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Columna
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La ayuda de Windsor con 'Dos mil 1'

Bajo el título Dos mil 1, la Galería Windsor de Bilbao presenta los trabajos de cinco jóvenes, licenciados en Bellas Artes por la UPV / EHU, que nunca hasta ahora habían expuesto en galerías de arte. Ellos son Zigor Barayazarra, Ana Lezeta, Isabel de Naverán, Saioa Olmo y Ross Uríen.

Hay apuntes de interés en la pequeña y variada muestra conjunta. Por ejemplo, uno de los dibujos que guarda Bayarazarra en una carpeta pasa a pintarse una pared del espacio de Windsor, en tanto ese mismo dibujo se desdobla y acrece ampliándose en la pared que forma esquina con la pared primera. El resultado es espléndido y le abre camino para nuevas experiencias de ese tipo.

También resulta sugerente y acucioso el tríptico fotográfico de Saioa Olmo, quien a través de la espectacular carnosidad entera de una lengua de vaca comprada en una carnicería la aproxima y posa sobre un vivo y ambiguo pubis femenino, para después situar esa misma lengua en un solitario tramo de playa, y más tarde -o a lo mejor antes de nada- construye con diligencia la puesta en escena mostrando esa lengua introducida entre la quijada tumefacta de un animal muerto años atrás. Se trata de conjugar diferentes espacios y en tanto se entremezclan seres vivos con muertos, con el añadido de juntar muertes distanciadas por el paso del tiempo. No es poco lo que se persigue. Es plausible la ayuda que les ha prestado la Galería Windsor. No así los modos de presentarlos por escrito, aduciendo que son artistas cuya obra es importante y tienen voz propia, además de que, en algún caso, poseen un gran conocimiento de la historia del arte. Para mayor incidencia se les imprime los currículos de cada uno, cuya extensión abarca seis folios...

Una cosa es animar y ayudar a los nuevos artistas, y otra alentarles a entrar en el juego absurdo de los ditirambos. Lo que importa es que indaguen con entrega profunda en torno a sus propios trabajos, lejos de cualquier veleidad curricular epatante.

Por culpa de no se sabe quién nos llegó a destiempo el anuncio de la exposición de la escultora Begoña Goyenetxea (Barcelona, 1958) en la bilbaína Galería Vanguardia. Hubiera sido imperdonable dejar de comentarla, dados los matices que protocola tanto a favor como en contra que se dan cita en la muestra.

A favor tiene un sentido espacial innato que le acredita como artista solvente. Mas le falta dejar de apoyarse en el muro. No se sabe cuál es la razón por la que algunas de sus obras permanecen pegadas a la pared. Si domina el espacio, ¿para qué quiere el muro? Cuánto más libre sería si rompiera esa apoyatura umbilical. Como parecen de todo punto prescindentes esas obras pictóricas con chorretones y trazos de informales gestos blancuzcos. Se verifica un choque de conceptos entre las connotaciones minimalistas, de esquemática racionalidad, y la huella del trazo gestual.

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Otra cosa son las incisiones de corte geométrico sobre soportes de poliéster que presenta en dos obras. Ahí los trazos se corresponden con el espíritu racionalista -¿vale decir de evocadora ascendencia neoplasticista?- que anima a su mejor producción.

Por otro lado, creemos que a sus esculturas le sobran, asimismo, esas partes rugosas que buscan diferenciarse de las partes más pulidas. Mejor sería centrarse en la especificidad espacial e incluso en perseguir el logro de dominar las grandes dimensiones. Los hallazgos espaciales de sus esculturas pequeñas deben animarle a trabajar sobre dimensiones mucho mayores. O sea, ni el muro como fácil apoyo ni la escultura de pequeñas dimensiones que dé gusto a la mesilla de noche del cómodo comprador. Las grandes dimensiones le esperan con los brazos abiertos. Es necesario salir a su encuentro. Mas tenga en cuenta que el gigantismo por el gigantismo, en arte tiene un valor muy pequeño.

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