota la encuesta sobre autoimagen realizada por el Laboratorio de Investigaciones Sociológicas Gizaker, donde preguntaban: '¿Se considera usted todo lo atractivo que desearía?'. Y casi la mitad de los vascos encuestados -de la cual la mayoría eran hombres- contestaban muy ufanos, sin temor a nada, como Babe, el cerdito valiente: 'Sí'.

No estamos pues, ante un problema de estética, sino de ética, no es cuestión de gimnasia, sino de magnesia. Hay que hacer comprender a las víctimas de esta abnegada labor que la funesta manía de sacrificar los propios rasgos, como única forma de darlo todo por la causa, no consiste exclusivamente en ir acumulando el máximo de grasa posible bajo la barbilla. Porque así se precipita un efecto de doble cogote que luego, con el abandono del puesto, es muy difícil corregir si uno no está dispuesto a ponerse en manos de un sacamantecas o a llevar barba simuladora de franciscano durante el resto de su vida.

La doble barbilla puede incitar a confusión. Es necesario que se dé a este asunto la importancia que merece para evitar malentendidos. La acepción 'hacer a dos caras', por ejemplo, quiere decir actuar con doblez. Y no seré yo quien exija a nuestros prohombres una frugalidad ascética, ni un triste semblante de fondista, pero se comienza por perder el mentón, como se empieza por faltar al día del Señor, y luego se pierde la cara, que es el espejo del alma y el alma sólo es de Dios. Y como dijo el santo, ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo, la consejería, el negociado o la presidencia, si después arrastra su alma colgada en un perfil de pelícano?

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