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EL PACTO DE LA ACADÈMIA
Columna
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Alteración en cadena del frío

Miquel Alberola

Se esperaba que Zaplana llegara ayer al semicírculo de la calle Navellos con las tablas, tras haber trepado al Sinaí durante la madrugada, y leyera los preceptos que han de regir la superación de la confusión lingüística. No las trajo. El fragor interno de este monte cavernoso había estorbado el prodigio una vez más. Pero sacó pecho y cuando pisó la alfombra roja con sus zapatos de cascabillos puso cara de Moisés, dando a entender que iba a conducir al pueblo valenciano hacia la normativa prometida en cuestión de horas. Y se abrió un pasillo de diputados como si fuera el Mar Rojo.

Veinte años antes, en una reunión en el Palau de la Generalitat, los parlamentarios preautonómicos del PSOE, del PCPV y de UCD se habían comprometido a desbloquear las negociaciones del Estatuto de Autonomía aceptando el texto de la comisión redactora había elaborado en el hotel Azor de Benicàssim, que enfriaba el problema de la lengua hasta tiempos mejores. O quizá hasta la destrucción por el propio hielo. La congelación había sido diseñada por unos tipos tan curtidos en el frío político como Fernando Abril Martorell y Alfonso Guerra, y se había instrumentado en una serie de reuniones en la Vicepresidencia del Gobierno (Castellana, 3) y en los divanes del bar del hotel Palace de Madrid.

Durante muchos años el drama se mantuvo bajo cero, mientras la desmovilización iba afectando a las dos orillas y los mejores ejemplares del conflicto ingresaban en los cementerios o eran apeados por la edad de los instrumentos. El falso problema de la lengua fue perdiendo así todas sus propiedades nutritivas. Sin embargo, el hueco psicológico de un asunto no resuelto continuó creando rigideces interesadas, avivadas por quienes habían convertido la disputa en industria y temían quedar descolocados profesionalmente.

En 1997, un fallo del Tribunal Constitucional elevó el ruido muerto del embrollo al resto de España, lo que unido a la necesidad de mantener relaciones de normalidad con Cataluña para desarrollar estrategias económicas comunes en Europa, movió a este Moisés de Cala Finestrat a proceder a la descongelación del asunto a través del Consell Valencià de Cultura y quizá a dotarlo de un mausoleo con las coronas que fueran menester. Desde entonces, el rompecabezas de la lengua ha sido descongelado y congelado una veintena de veces, llegando a crear una alteración en la cadena del frío que puede haber dotado de vida propia al conflicto, sin necesidad de ser agitado por las partes, como ocurre con algunos bistecs americanos.

Veinte años después, Zaplana sonreía en el banco bajo una tormenta de flases, mientras el forense Alejandro Font de Mora, poco antes de firmar el acuerdo, le preguntaba por primera vez en valenciano sobre la marcha de un asunto cuya utilidad se desconoce, pero que ha demostrado ser un instrumento de demolición política muy eficaz.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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