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Columna
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Los nombres

En este lado del Mediterráneo, y cuando el asunto gira en torno a la lengua de Sant Vicent Ferrer que es la misma que se habla en Cinctorres, todo se complica y enreda. Empezando por el nombre de esa lengua. Y es que aquí hay actitudes abiertas y cerradas como lo son nuestras vocales valencianas. La vocal abierta es aquella que comporta una consideración de la lengua -las lenguas- como puente que une y no separa. El valenciano del País Valenciano nos une a la franja oriental de Aragón, a gran parte del departamento francés de los Pirineos Orientales, a las Islas Baleares, a la ciudad sarda de L'Alguer y a Cataluña. Eso lo saben en el PP, en el PSOE y en la agrupación independiente municipal del Mas de les Oronetes que también presenta su lista electoral cuando hay comicios locales. El uso del castellano es también un puente que nos une a los vecinos de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia y a la quiosquera cubana que le vendió a Joaquín José Martínez, en Miami, el refresco apenas pisó la calle al salir de la trena. En el ámbito de las universidades y del estudio al castellano se le conoce como español, y al valenciano como catalán, aun cuando en Guatemala evitan el término español hasta en los certificados escolares y lo sustituyen por el de 'lengua nacional', y aun cuando, entre nosotros, la denominación histórica que siempre hemos utilizado para indicar el nombre de la lengua del Pla de Lluch ha sido la de valenciano. Eso también lo saben donde el PP, donde el PSOE y donde el GIO (Agrupación de Independientes de Oropesa) que también presenta candidatos a los comicios locales. Todo bastante simple y sencillo como las vocales, pero que aquí se ha de repetir con frecuencia porque la cuestión de puro sabido se olvida, o se deja a un lado en aras de otros intereses como los electorales o electoralistas.

Las actitudes de quienes lo olvidan, o ignoran deliberadamente, o deliberadamente manipulan los nombres, pertenecen al ámbito de las vocales cerradas. Sin ir más lejos, no otra cosa es el secesionismo lingüístico y separatista de por aquí que intenta crear ridículamente una lengua, o Dios sabe qué, a partir de la variante dialectal de un pueblo o de una comarca central valenciana; un secesionismo esperpéntico que utiliza el valenciano como moneda electoral y que ha frenado y frena la recuperación social de la lengua histórica de nuestros pecados, tantos siglos menospreciada por propios y extraños. ¡Qué le vamos a hacer! No nos queda otro remedio que coexistir con el incordio, y coexistir bastante tiempo, por poco o mucho que pueda cuajar la Academia Valenciana de la Lengua o el lucero del alba. El secesionismo es como la pertinaz sequía: una calamidad climática que dificulta el crecimiento y recuperación idiomática del valenciano.

Pero hay que seguir regando y cultivando ese maltratado valenciano. Con esa finalidad se acaba de inaugurar una sede en Castellón, el Institut d'Estudis Catalans (IEC), institución de carácter científico en el ámbito de la lengua que tantos hablamos. Ni qué decir tiene que en esa institución no falta la presencia de castellonenses y valencianos dedicados a cuidar la lengua desde hace mucho tiempo. Y es de agradecer que eso ocurra ahora y en Castellón, porque en la capital de La Plana no sentó sus reales el secesionismo, y porque el valenciano aquí mantiene su vigor en la calle.

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