_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Estar de pie

Josep Ramoneda

Los gobernantes buscan la imagen. Pero las imágenes a veces resultan delatoras. Decía Canetti en Masa y poder que 'de cómo la gente se ubica es fácil deducir la diferencia de su prestigio'. Estar de pie o estar sentado no es irrelevante para el mensaje. 'Quien está de pie', decía Canetti, 'se siente independiente'. Se trata de transmitir la idea de una autoridad autosuficiente, que no necesita apoyarse ni esconderse. Los políticos anglosajones son muy dados a hablar de pie y los europeos cada vez adoptan más esta modalidad en discursos y conferencias de prensa. 'Una cierta distancia respecto a los que están a su alrededor realza a quien está de pie', sigue Canetti. Aznar utiliza a menudo este recurso. Lo hizo recientemente en la presentación de la comisión de notables que en principio debería procurarle doctrina para los debates europeos. Aznar avanzó unos pasos y se puso a hablar. Una vez tuvo a los que le acompañaban en la presidencia a sus espaldas empezó a arremeter contra el PSOE y sus propuestas europeas ante la perplejidad de los miembros de una comisión que se presumía plural y con vocación de consenso. Unos pasos por delante, Aznar se ahorraba las miradas de sorpresa de los ilustres comisionados.

De pie frente a frente, 'los individuos se honran pero también se miden', insiste Canetti. En los asuntos internos, Aznar puede dejar a los demás detrás porque nadie le discute la preeminencia, pero en cuanto se trata de recibir a gobernantes extranjeros se impone el cara a cara. Y la imagen, traidora ella, delata las debilidades: la mirada, la sonrisa, el gesto. Son muy relevantes estos complementos del lenguaje verbal que redondean el mensaje: el que mira desde la supremacía y el que con la mirada quiere cerciorarse de haber dado satisfacción al jefe, el que otorga el aprobado con la sonrisa (o la palmadita en la espalda) y el que busca el reconocimiento, el que marca con el gesto el orden del día y el que va a remolque procurando no perder comba en las apostillas. Poner a dos personajes de pie en el escenario sirve para subrayar la igualdad de rango, pero a veces también para poner de manifiesto que la igualdad es una de las ficciones más importantes. La mutación del Aznar distante y arrogante del paso adelante en el simpático y servicial anfitrión dedicado a hacer la estancia de Bush en Europa lo más cómoda posible es una imagen que vale tanto como toda una declaración de intenciones políticas.

El inevitable conflicto de intereses en Latinoamérica, las profundas diferencias políticas y culturales entre Europa y EE UU (reconocidas por el propio Bush cuando atribuyó la distinta actitud ante la pena de muerte de unos y otros a distintos modos de bienestar), la arrogante posición norteamericana sobre la declaración de Tokio, la necesidad de negociar desde posiciones fuertes los nuevos acuerdos hispano-americanos, son algunos de los temas que hacen inexplicable que Aznar renunciara a ofrecer una voz diferenciada -de resonancias europeas- ante su interlocutor. Pero ya sabemos que el autoritario Aznar que conocen los españoles acostumbra a ser manso con los poderosos. Ayer con Bush, anteayer con Putin, otro grande agradecido con su comprensión.

Hay en esta alianza Bush-Aznar, a la que algunos aseguran que aspira a apuntarse Berlusconi, algo de impotencia por parte de Aznar. La misma que traslucían las últimas pataletas que le han enfrentado a los alemanes. Incapaz de acceder al núcleo duro de la UE, Aznar parece decantarse por hacer de caballo de Troya de los estadounidenses en Europa, con la ayuda de otro europeísta de probada lealtad como Berlusconi. Hasta el británico Blair, americanista confeso y convicto, tendrá que mantener sus distancias ante tan ejemplar alianza. Dos penínsulas remando con los norteamericanos para distanciarse del continente como si sus gobernantes envidiaran la insularidad británica. EE UU no ha visto nunca con simpatía la UE porque sabe que, si ésta crece políticamente lo necesario para activar su enorme potencial, rivalizará con ellos. Por eso, siempre busca la división. Flaco servicio hacen a una Europa en construcción los que están más preocupados en complacer a Bush que en defender políticas e intereses comunes.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_