Estrella más allá de los 40
Apabullante. Sencillamente apabullante. Con la fuerza reservada a los grandes mitos de nuestra cultura de masas, Madonna logró desbordar al público que presenció el estreno mundial de su nueva gira, la que sin duda la entronizará como reina resucitada del pop. Mientras artistas que compitieron con ella en el pasado viven presentes grisáceos, ella, Madonna, se muestra aún capaz de reconstruirse tal como la publicidad logra enhebrar discursos que suenan rabiosamente actuales. Dejando el pasado en el recuerdo, esta mujer, dotada a partes iguales de sensibilidad, inteligencia, talento, descaro y autoexigencia, mostró en el Palau Sant Jordi de Barcelona uno de los espectáculos más demoledores que se han visto en los últimos años.
Pese a que se habían filtrado los componentes que configuraban su espectáculo, la realidad acabó suponiendo un reto a la imaginación más desbordante. El guión se explica fácilmente: como icono del pop que es, Madonna reunió en escena instantáneas e imágenes que forman parte de la cultura popular de masas de nuestros días. La fascinación por lo oriental -véase el auge de la cocina japonesa, de sus cineastas, del manga-, la recuperación de la estética vaquera -una constante desde los tiempos de John Ford-, los guiños al rock -un mundo que Madona demuestra que no sólo es masculino-, la reivindicación del papel protagonista de la mujer, el homenaje a lo latino, de importancia creciente en todo el mundo... todas ellas fueron constantes de un espectáculo que reivindicó la cultura de masas.
Y en esta cultura de masas hay un tótem incuestionable que se llama tecnología. Por medio de ella Madonna orquestó un espectáculo deslumbrante que no sólo fue una acumulación de medios, sino una cascada de recursos puestos al servicio de una idea clara, definida y concluyente. Vaya, que no sólo había dinero, sino una idea nítida de cómo utilizarlo. El uso de las pantallas, cuatro en escena, dos en los laterales y un sinfín de ellas en dos bastidores alimentadas por señales diferenciadas, el vestuario, las coreografías, la iluminación, el uso de plataformas móviles para los músicos, los sistemas hidráulicos que hacían aparecer y desaparecer a los artistas y, en fin, el concepto escénico no hacían sino loar a ese dios actual llamado tecnología.
Dentro del apartado tecnológico hay que incluir un sonido que fue el que en realidad impidió que Madonna cantara temas como Who's that girl. Me refiero al tecno, otro hijo de la tecnología. Si la personalidad de Madonna estriba en su capacidad para adaptarse a los tiempos aportando su visión sobre los mismos, la Madonna actual se ha rendido al imparable ascenso de la música electrónica. Por eso sonaron canciones de sus dos últimos discos, los más electrónicos, y por eso no cabía en el repertorio el pop ligero de su primera época. Habrá quien piense que se trata de mero oportunismo, de una actitud camaleónica que no muestra visos de personalidad propia, pero no cabe olvidar la capacidad que tiene Madonna para sintetizar el sentido de los tiempos y acercarlo a sus planteamientos estéticos. Otra cosa es que al espectador no le guste el sentido de los tiempos y rechace el culto totémico a la tecnología.
Mientras que otros miembros de su generación se dedican a repetir hasta la saciedad las canciones y actitudes que hace 20 años les hicieron famosos, Madonna opta por reinventarse en sintonía con los tiempos. Es cierto que había aspectos del espectáculo que recordaban a La Fura dels Baus, es cierto que la sorpresa pierde fuelle tras los primeros 45 minutos del espectáculo, es cierto que el toque flamenco de La isla bonita es de postal para turistas y es cierto que hacer tecno puede resultar manido, pero el concepto de un espectáculo plásticamente impecable que incluso hacía innecesario mirar a la estrella fue deslumbrante. Habría que remontarse a los Pet Shop Boys de Performance para encontrar una equivalencia escenográfica y teatral de tal envergadura.
Como corolario, los espectadores tuvieron a una Madonna que, manteniendo su pulso con la provocación -llamó capullo al público, mató de un tiro a un bailarín-, aceptó que ya no tiene 22 añitos. Madona redujo a lo razonable su esfuerzo físico como bailarina, no se mostró vulgar -sólo en el toro mecánico se frotó la entrepierna- y demostró que su noviazgo con la fama no está relacionado con el hecho de ser una jovencita atractiva. Madonna dejó claro en el Palau Sant Jordi que ella es cultura de masas y que en el pop como en la vida las mujeres existen más allá de los 40.
Las costureras de Madonna
Acabado el concierto del sábado buscaba un coche que la bajara de la montaña olímpica. Su rostro mostraba síntomas de agotamiento y en sus manos había señales de que alguna aguja había intimado con su piel. Era una de las muchas costureras del equipo de Madonna. ¿Su trabajo? 'Repasar el vestuario de los bailarines, que como hoy se estrena está demostrando alguna de sus deficiencias'. ¿Deficiencias? 'Sí, porque en algunos pasos se les descose la entrepierna o alguno de los tirantes no les permite flexionar el cuerpo con facilidad... Todo eso hay que recoserlo entre bambalinas. Es agotador, hay miles de detalles fruto de un perfeccionismo que aunque no se ve en escena demuestra lo puntillosa que es Madonna en su trabajo'. Y es que con Madonna sudan hasta las costureras.
Babelia
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