Blair reclama una amplia mayoría hoy en las urnas para acabar de enterrar el thatcherismo
Hague apela al patriotismo para evitar la humillante derrota que predicen los sondeos
Desde hace ya días, todas las intervenciones públicas del primer ministro y número uno en las encuestas y en las apuestas, Tony Blair, tienen el común denominador de combatir el optimismo que respira su gente por todos los poros y el ambiente de victoria que auguran todos los sondeos. Los laboristas llegan hoy a las urnas con 17 puntos de ventaja sobre los conservadores (47%, frente al 30%, según la media de los principales sondeos), con los liberal-demócratas en su eterno tercer lugar, con el 17% de la intención de voto. El último sondeo, publicado ayer por The Guardian, recoge un repunte de los conservadores en los últimos días, hasta un 32% en intención de voto, frente a un 43% de los laboristas.
Pero, pese a que todas las encuestas coinciden en la victoria de Blair, los más veteranos aún tienen clavada la dolorosa espina de 1992, cuando todos los sondeos anunciaban también el triunfo del laborista Neil Kinnock, pero acabó arrasando el primer ministro conservador John Major.
Tal y como están las cosas, los electores deberán elegir entre que gane Blair o que arrase Blair. El líder laborista necesita una ventaja amplia para abordar una legislatura que se perfila bastante más complicada que la anterior. El nuevo laborismo ya no podrá refugiarse en la herencia recibida para justificar el mal funcionamiento de los servicios públicos, la gran asignatura pendiente del primer mandato.
El nuevo Gobierno deberá dedicar enormes inversiones a mejorar las escuelas, la sanidad, la seguridad ciudadana y el transporte. Y debería hacerlo sin subir los impuestos, algo difícil en un entorno económico que se presume mucho menos favorable que en los cuatro años pasados. Deberá también afrontar la delicadísima tarea de convencer al público británico de las bondades del euro, algo que sólo puede empezar a ser imaginable si la moneda europea experimenta una clara recuperación frente a la libra esterlina y el dólar.
Para el conservador William Hague, la tarea es más difícil todavía. Con una campaña errática, escorada a la derecha, poco creíble en lo económico, y que llegó a centrarse equivocadamente en la salvación de la libra esterlina y en un antieuropeísmo rancio y a destiempo, los conservadores han acabado a la defensiva. Incapaces de aparecer como una alternativa creíble al nuevo laborismo, hasta el histórico y muy conservador The Times les ha dado la espalda, pidiendo el voto para los laboristas.
Ayer, con la plana mayor de la dirección del partido arropándole en el centro de Londres, Hague apeló a la fibra más nacionalista del conservadurismo para evitar la catástrofe. El líder tory se juega, sobre todo, mantener o no el liderazgo en un partido que puede salir profundamente dividido de estas elecciones.
A la vista de las encuestas y del desánimo conservador, los liberal-demócratas de Charles Kennedy aspiran a dar un zarpazo que les permita convertirse en el primer partido de la oposición, algo casi imposible. Kennedy, en su primera campaña como líder liberal, ha sido el candidato que más ha progresado en los sondeos. Pero la campaña suele tratar a los liberales mejor que los escrutinios. El sistema mayoritario, que da el triunfo al candidato que más votos obtiene en la circunscripción aunque no tenga la mayoría absoluta, impide a los liberales transformar en escaños todos sus votos.
Un triunfo corto de Blair le obligaría a replantearse la reforma del sistema electoral y pondría de nuevo sobre la mesa las demandas liberales de introducir la proporcionalidad en las elecciones británicas.
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